martes, 28 de mayo de 2013

... Curiosidades: Ya tengo 19 años.

GRACIAS AL CIELO, los 18 terminaron y con ellos espero que se hayan llevado mi desastre emocional y todo ese lío bipolar que me gobernaba de repente y sin causa aparente.
Por ahora,
Bienvenidos, diecinueve, 
ustedes y yo nos divertiremos mucho...

... De la vida.

Antes de salir siempre me pongo perfume, y me arreglo para quedar bonita, justamente para que tú no lo soportes, para que te duela que no nos veamos bonitos juntos, aprovechando, por supuesto, que aún me veo bonita a los 19 años, ya sea recién despierta, limpiando la casa o hasta cocinando.

... De la vida.

¿Qué sentido tiene decir que no importa, que no te importo, que ya no te importa ni te importará o que no es importante

Con respecto a eso: Nunca me ha importado que no te importe TANTO. 
Y YA. Basta de tantas vueltas.

Sólo si esta noche tú no apareces.

     Hace tiempo que busco encontrarme contigo. Te he buscado en los distintos cafés y en las merengadas del menú, en aquel viejo restaurante con la música de fondo y las mesas grisáceas. Muchas veces ha sido mi misión repetirte como a un plato, volverte a ordenar como a un té, tomarte a pecho y sin pensarlo, idearte, fabricarte, condenarme a estar sin ti: pero sólo si esta noche tú no apareces.
      Si esta noche tú no apareces, me entrego entera a la desidia, al abandono, a la soledad marchita, la que dibuja noches en vela, la que seca labios a punta de sin besos, esa soledad que segrega, que me bota de la habitación porque asfixia y quema, como bolsas de plástico y volcanes en erupción, como tú, como yo, que no somos más que manchas de tinta negra sobre la hoja en blanco: lo tenemos todo para escribir nuestra historia, nos tenemos mutuamente, sabemos de mil anécdotas, manejamos palabras complejas, disfrutamos creernos escritores y hasta dibujamos corazones en llamas… pero esta noche tú no estás, y parece que el resto de ella tampoco, porque mientras la soledad es quien da las órdenes y mi cobija es el mantel de tu mesa para los poemas, las lágrimas más me recuerdan que no es la soledad el principal problema, sino mi agitado corazón que, en busca de consuelo, intenta acostumbrarse al sinsabor de tu espacio vacío, al ácido de tus zapatos callejeros, a esa irrevocable necesidad tuya por demostrarle a no sé quién demonios que eres libre en todo sentido, libre de mujeres, de alcohol, de fiestas, de libros y poetas. Libre, eso crees tú: libre de todo, menos de la noche, porque si tú no apareces bajo este cuarto menguante, dejarán de tener sentido tantas ganas de esperarte.

Tu hija, la masoquista.

