viernes, 28 de junio de 2013

A punta de lunares.





Deberías saberlo,
mis lunares han tomado por costumbre esperarte.
Ellos siempre me preguntan por ti
y a mí me toca sonreír en silencio.

Cómo decirles 

que no sé de ti
que no oigo de ti
y ni siquiera me suenas familiar.

¿Cómo arruinar su eterna espera?
¿Cómo destruir sus ilusiones?
Hay muchos de ellos regados por todo mi cuerpo
y tal ejército me da miedo:

Tengo un lunar en la parte trasera de mi tobillo
y tres junto a la comisura derecha de mis labios.
Tengo lunares en mi pantorrilla (esos te ocasionan sonrisas)
y en mis antebrazos puedes hallarlos sin buscarlos.
También tengo uno en el centro de mi pecho, 
por donde baja cualquier escote
y un par más:
cada uno en un dedo anular.

Y todos ellos,

sin falta,
siguen esperando por ti.
¿cómo podría yo decirles que no lo hagan?

martes, 25 de junio de 2013

Mi querido y odiado nómada.

   

   Hoy me desperté a las diez de la mañana cuando Titanium (mi alarma del celular) estalló a mi costado derecho. Lo primero que hice fue abrir mis ojos y ver si mi hermana ya se había ido al trabajo, cuando certifiqué que ella ya no estaba en su cama, apagué la alarma y me di cinco minutos más antes de empezar mi día. Ya de por sí era tarde, en eso estaba clara, pero anoche me había quedado prendada de varios programas televisivos: primero me había quedado viendo Harry Potter y el Misterio del Príncipe por tercera vez (aunque no pude acabarla porque me tomé una siesta de veinte minutos) y luego pasé la noche cenando y viendo programas de Nat Geo. En mi casa a los lunes los llamamos lunes de Nat Geo. En fin, terminé por levantarme de la cama a las 11:52 am, lo recuerdo con exactitud, y en mi celular tenía un whatsapp, de inmediato se me vino a la cabeza que podría ser él, aunque llevo ya algunos meses después de que comenzó el año que no sé nada de él, así que la del mensaje resultó ser una compañera de clases de Derecho, diciéndome que la Vereda estaba cerrada y esto y aquello. A mí no me importó, ahora me las doy  de nocturna: duermo toda la mañana y estudio en las noches.
   Mi día empezó entonces, puse ambos pies en el piso y deshice una montaña de ropa limpia que me había puesto mi tía sobre el espaldar de la silla de la computadora, de allí me puse mi vestido casero y fui al baño a lavarme la cara. Demasiado tarde, demasiado hinchada. Estoy segura de que si él me viera recién despierta seguiría fascinado por mí, pero ya no tan ilusionado, porque aunque soy joven y mi papá dice que hermosa, a veces una no está en su mejor momento y los hombres de nuestras vidas deben querernos como sea.
   Por alguna razón recordé en ese momento, mientras tendía mi cama, que aquel hombre había sido muy idiota en general, ya que una de las últimas cosas que me había dicho fue: “Ya no me quieres”, y yo cien por ciento convencida de que lo quería mucho, pero también cientouno por ciento de que estaba herida y necesitaba venganza: “Tú no me quieres a mí, y por lo tanto yo ya no sé qué siento hacia ti”, y él se tardaba en responder, como que ya no sabía por dónde entrarme, porque ahora yo estaba armada de pies a cabeza con un escudo de indiferencia. “Mi amor, yo te adoro, nunca he sentido por nadie lo que siento por ti. Dejaré que lo pienses un rato y luego me escribes cuando estés lista”, me envió, luego de algunos minutos. Y yo me tardé el doble, hasta el triple para decirle: “Está bien”, y allí él continuó insistiendo en que yo no lo quería, pero el caso es que sí lo quiero; y siguió diciendo que yo era suya, y el caso es que yo lo había sido, pero ya no tanto; y él se lamentaba de extrañarme, de querer verme, de no poder besarme, y el caso es que sigo viviendo en el mismo lugar, y estudio en la misma ciudad, y retorno los viernes y salgo a los mismos lugares, y en Facebook me puede encontrar y mi Twitter hasta lo puede stalkear, pero no, él continúa igual, yendo de aquí para allá, nómada de profesión, nómada de sentimientos, sin hogar, sin lugar fijo, creo que aún no se halla, no se encuentra, no ve su vida tal como es, creo que aún sigue creyéndose muy joven y travieso, pero qué va.
   Terminé de tender mi cama y los pensamientos corrieron en tropel fuera de mi cabeza. Cansada, irónicamente, de pensar en todo aquello, caí sentada sobre la cama de mi hermana y sentí vibrar mi celular. Pensé que de seguro se trataba del grupo de la Universidad, o de mi amigo José, o quizás, quién quita, mi amigo el poeta con otro poema sobre la distancia que nos separa, pero no, esta vez me había equivocado, era él, el nómada. Ese hombre nunca me había escrito antes (en el año y medio que llevamos jugando a gustarnos) a la hora del almuerzo. De repente le atribuí la culpa a los pensamientos que hace apenas unos segundos habían salido de la habitación y que quizás habían ido en busca de él para hacerle ver que de vez en cuando aún lo recordaba y que no había pensado en lo que él me había dicho, pues no suelo creer en su palabra… 
   Mi sorpresa fue aún más grande cuando vi que su mensaje comenzaba con un: “Buen provecho, amor” y luego me ofrecía de postre (aunque yo aún no había ni desayunado) un: “¿pensaste en lo que te dije?”.
   Parece que mi nómada ya creció, y tiene memoria, y me sigue llamando amor

