Me gusta a veces la soledad, cuando no trastoca o revuelve
mi tranquilidad, cuando los platillos acallan reclamos pasados y de nuevo
encuentro tus anillos en mi pobre memoria juvenil.
No debería ser así.
No debería yo recordarte de vez en cuando y quedarme
pensando un rato en aquella frágil oscuridad de la madrugada, pero a veces sólo
allí te encontraba y, en efecto, sólo allí te soñaba; aún así sigue resultando
una delicia y un castigo que tus ojos me acompañen hasta esos rincones malditos
de mi inocente soledad, pues con ellos la música se detiene, y las paredes se
desvanecen, corazones desaparecen lentamente, dejándome a solas con tu bestial
sonrisa, la que cuenta el inicio e inventa un final feliz, sólo por la ocasión,
sólo porque nadie mira. Deberías alejarte de mí.
Después del primer beso y tantos errores, ya no tengo nada
que entregarte, aunque la noche a veces me secuestra y te sueño, o te veo en
pesadillas; y te respiro, o me ahogan tus encías; sí, aunque a veces la noche
llega sin avisar y el agujero de tu camisa morada me señala, o a veces tu boina
me asfixia, y rememoramos un complot de señales, sin querer, mi cabeza y yo. Sé
que pude pedir auxilio, pero el platillo… pero la batería… pero la música… pero
mi olvido, todos andan colisionando entre sí, y me da terror que acabe yo en
medio de tanto ensayo y error, en miedo de tanto drama y dolor…
… No debería ser así. Tú no deberías ser así.
A fin de cuentas, la música no me debería saber tan amarga y
a la vez resultar tan placentera, que si acaricia que si grita; vamos una vez
más, baterista. Ya lo he dicho: No debió ser así.
Este poema lo escribí en base a una historia muy personal,
que, aunque fue muy corta y aún la considero inconclusa, significó mucho para
mí.