   "Esos ojos, esos ojos tuyos, deben parecer extraños, viejos y cansados, más de una vez he imaginado verlos por un rato, y siguen resultando un misterio esos ojos claros, esos ojos lejanos, mis ojos en un hombre, mis ojos y los tuyos, siguen resultando un misterio.
   Quisera poder descubrir por mí misma lo que dicen tantos, verte, aunque sea en fotos, descubrirte como a un héroe o, en el peor de los casos, como a un villano; a fin de cuentas, da igual. He pensado más de mil veces tus posibles nombres: José (uno de los más comunes), Manuel, Edgar, Ricardo... "¿cuál es tu nombre?", sería mi primera pregunta, pues creo que obteniendo su respuesta lograré acalarar varias cosas que se han quedado en la oscuridad en estos últimos años de tu ausencia, y que, con afán, he ido coleccionando como estampitas o tarjetas de béisbol, siempre optimista, positiva, segura de mis posibles hallazgos, de que no hay cosa en este mundo que no pueda lograr con una buena dosis de esperanza y perseverancia; aunque, debo cofesarlo, Carlos o Juan o Eduardo, que a veces mi espíritu decae, y dejo de imaginarme junto a ti, o siquiera cercana a tu presencia física, a veces me ataca el miedo de que te hayas ido lejos, muy muy lejos, mucho, tanto que mis manos no puedan alcanzarte, sino en oraciones, sino para pedirle permiso a Dios y así poder hablarte antes de dormir cada noche. Esos son mis temores.
   Confieso que sólo me siento así de vez en cuando, no todo el tiempo, pues me ha tocado continuar con mi vida, estudiar, trabajar, enamorarme de hombres que quizá son como tú, pero que no lo sé (porque jamás te he visto), cuidar a mi mamá, esa mujer solitaria, que sólo te invoca a través de epítetos como: -esa basura de hombre- o -ese bastardo-, mientras, al compás de esos infinitos insultos, te liga a la culpa eterna por todo aquello que no sale como debería en casa: -la nevera se dañó y es todo culpa de ese bastardo- o -hay que pagar la luz y el malnacido de su padre nos abandonó-. Confieso, a veces, mientras oigo sus quejas escondida tras la puerta o por accidente cuando ella no me ve llegar, imploro al cielo que se le escape tu nombre sin querer, aunque parece que ella lo ha borrado de sus labios para siempre, o al menos lo hicieron el odio, el rencor, la rabia reprimida alojada en sus manos cansadas, en ese centenar de años de una pesada soledad, sin poseer otro hombre dispuesto a amarla (porque supongo que tú lo hacías) o al menos algún hobby, alguna afición a los juegos de cartas o a las compras nerviosas, ¡qué se yo! El hecho es que me ha tocado lidiar con ella y contigo, aunque estén ambos tan separados, tan distantes, tan llenos de polvo y desidia, aunque, por tu propia decisión, hoy estemos los tres tan alejados físicamente, pero cercanos en la rutina, en el día a día, en la angustiosa tarde llena de tráfico y sus maldiciones, en las comidas calientes que prepara mi mamá y presumo que alguna vez tú también probaste, hasta en las cortinas de la sala ya marchita y abandonada, porque me hacen pensar que, alguna vez, fueron esas mismas cortinas las que no te dejaron ver qué hacíamos dentro, si, por alguna desconocida razón, la curiosidad te hacía querer asomarte en nuestro mundo.
   Noel, Daniel o Leandro (me gusta imaginar tu nombre), ya sabrás que cada vez que me veo al espejo te veo a ti, pues estos ojos verdes que he heredado no los veo reflejados en mi madre ni en el resto de su familia, lo que me hace creer que tienes bellos ojos como los míos. Sería este buen momento para agradecerte por ellos, porque aún los considero mi mayor cualidad física, por otro lado, creo haber sacado tu larga nariz, y he tenido que aprender a vivir con las burlas que ella ha traído a mi vida desde el preescolar hasta hoy en la Universidad; y, ya que hablamos de ello, quiero que sepas que hay un tal Miguel en mi salón que dice estar muy enamorado de mí. Debo confesar que a mí también me gusta, pero he estado indispuesta últimamente, me refiero a que no quiero enamorarme de otro hombre sin antes haber conocido eso que los psicólogos o los especialistas llaman "el primer amor de una niña", es decir, tú. Pasar por esto me ha dado ganas de que me des un empujoncito o que me reprendas por ver a otro hombre, a fin de cuentas cualquier cosa me haría feliz. Miguel es buen muchacho, pero ¿cómo le explico que espero enamorarme de alguien más? De alguein cuyo nombre desconozco, cuyos ojos llevo pegados en la cara para la eternidad, de alguien que no parece considerarme en lo absoluto, ¿cómo se lo explico? ¿podrías tú al menos responder esa pregunta si llegamos a vernos alguna vez? Hasta ahora, lo único certero es que Miguel se cansará de esperarme y hasta entonces yo estaré buscándote aún, intentando descifrarte en los quejidos de mi madre, en sus dolencias, en cada bombillo que queme adrede, en cada cable de la lavadora que desconecte con intención, allí seguiré buscándote, siempre, mientras tenga aliento, mientras me queden fuerzas, mientras aún sea joven como para encontrarte con vida: siempre estaré buscándote.
   Como punto de partida ya tengo un par de ojos verdes."

Para, mi amado papá
De, la masoquista de su hija.

jueves, 23 de mayo de 2013

Queriendo pensar que nos olvidamos.

Quiero pensar que nos olvidamos
que no sigue pesando
que de vez en cuando
un recuerdo pasa factura
pero que no arrebata
no fractura el hechizo
el hechizo que es apuesta:
Si lo olvido, escribo un poema.
Y aquí estamos.
(aquí suelo estar)

Quiero pensar que me olvidas
que soy una herida saturada
o una luz apagada
que miras de reojo para no encontrar nada
o que, por accidente, mi risa te suena en el alma.

Quiero pensar que nos olvidamos todos los días
a toda hora
a cada instante
quizás porque nuestras almas no olvidan
o quizás porque no somos olvidables.

Quiero pensar que queremos olvidar 
tantas cosas 
que se hicieron para ser recordadas.

Pero qué va.
El olvido mismo me enseñó que no existe él realmente
sino una ficción
que alivia por momentos
y sacude eternidades.

Quiero pensar que no nos olvidamos
que, en cambio,
hemos aprendido a extrañarnos tanto
que el recuerdo es lo único sensato.


att, Alana I.
(te lo entregaría personalmente, 
pero ya ves cómo son las cosas: 
Nos estamos olvidando)

... De la vida.

Amas de verdad cuando el olvido te parece un absurdo.

Cuánto me gustas.