lunes, 24 de junio de 2013

Otro escrito para ti.

    Los primeros seis meses del año siempre me recuerdan a ti, por ello siempre espero que junio muera lentamente sobre la palma de mis manos, para luego permitir que el viento se lo lleve lejos de mí, lejos de mi corazón de hierro, ese que ahora teme antes de tiempo y desconfía de todo y de todos, ese órgano marchito y corrompido, lastimado y en recuperación indefinida. 
    El año pasado me pasaron muchas cosas, pero lo más grande que me pasó fuiste tú, fue nuestra historia, fue el amor que me hiciste sentir, ese que exploró laberintos desconocidos en mi interior y circundó las líneas de mi cuerpo adolescente, mientras yo aún buscaba mi identidad, mientras yo aún era inocente, mientras en la nada flotaban sueños e ilusiones y tus manos llegaban a destruirlo todo para crear nuevas expectativas: las expectativas de ser amada por ti, de besarte, de ser tu novia, de vivir felices por siempre. Mira nada más qué infantil, qué risueña, qué contenida era mi idea de la felicidad, mi concepto de plenitud, porque todo ello eras tú: el hombre más diminuto sobre la faz de la tierra, el gigante armado de mentiras y encantos, el villano del cuento de hadas, el cuentista, el novelista, el mago con sus crueles trucos de magia bajo las pestañas, el mismo hombre que creó y destruyó, que armó y desarmó el rompecabezas de mi corazón, primero por error y luego por diversión.

Que real es escribirte.
Siempre que me siento a hacerlo,
 fluyen mil formas distintas de contar lo que nos pasó.

Hablando de hombres y mujeres (para variar).

     Junio empezaba a tomar forma: los fines de semanas siempre nos reuníamos, comíamos algo y jugábamos juegos de vídeos. Esa noche, en especial, habíamos decidido comer unas deliciosas hamburguesas hechas por nosotros mismos y de bebida varios vasos de Coca Cola. Estábamos sentados en una mesa redonda, uno junto al otro y recuerdo que de repente la conversación fue a dar adonde siempre suelen ir las conversaciones entre hombres y mujeres:

