martes, 26 de febrero de 2013

Mis palabras sin vocación.

    Has de haberme visto alguna vez sentada en el borde de la banca, inquieta, ansiosa, nerviosa. Suelo hacer lo mismo cuando espero el autobús: voy de la acera a la carretera, echo un vistazo, luego dos, y así consecutivamente. A veces miro al cielo y me siento igual de ansiosa, no es que las palabras broten como un chorro de agua, ni mucho menos son escasas como tu paciencia, de hecho es casi lo mismo, pero un equilibrio. Resulta que mis palabras están fragmentadas, vienen de un lugar escondido a alterar mi vida, entonces me encuentras escudriñando en diccionarios, en poemas viejos y en libros de Coelho, todo aquello con la única intención de encontrar, de alguna forma, el procedimiento para unir esto con aquello... y ya no puedo. Es el oficio de escribir tan susceptible a mi ánimo, por más que hoy deje un poema de amor a medio camino y mañana intente retomarlo: no puedo, no es igual el aire, no es la misma canción, la hora no es la misma, me duelen los dedos de pensar tanto, siento tumores rebotar de mi pecho hasta mi cabeza, como trapecistas juguetones, como un circo andante o un grupo beligerante. Así siento mis palabras: nómadas de vocación, almas sin destino, improvisadores de caminos. Así son mis palabras: palabras de burbujeantes tempestades, fábulas, brújulas perdidas, palabras frías a veces, calientes cuando llueve, apasionadas palabras que duelen, que apuñalan, que deshidratan mares y construyen puentes subterráneos hacia el abismo. Palabras subrayadas, madrugadoras, calladas palabras que espero un día enamoren a un hombre capaz de admirarlas.

domingo, 17 de febrero de 2013

... De la vida.

Prefiero recordar lo bonito, porque si recuerdo lo feo, soy capaz de mandarte a matar.

... Sí... sería capaz.

domingo, 3 de febrero de 2013

Si sobrevivimos esta noche, no vuelvas a decirme que soy hermosa.

    Había un par de sillones y una mesa redonda de madera, varias ventanas que daban vista a toda la ciudad y una escalera larga que se perdía en lo alto, por si él quería huir cuando nuestra conversación se tornara una discusión frenética. Siempre nos había imaginado en ese lugar, sentados cada uno en un sillón, mirándonos de frente, despojados de ataduras, transparentes, quizás de vez en cuando poniéndonos de pie para poder digerir las confesiones que nos hacíamos y, a la vez, iban vaciando la candente llenura de nuestra boca, tan malacostumbrada al silencio atroz.

- ¿Ya podemos hablar?- le pregunté desde mi sillón, él me miraba a la expectativa, de nuevo intentando parecer confiado.

- Ya estamos aquí...

- Sí, muchas veces hemos estado en muchos "aquí", pero nunca hablamos en serio.

- Quizás.

-¿Comienzo yo?

- Tú eres la que pautó la cita- me recordó, a lo mejor un poco fastidiado por mi tono de reproche y mi expresión de seriedad. Estaba segura de que él sólo quería tomarme por la cintura y robarme un beso no apto para menores-. Comienza ya, es tarde.

-Quiero que sepas que lo que me hiciste, me bajó mucho la autoestima- eché un vistazo a las escaleras e intenté olvidarme de ellas por unos segundos-, de repente ya no me sentía bonita ni atractiva para los otros hombres.

- Pero tú eres hermosa.

- Sí, ¡ese es el problema! ¡que tú me lo decías todo el tiempo!

- No creo ser el único que opine así- confesó malhumorado, celoso.

- Ese es otro problema...

- ... pero ¿por qué coño eso es un problema?, se llaman "halagos", búscalo en el diccionario.

- Bueno, aquí voy- me dije a mí misma-, cuando tú me dices todo eso me siento muy especial, aunque desde luego no lo he sido para ti...

-¿Por...?

- Shh, ¡cállate, estoy hablando!- le miré mal y continué-. Como decía, me hacías sentir muy especial cuando me halagabas, me sentía la muchacha de dieciocho años más feliz sobre la faz de la tierra... el problema empezó cuando me di cuenta de que le empecé a huir a los hombres, los evitaba, no quería que se acercaran, pues... pues te tenía a ti- él sonrió complacido y yo volví a mirarlo de mala gana, así que se detuvo-, el asunto es que tú no me aseguraste nada nunca, nunca, nunca, nunca, y ¡ok!, está bien, pero ¿por qué tenías que decirme siempre que era hermosa?

- Porque... porque es la verdad.

- Mentira. Eres un mentiroso. Nunca me has dicho lo que en verdad piensas de mí- le acusé.

- ¡Tú tampoco!

-Si a esas vamos, ¡nadie nunca dice lo que en verdad piensa sobre alguien!

- ¿Entonces qué?

- ¡Sé sincero por alguna vez en tu vida!

- No te amo, no te visualizo como mi esposa o como la madre de mis hijos y todas esas pendejadas, no te veo haciéndome el almuerzo o lavándome los interiores... pero me gustas tanto. Me gustas en extremos, quemas de tanto que me gustas, me atraes mucho. Esa faceta tuya que desconozco, ese misterio que te acompaña, todo eso me enloquece tanto que quiero arrancarme los ojos para no verte y sufrir por no tenerte. Estás buenísima, por cierto...

- Tú piensas todo eso y lo único que me dices es que soy hermosa.

- Sería un halago medio raro e inquietante, también muy largo, quizás demasiado. Prefiero decirte que eres hermosa.

- Bueno, yo sí te amo, me enamoré de ti antes de conocer tus infinitos defectos.

- Todos tienen defectos...

- ... pero tú eres el que más tiene de todos, todos, todos, todos. Eres un defecto andante, y aún así lo admito: ¡Estoy enamorada de ti!

    El ambiente quedó en silencio durante un largo rato, la opción de las escaleras ya no era viable, la ciudad era exactamente la misma que nos saludaba cuando empezamos a conversar, no nos habíamos puesto de pie para digerir nada, estábamos muy cómodos mirándonos uno al otro.

- Viste... nadie murió, no hubo un terremoto ni nada por el estilo. Ya hablamos, ya nos vamos- le dije aliviada, sin vergüenza, liviana como una pluma, vacía ya por dentro.

- No quise huir en toda la noche, eso es bueno.

- Ya no me digas más que soy hermosa.

    Terminamos la noche abrazados en silencio, él me dijo de nuevo que yo era hermosa y yo volví a ser ese misterio andante que a él tanto lo enloquecía y le quitaba el sueño. 
    No nos besamos, era suficiente estar abrazados.