viernes, 22 de noviembre de 2013

Click.


   Y entonces sucedió. Sonrió. Y yo en vez de conocerlo entero, una vez más, empecé a deducirlo y eso era justamente lo que me gustaba de él: que cada vez que lo veía sonreír algo hacía click y cambiaba.
   Quizás cambiaba él, quizás yo. No creo que sea importante saberlo. Él tan solo debería seguir sonriendo, atrayendo el sol por instantes. No hay luz que seque más rápido humedades que el sol que él secuestra cada mañana para encerrarlo en sus pupilas.
   Y yo rendida. Su sonrisa es mi detonante, tiene chispa, no camina, anda, ese hombre anda, nada lo detiene, a veces mira. Rendida. Sí, rendida. 
   ¿Y cómo no estarlo? Si con su sonrisa en la cara sale a darle mordiscos al mundo para terminar de comérselo entero y llevarme a mí y al resto de pendejas consigo. Ay, cada vez que sonríe algo hace click y cambia el paisaje. Maldito hombre, se traga el orgullo para agradarme y abre la puerta al entrar, me toma de la mano, me escucha, no se queja.
   ¡¿Cómo no haría click mi mundo?! Si hombres de su tipo no existen. Si este hombre no es una especie, es único. ¡Claro que haría click! ¡Por supuesto que cambiaría algo en mí! 
   El tipo no evolucionó, nació perfectamente imperfecto y empezó a sonreír y todos le empezaron a aplaudir. Seguro está acostumbrado a ver mujeres rendidas como yo. Mujeres pidiendo tregua.
   Mujeres que le dicen: "Ya para de sonreír" y al siguiente segundo, le andan intentando sacar sonrisas a punta de cosquillas.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Hacer llegar a José, por favor.

  "Contigo, quizás, tendré que ser la necia que nunca he querido ser, pero tú también tendrás que ser el injusto, José, y aceptar sin tanto orgullo y con una pizca de resignación mi sencilla resolución: No descuides a alguien a quien le prometiste alguna vez, con mucho entusiasmo, no descuidar jamás.
   No sé cómo lucirá esto allá en Anzoátegui, pero aquí en el Zulia es un vacío mollejúo, así como el puente o tus playas, esas de las que tanto solías presumir en aquellas largas conversaciones que solíamos tener y que me he puesto a recordar con nostalgia durante este largo tiempo que llevamos sin hablarnos de cualquier cosa. 
   Sé que no soy la mejor para reclamarte de regreso, eso lo sé a la perfección, José, pero al menos deseo que sepas valorar este valiente gesto impulsivo de volver a escribirte, al igual que estas ganas inmensas de traerte de vuelta y recuperar aquellas llamadas telefónicas, aquellos encuentros por Skype, las infinitas conversaciones por el celular, también para disfrutar una buena conversación y seguir quejándonos de la distancia que nos separa, en fin, para lo que sea que queramos compartir, siempre y cuando aún puedas pronunciar mi nombre sin sentir rencor o sin que yo te suene o te sepa a pasado, ya que lo único que he sabido de ti es que eres feliz y, aunque eso me satisface mucho, confieso que yo aún sigo sintiéndome aquí, estancada, tiesa en el lugar de siempre, observando callada cómo la gente continúa, dando golpecitos de ánimo en sus espaldas.
   José, confieso que últimamente he sentido mucho miedo de terminar de perderme en tu día a día y, aunque luego me regañes por decir tonterías, quiero que sepas que soy sincera al decirte que creo que ya no me quieres en tu vida justamente porque compartimos una época de dolor, de decepciones amorosas y falsas alarmas; compartimos tantas desdichas personales que quizás ahora sólo quieres verme como algo más que tuviste que dejar atrás para poder continuar.
   Sea lo que sea, tu felicidad me da envidia, pero no esa venenosa envidia que nos hace malas personas, sino aquella que sentimos cuando se quiere ser igual de dichosos pero sin quitar la dicha ajena. Por ello, te deseo que sigas sonriendo.
  Este escrito, José, es más egoísta de lo que parece, pues lo he escrito más con la intención de desahogarme que cualquier otra cosa. A fin de cuentas, discúlpame también por eso."

lunes, 4 de noviembre de 2013

No te quiero así, sino aquí.

   

   
   ¿Qué haces conmigo?
   ¿Por qué no adviertes tu llegada?
   Ayer apagué mi celular adrede porque tardaste mucho en responder... y no es la primera vez que lo hago. Sabes que te he ofrecido cambiar pero... si tú no cambias, ¿cómo cambio mi cordura por la locura que tanto me pides?
   Cuando me conociste usaba lentes para leer y me acostaba a las nueve en punto. Ahora, ¿tú quieres a una mujer descontrolada y hermosa? ¿tú quieres que grite, que no piense?
   "Así es la gente enamorada", crees. No yo. No la de los libros. 
   "Tú no estás enamorada", dices. No de la loca forma que aspiras. Te quiero a mi manera, con lógica, con desgarrador realismo, con minuciosidad.
   Te quiero a manera de reflexión. A manera de silenciosa admiración. Como una espectadora meditabunda. Te quiero como querría un filósofo a su filosofía. Te quiero como una amiga avergonzada de su amigo.
   "Tú no te pones celosa", te quejas. No de la forma que te gustaría, pero sí a mi manera.
   Ayer me dijiste que me llamarías y me quedé esperando acostada en mi cama. La madrugada se hizo larga y tediosa... esa es mi manera de quererte: esperando en silencio.
   "Pero, ¿cómo me entero que es así que me quieres?", preguntas. 
   "Poniéndote en mi lugar", te digo, "... pensando: ¿qué no haría la mujer en que quiero convertirla?"
   Así, quizás, sabrías que te quiero con esta urgente necesidad de no demostrártelo.
   Así, quizás, descubrirías, que no te quiero así como me pides, sino aquí como ya no estás.

... de recordarte a veces salen cosas como esta.