— ¡El tipo se llama Christian y es el coño más perfecto del mundo!— exclamó Elena emocionada—, es perro, odioso, estúpido, malparido y todo, pero es bello el condenado y rico... le regaló una casa a la novia y todo...
— ¡Ay sí!— apoyó Amanda casi con el mismo entusiasmo—. Lo hicieron demasiado perfecto...
— ¡Eso es mentira!— intervine, mientras me preparaba mi hamburguesa—. Ese tipo de hombres no existe, leer esos libros daña la mente. Pónganse a leer poesía, tipo Neruda o novelas de Gabriel García Márquez, eso sí deja algo.
— Qué bendita webonada, vale, de verdad—reclamó Dante, bebiendo de su refresco—. Vamos a ponernos sinceros: a un tipo feo y pelao' nadie le va a parar bolas, ¿o sí?— y me miró a mí, a la más pendeja, como esperando que dijera algo al respecto:
— Eso... supongo que es cierto en parte, ¿no?
— Uy no, que el condenado tenga las uñas sucias— dijo María distraída.
— ¡Que huela a pocholín! ¡Qué horror!— dijo Elena.
— Eso es un matapasiones en potencia— admití riendo.
— Pero, ¿y si huele a pocholín pero tiene plata?— preguntó Dante con malicia.
— Que se meta la plata por el...— decía Amanda cuando Elena interrumpió.
— Si huele a pocholín lo veto de una, no llegaría a enterarme de que es rico— respondí.
— Ay, pero ya hablando en serio— dijo Elena acomodándose en la silla—, yo creo que una moldea a los hombres.
— Mi alma, no, ¿cómo es eso?— dudó Manuel, que permanecía callado junto a su novia Diana.
— Como Sabrina la bruja adolescente— bromeó María.

     Todos empezamos a reír.

— No, no, en serio, muchachos— insistió Elena—. Uno viene y le dice al chamo que no le gusta esto y aquello, y la webonada, y el chamo enamorado va y lo hace como uno dice y sin darse cuenta uno lo va medio moldeando.

     Mi madre, que recién acababa de llegar cuando Elena hablaba, la miró con cierta chispa de sabiduría encendida en las pupilas y le dijo las siguientes palabras:

— Vos no sabéis de qué coño estás hablando. Que moldear ni que molde, será cuando están de novios que todo es bello, amorcito pa' lla y pa' ca, te quiero y tal, pero cuando te casáis, esos bichos se transforman y se vuelven bestias.
— Ya viene ella con sus consejos deprimentes— dije, mientras todos reían a carcajadas—. Bueno, eso debe ser cierto y todo, pero a la final es la forma que tiene mami de decir las cosas.
— Ay no, señora, y yo que me enamoro a cada rato— confesó Elena—. Tengo como mil novios y ellos ni enterados. Además, no es tanto que no me paren, sino que, por ejemplo, mi novio principal ya tiene novia, pero la ridícula está lejos. Me van a disculpar, pero "amor de lejos, felices los cuatro".
— Esa es otra cosa. Si el tipo te gusta: o tiene novia, o esposa, o hijos, o tira pal otro lado. Ahora, si vos le gustáis al tipo, a vos no te gusta el pobre. Ley de vida. Aunque esa etapa de los "chicos malos", esa ridiculez ya está superada, una sólo pide que sea bueno, bonito y...
— ¿Barato?— terminó Diana en broma.
— Es que a los hombres les gustan las putas— dijo Elena, que parecía tener su propio monólogo montado allí en el comedor.
— ¡Hey sí!— apoyó Amanda—. Todos mis amigos del colegio y los de la Universidad salían con unas... bueno, que pa' qué te cuento, puras bichitas.
— ¿Y no les caías mal, por casualidad?— intervine—. Porque las novias que tienen mis amigos me miran horrible y les caigo mal sin que siquiera me conozcan.
— Casualmente yo les caigo bien, el problema es que ellas a mí no...
— Pero yo no estoy de acuerdo con eso, mis amores— interrumpió Dante—; bueno, yo admito que era así cuando chamo y uno se agrandaba cuando salía con una tipa así toda explotada, pero ya no sufro de eso, prefiero una chama así sencillita y educada.
— Yo creo que eso es inmadurez— dijo Diana—. Cuando maduren buscarán mujeres de buena calidad. La verdad es que ellos podrán estar con esas mujeres voluptuosas por un rato, pero dudo mucho que sea esa la mujer con la que se casen.

     Todos asentimos con la cabeza y Dante volvió a intervenir:

— Yo también creo eso, por ejemplo, Diosa Canales a mí no me gusta, muy, demasiado llamativa. Yo las prefiero así sin mucha delantera.
— Es algo muy subjetivo— dije.
— Es verdad— afirmó María.
— Por mí que no tengan nada en frente, pero por Dios santo que no sean unas planchas atrás...— dijo Manuel.