Me gustas hasta los tuétanos, hasta donde no llega el respiro, allá más hondo, en lo más estrecho, donde el oxígeno es inexistente, allí en el rincón donde nadie sospecha, donde el eco es silencio, donde la nada es todo en comparación, justo hasta ahí, allí, pero más adentro, donde cualquier palabra exaspera, donde el silencio reina, donde tu piel sin mi piel desespera, en ese lugar recóndito, mar adentro, es justo allí, es hasta allí que tú me gustas. 
Y un poquito más allá.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Pluma de acero.

    Aquí está todo lo que necesito, todo lo que preciso y precisaré. Aquí, sumergida en tinta negra como plomo, está mi alma, mi espíritu, mi esencia, lo que aspiro ser y un día seré. Acércate un poco y observa: Aquí comprimidas en esta pequeña pluma de acero están cuatro historias, infinitas palabras, incontables fantasías, el sueño de una niña de 15 años. Es por ello que te confío mi más grande secreto: Si me arrancas mi pluma de acero de la mano, me arrancas un hígado, o quizás toda la piel, porque escribir es todo lo que sé hacer, es lo único que me sale bien, es la manera justa y precisa de expresar sentimientos, de gritar confesiones en silencio, de confiar en alguien sanamente y ponerle nombre a lo innombrable. Creo que todo aquello que no tiene nombre, se llama poesía y es, en esencia, su intangibilidad lo que somete a los curiosos y, lentamente, los convierte en usuarios, a algunos los mata y a otros les da la bienvenida, pero yo, con mi pluma de acero, siempre dispuesta, siempre acogida en su sombra, seguiré siendo fría como metal ante la tempestad en la que caemos todos los escritores. En  mi mundo no existe la competitividad, en cambio, prefiero un juego amistoso o un tú a tú con su pluma de hierro, a ver quién traza el mejor verso o quién usa las mejores palabras. Hoy no se trata del romance, hoy se trata de esa exquisita y dulce pasión que sentimos los que escribimos, los que declaramos guerra en contra de lo convencional y hemos proyectado al mundo entero en un poema, o en un escrito.

Llévate mis ojeras.

La falda fue a dar a la hoguera 
y kilómetros más allá 
aún puedes rozar mis ojeras
sombras impacientes que te esperan
que de alguna forma no desesperan
que me elevan
que me frenan.
Y si llegas: llévate mis ojeras.

    En enero empezó todo, él y yo nos reencontrábamos, de nuevo sus sonrisas, sus manos; de nuevo mi nerviosismo, mis ojos. Había entre nosotros algo que no es fácil describir, de alguna forma él me llenaba sin existir verdaderamente en mi mundo, y, de alguna forma, yo sentía que encajaba en su vida como una pieza extra del rompecabezas, pero que al fin y al cabo era la pieza que unía todo. Él solía tener esa mirada clandestina que, sin percatarte, podía desnudarte sin problemas; y, al siguiente segundo, también llevaba impregnada esa ternura impresionante que volvía cada prenda a su lugar y te invitaba a un abrazo estrecho, asfixiante, cálido.
    De aquellos días sólo recuerdo sus dudas, esos enormes demonios que me lo arrebataban por instantes y de a poco se lo llevaban de mi perfecta burbuja, y es que creo que él y yo éramos un mundo aparte, otro plano, otra dimensión muy distinta de esa que nos mantenía constantemente obligados a seguir una fulana estructura, unas absurdas formalidades, tantas tonterías que de manera silenciosa iba depositando la rutina en la vida de aquellos que no suelen oír, que no difieren.

Llévate mis ojeras
Llévate a tu sombra
la has olvidado en mi habitación
y cada noche ella juega con la temperatura
interrumpe mi sueño
y las ojeras
narradoras 
escritoras
guionistas
ellas cuentan mil historias.
Llévate mis ojeras.

    Llévatelas rápido y lee todo lo que tienen para decir, porque aún sigo pensando que no hay excusas, que no habían motivos suficientes, que de alguna forma lo nuestro no resultaba tan complicado; tú sólo tenías que vencer a tus dudas, mirarme un segundo (por arrogante que suene), rozarme las pestañas con un pestañeo, robarme un beso; ¡qué rabia siento!, porque aún pienso que cualquier cosa habría sido suficiente si tan sólo te hubieras detenido un segundo a pensar; si, para cambiar un poquito las cosas, te detenías tan sólo un segundo, o la mitad de eso, para verme de nuevo con la falda de encaje. Si tan sólo te hubieras dado un tiempo para pensar, yo hoy no estaría cargando con estas largas y profundas ojeras.

Está bien.
No te lleves mis ojeras
que ellas me recuerden que alguna vez te amé.
pero, por favor
no me sigas manteniendo despierta.

    Anoche soñé contigo. Un sillón, una mesa, el jardín plateado del que hablábamos, el aire sólido que creamos, mi rostro descansado, tu amor eterno, todo un gran pasado.