     Todos quedamos en silencio un rato, como meditando al respecto. Mi mamá ya se había retirado y sólo quedaban platos y vasos vacíos sobre la mesa.

— En conclusión, todos tenemos una opinión distinta sobre el tema— empezó Manuel, rompiendo con el silencio—, a mí parecer un hombre siempre elige la mujer con la que quiere enseriarse, pero la mujer dispone...
— O sea, la mujer decide si vais pal baile o no— dijo Amanda.
— Si te va a parar bolas o no, pues— intervino Dante con su peculiar forma de expresarse.
— Si tenéis vida o te toca ir directico a la friend zone— dije.
— Bueno, en fin, eso mismo— concluyó Diana fastidiada.

lunes, 17 de junio de 2013

... De la vida.

Él tan dispuesto a ser mi amigo, 
y yo tan dispuesta a comérmelo a besos.

viernes, 14 de junio de 2013

Mi primo de pinga.

   

   Mi primo se graduó de doctor el año pasado, pero creo que ya cree tener el título desde los tres años. Él usa lentes de sol tipo aviador, camisas de cuadros y barba de dos días, nunca dice que no y no duerme por las noches.
   Mi primo ha recorrido gran parte de Venezuela, es independiente y valiente, además tiene los ojos verdes. Salta de Valencia a Coro y de Coro a Ciudad Ojeda, aquí decidió quedarse por amor, y creo que siempre sigue a su corazón, pues he notado que los bolsillos de su pantalón siempre están cargados de una admirable voluntad de campeón.
   Mi primo siempre está listo para una foto y tiene algo nuevo que contar. Tiene un acento valenciano bien notable y suele arrancarle el alma al "mi alma". Para él muchas cosas son "de pinga" y decidió sustituir sus incontables SÍ por un ¡plomo! lleno de decisión. No sabe cortar tomates, escucha rap y rapea cuando está solo. Mi primo es todo terreno, y llegó al Zulia para quedarse. Por ahora, disfruto de su simpatía, pues el primo a veces es tan serio que me intimida... 
   Mi primo hace muchas preguntas y siempre tiene una respuesta para todo. 
   Ese es mi nuevo primo.

Para mi primo de pinga
Daniel B.

miércoles, 12 de junio de 2013

Permiso para enamorarnos.



Para Dana, Angelica, Alexandra y mi persona

     De ahora en adelante, ya no somos unas niñas, ayer nos dieron permiso para enamorarnos y, casualmente, hoy estamos lográndolo. Parece que correr por los pasillos dejó de tener sentido, esas pequeñas e inocentes niñas que fuimos, hoy, de repente, se han convertido en cuatro bellas mujeres y parece que todo va tomando sentido, y la vida, nuestros sueños, las metas, los estudios, el trabajo, parece que todo va encaminado.

     Ya no somos unas niñas, aunque a veces queramos seguir siéndolo, aunque a veces duela haber dejado los juegos atrás y extrañemos aquellos días libres de preocupaciones y rutinas, aunque, de vez en cuando, nos miremos mutuamente, dejando atrás las diferencias y caigamos en cuenta de que hemos crecido, y con ello han florecido las inseguridades, algunos complejos de altura o peso, la atención al maquillaje, a la ropa, a los hombres… sí, ayer me di cuenta de que ya no somos unas niñas, que dos de nosotras están comprometidas, que la vida ha pasado rápidamente, que yo he aceptado que amo escribir, que amo construir historias, así como una vez Angelica descubrió su amor hacia el diseño, o como Alexandra vio reflejado alguna vez en su padre su propia pasión, su sueño de usar el casco y las botas de seguridad, o, tal vez, como alguna vez Dana se imaginó haciendo justicia, vistiendo un traje costoso, luciendo un anillo rojo. Sí, me di cuenta ayer de todo esto, porque como que me llegó una idea clara: Tenemos permiso de enamorarnos, aunque en el proceso nuestros padres se opongan o se resistan a la idea de compartir a sus princesas, aunque en el transcurso de ese juego tan nuevo para nosotras, nuestras madres miren al elegido de reojo, buscando alguna cosa, esas que buscan las madres antes de preguntar: “Y, ¿a qué se dedica este muchacho?”.

     Hace tiempo que había querido escribir esto, y no considero una casualidad que la inspiración haya llegado justamente en el Día de la Mujer, y es que creo que todo tiene su explicación, hermanas: de aquí en adelante, seguiremos siendo siempre unas luchadoras, unas mujeres fuertes, de hierro, de plomo, de sueños propios, de complicidades, mujeres del empeño, de la constancia, del amor, de las metas, mujeres sin limitaciones, bravías, calladas, explosivas, inteligentes, seres sensibles pero firmes, seremos por siempre miradas suaves cuando se ama, miradas frías cuando nos lastimen, seremos, hermanas, mujeres de la misma pureza de nuestras madres y abuelas, de allí aprenderemos lo más importante, de allí tomaremos lo necesario y seremos, sin dudarlo, mujeres de sabias decisiones, eternas enamoradas de la vida, quinceañeras, novias, esposas, madres, profesionales, mujeres realizadas.

   Que los hombres que vengan a nuestras vidas sepan apreciar nuestras virtudes y aprendan a tolerar nuestros defectos, sepan, ustedes, quienes sean, que valemos mucho, que hemos esperado tanto tiempo justamente para saber elegir al mejor. Ya no somos unas niñas y podemos elegir, podemos observar, pensar, meditar, sí, podemos escudriñar un poco más; y mucho cuidado, ¡mucho cuidado!, nos gastamos par de padres dispuestos a todo por cuidar siempre a sus princesas.

     Hermanas, ayer nos dieron permiso de enamorarnos, y creo… creo que eso nos convierte en mujeres.


… la primera que se case, no sé cómo carrizo va a hacer, 
pero deberá darme cinco minutos para leer esto en la boda. Gracias.

Cuando me siento a conversar conmigo misma.

    

    Cuando me siento a conversar conmigo misma, siempre me atacan tus consonantes y tus vocales, creo extrañarte tanto que me hago la que no lo hace, la que ya lo "superó", sea lo que eso signifique, y siento miedo de volver a aceptar esta realidad que quema tanto que evapora lágrimas, que calcina sonrisas y poco a poco consume mi cuerpo tan cansado: Me volví a enamorar.
    Soy de las que cree que guardar los secretos, guardarte a ti, guardármelo todo es igual de sano que andar a contárselo a eso que llaman muchos su mejor amigo, aunque también sé que tengo amigos en mi pecho muriendo con cada día que pasa, hartos de oírme hablar tanto de ti en mis pensamientos y ver cómo luego me sacudo la culpa de tus compromisos como si nada. ¿Por qué nos quejamos siempre de las cosas que nos pasan? Sueles hacer que me pregunte a veces. He visto muchísimas sonrisas que ante mis ojos lucen infundadas, pero que son más reales que las mías, aunque a ellas las he fabricado con cuidado, tanto, tantísimo cuidado, que sin ellas mi expresión siempre parece molesta, y la gente pregunta: ¿por qué estás molesta?, y yo les digo: No estoy molesta (lo extraño). Lo extraño la mitad del tiempo, ese tiempo absurdo de mis absurdos, ese tiempo maldito y masoquista, el tiempo que no corresponde extrañarlo, lo extraño el doble, y hasta el triple, lo veo mucho, lo siento poco, a él, a ti, a millones que no son como tú quisiera verlos hablarme así, para pensar que no eres tan especial después de todo, para pensar que puedo darme el lujo de reemplazarte, de cambiarte como al día en un chasquido por la luna melancólica, la luna que te trae de vuelta, que te posa sobre mi almohada y te hace escalar como un niño travieso hasta mis oídos, buscando un espacio vacío, un lugarcito oscuro en mi cabeza para convertirse en pensamiento.
    Cuando me siento a conversar conmigo misma, te extraño... o me imagino a mí contigo. Resuena tu ausencia en las paredes y golpea con certeza mis sentidos. El anhelo se vuelve entonces necesario para andar en el día, y urgente para conciliar una especie de sueño ligero por las noches. Así de faltante resultas (aunque no te conozco del todo), así de tambaleante es mi tranquilidad. Lo mejor sería que me dispararas un beso certero o que, de una vez y por todas, mi perfecta memoria se termine por acostumbrar a tu ausencia indefinida

Te invito, sin compromisos.

    Hoy que no es tan temprano ni tan tarde, que quiero decirte tantas cosas, que te recuerdo no por accidente, sino por cumplir con la rutina, hoy que aún dueles, que me enloquece mi tremenda necesidad de dejarte atrás y me hago a la idea de que escribirte es la única salida, la más fácil, la menos dolorosa, la que se me da mejor y la más efectiva, ¿entiendes?, hoy que parece que todo conspira en tu contra, es perfecto para decirte estas mil cosas que en el pasado constituyeron un silencio cobarde de mi parte.
    Echo de menos tu música, verte tocar tu instrumento, creer que, de alguna forma u otra, tocabas para mí. Echo de menos aquella firme creencia mía de que jamás alguien como tú podría fijarse en alguien como yo, pues, en ese entonces, asuntos como mi edad y la tuya, o tu ocupación y la mía, eran claros obstáculos, o mejor dicho, claros límites que se suponía no debíamos propasar. El problema es que decidimos ser un par de rebeldes sin causa, y poco a poco fuimos creando una especie de relación informal, donde la atracción jugaba un papel principal y la lógica, esa cosita insignificante, era cruelmente ignorada por aquel remolino extraño que de a poco se formaba en mi interior.
    En aquel entonces, me hubiera encantado poder contarte de mis carreras, de mi pasión por la escritura y mi mala costumbre de no acabar con lo empezado; ya sabes, hacerte partícipe de lo que me gusta y lo que no, de mis amigos, de mis labios que eran intocables, de mi dificultad para enamorarme y mi profunda sensibilidad, aunque a ella sólo la pude conocer de verdad luego de vivir esa corta historia de amor contigo. Sí, porque lo de nosotros fue algo así, algo… que no he logrado definir. La verdad, nunca he hablado de ti en voz alta, eres esa parte oscura de mi vida que prefiero guardar sólo para mí, y sacarla a relucir cuando lo aprendido se me olvide o quiera escuchar buena música.
    Lo cierto es que tú nunca me llegaste a conocer tal cual como soy, y creo que eso es lo que más me molesta. Has de hablarle a tus amigos músicos de mí, me los imagino a los cinco riendo a carcajadas, fajados, con dolor de abdomen y todo, y está bien, ¡ok!, me da igual. La verdad, es que ellos no me conocen y tú tampoco, no sabes nada de mí, y eso me produce toneladas de fastidio, porque una vez creí en ti, en lo que decías, en tus promesas (por cierto, enfermas haciendo promesas), en tus cuentos de patán, de seductor, y tuve que venir, a mis cortos diecisiete años, a tragarme todo aquel altar que había montado en honor a lo que se suponía que eras. Resultaste no ser ni la mitad de aquello, y quiero decirte que está bien, con todo y eso de que soy dura como roca, impenetrable y reservada, déjame decirte que con todo y eso: aún te quiero, y te querré. Te querré siempre porque fuiste mi primer beso (a los dieciocho años, no me da pena decirlo). Te querré por siempre porque jamás sabré qué pasaba por tu cabeza. Te querré por siempre porque me brindaste algo totalmente distinto de lo que estaba acostumbrada; ¿que fue una basura, que fue un engaño?, sí, es cierto, pero aprendí tanto contigo. Aprendí sufriendo. Llorando aprendí que soy una idiota cuando me enamoro, que me vuelvo loca, que soy muy inmadura al respecto, que doy asquito haciéndome la interesante, de hecho creo que no lo soy, que nunca lo fui para ti… de hecho no lo creo, estoy segura. Estoy segura de que no te carcome la incertidumbre y mucho menos, repito, mucho menos, la culpa.
    La verdad, quería hacer de este loco atrevimiento, más que una carta de amor, una invitación sin compromisos a que me brindes un café, o me saques a comer, para que hablemos de todo lo que nos pasó, que fue poco, pero significó mucho para mí. Te invito, sin compromisos, a olvidar quiénes somos cuando nos deseamos tanto que quema, para así poder conversar pacíficamente del pasado, de cómo carrizo te decidiste a buscarme, de cuántas veces me piensas al día (si es que lo haces), ya sabes, sentarnos a conversar de nada, y sobre todo. Creo que ya es tiempo de darnos una tregua, un receso de tanta revisadera de whatsapp y de tanta recordadera inservible. Es tiempo, mi querido patán, de conversar un poco y decirnos adiós, otra vez. Por mi parte, creo que esta vez sí valdrá la pena mi resolución de olvidarte.
    Te invito, mi querido patán, un refresco. Así como te gusta a ti: sin compromisos.

Nada como romper con esas benditas barreras sociales.

domingo, 9 de junio de 2013

Accidente.

"A veces, silenciosamente, se me ocurre querer enamorarme de ti, pero ambos deberíamos saber que jugamos un juego muy peligroso y que, por lo tanto, estamos en peligro de salir afectados. 
¿Afectados? Preguntarías quizás.
Sí, porque el amor es una afección, te diría y que por más bonito que se escriba o más placentero que se sienta e incluso, por más felices que nos haga hoy, mañana, de igual forma y con la misma rapidez, puede arruinarnos las ganas de seguir apostando.
Por lo tanto, deja de ver mis fotos y decirme que salgo bonita, deja de nombrarme en más de un nombre y por casualidad, basta de esa palabrería que suena como indirecta pero se lee como una mirada en las pupilas, que se acaben los recuerdos que me hacen recordarte, las señales que tú mismo me contaste y las canciones que poco a poco nos enseñamos.
Que hoy se acaben todas esas muestras celestiales de que, sin siquiera darnos cuenta, muy lentamente, pausadamente y por accidente me va conquistando el enorme misterio de no conocernos."

... y... esto sería lo que te diría.

jueves, 6 de junio de 2013

... De la vida.

Debería salir corriendo al jardín como los niños cuando empieza a llover, 
eso me recordaría un poco el por qué le tengo tanto miedo a mojarme.

(a veces le tenemos miedo a ser felices)

Te acompaño desde acá.

   Te acompaño desde acá, hombre fugaz.
  Tengo miedo de voltear un segundo y no verte nunca más, por eso, quizás, te acompaño desde acá.
   Para no verte sin querer, para no encontrarte por casualidad, para no ganarle al tiempo ni dejarme ganar, por eso, y mucho más, te acompaño desde acá.
   Deberías saberlo ya.

....

    Estaba junto a él, allí, en mente y espíritu, aunque lo tenía a escasos treinta centímetros, no lo podía tocar, pero lo acompañaba desde lo más profundo de mi ser, desde donde se extiende todo ese amor sin fortuna, desde donde brotan ensangrentados sus jirones de piel marchita, su temor al injusto final (como el de Lorca), su agonía por verse, irónicamente, en esta misma situación.
    "No has perdido el tiempo luchando por mi amor, en cambio, el tiempo ha perdido su tiempo luchando contra nuestro amor", tenía ganas de decirle, mientras sujetaba su mejilla en la palma de mi mano y daba golpecitos leves en su hombro, en señal de que no estaba solo, de que no había muerte, en señal de que seguía con vida, de que estaba más vivo que nunca, más brillante de lo que alguna vez estuvo, pues hoy el escudo de la lealtad lo vestía completo, como un traje de gala, y de reloj llevaba la luna, para que la noche siempre lo vistiera con sus estrellas, para que no amaneciera y fueran exhibidos al sol sus sudores que enamoran como mariposas, que atraen como fragancias del bosque.
    "No llores, no llores tanto, amor mío, luego veremos cómo haremos para que estos pocos años de amarnos basten como razones para los que arremeten contra nuestro amor", en ese momento eran tantas las cosas que precisaba decirle, ya no con censura, ya no con temor, sino con una urgencia arrebatadora, con un grito ahogado o quizás, sólo quizás, con un centenar de lágrimas furiosas, porque verlo allí, tirado en el piso como un paño viejo de cocina, pidiendo tan sólo con la mirada un poco de misericordia, me crispaba la piel y retorcía mis entrañas, como abejas picándote los ojos, como hormigas comiéndote las manos...

No hay final,
al menos no por ahora.


Entre amigos.

   Hablando con unos amigos llegamos a tocar el tema de ese muchacho, siempre resulta bueno tener la opinión de un hombre en cuanto a este tipo de casos. Sobre la mesa —una pequeña y rectangular— yacían de forma desordenada tres vasos con refresco y hielos y un par de servilletas. Recuerdo que la luz entraba desde mis espaldas y alumbraba levemente las facciones del rostro de quienes ese día de junio me acompañaban: Manuel y Rebeca.
— Creo, o al menos espero, no estar enamorándome de él. Siempre me estoy quejando de la soledad, de mi vida tan dura, de que no tengo tiempo para nada, ¡ni para respirar! Que si los estudios, ir, venir, los viajes continuos— entonces, vi la intención de Manuel de interrumpirme y me apresuré a decir—: ¡Ya sé lo que vas a decir! Yo elegí hacer esto a mi manera, es cierto, pero eso no le quita lo complicado…
— Al menos eres fuerte— dijo Rebeca mirando a lo lejos, muy seriamente.
— No pareces ser de las que se enamoran mucho… bueno, en realidad no pareces ser de las que se enamoran reflexionó Manuel.
— Yo no sé de qué especie soy— bromeé, tomando un poco de mi refresco—. El hecho es que no estoy hecha de hierro, a veces me da por sentir esas cosas absurdas y estúpidas… e incómodas… y…
— Ya entendimos.
— Bueno, ya una vez me pasó, no sería tan tonta como para volver a enamorarme de alguien así, tan ciegamente. Sólo me pasó una vez y no pienso volver a caer en lo mismo. Mucho lloré, mucho me engañé, mucho me decepcioné de mí misma.
— El asunto es que nos volvemos unos imbéciles cuando nos enamoramos, y más a nuestra edad— dijo Rebeca. Apenas teníamos 19 años—, porque nos gusta eso de no pensar, de ser ciegos, sordos y mudos, nos gusta meter la pata, sentirnos incómodos…
— Creo que hasta nos gusta el rechazo, muy en el fondo— culminó Manuel.
— A mí no me gusta fracasar— le dije segura.
— Eso es lo que tú crees, lo que yo creo, lo que Rebeca cree, lo que todo el mundo cree, en fin… muy en el fondo, muy muy en el fondo a todos nos gusta el rechazo.
— No— insistí.
— De alguna forma nos hace sentir tan idiotas como vivos.
— Bueno, pero ese no es el asunto— intervino Rebeca al ver que Manuel y yo estábamos a punto de comenzar una discusión—, lo que de verdad nos interesa es que nuestra amiga no se quiere enamorar, pero creo que ya lo está.
— ¡No!— refuté—. De verdad que no, Rebeca.
— Estás en negación.
    De repente casi siento la mesa temblar y el mundo darse vuelta en un segundo, mientras oía a Rebeca hablar:
— Si fuera lo contrario a lo que pienso, justo ahora estaríamos hablando mal de nuestros compañeros de clase o divagando sobre cualquier cosa sin importancia, pero no, aquí estamos hablando de él. Que me parta un rayo ahora mismo, en este mismísimo momento si tú no estás enamorada de ese muchacho.
— Pero… ¿tú qué tanto sabes del asunto?— le pregunté—. Me considero muy atenta con las señales, y no creo estar sintiendo los síntomas de un enamoramiento…
— Bueno, yo sólo lo sé— entonces Rebeca miró a Manuel y Manuel la miró a ella. Fue una mirada breve, pero acompañada de una sonrisita fugaz.
— No entiendo qué quieres decirme, la verdad— me quejé, cruzándome de brazos y hundiéndome en el sofá.
— Y dices ser muy atenta con las señales— dijo Manuel irónicamente, tomando la mano de Rebeca con sutileza.
— ¡Pues sí!
— Cuánto ignoramos lo que nos rodea cuando estamos enamorados...— meditó Rebeca un poco sorprendida.
    Yo no podía dejar de preguntarme a qué se debía su impresión.