jueves, 30 de julio de 2015

Renovado y celoso.


Así empecé la semana: sintiéndote renovado y celoso. Toxico y misterioso... de nuevo misterioso.
La propuesta había sido la siguiente: tú y yo, una cena, tú una cerveza, yo un mojito y la luna... sí, la luna nos vio esa noche y sentí que me apuntaba con su dedo, siendo testigo del encuentro, ese maldito encuentro.
Tú hablabas del trabajo y tu familia, me contabas de la descomposición de la sociedad, del carro que te querías comprar, tú relatabas una cantidad de historias alternas nada parecidas a lo que yo fui dispuesta a escuchar. Parecía que tu cerveza aumentaba tu renovado y celoso interés en mí, pero no te hacía perder la concentración. Y mientras tú que si la química cuántica que si pink floyd, yo que si ¿qué hago aquí?, qué extraño es este tipo. Y la luna con su mirada estrecha, y la luna desaprobándome y yo: no puede ser que no pares de hablar.
Si apenas ayer demostraste un renovado y celoso interés en mí. Si apenas ayer me invitaste a una cena extraña y fuera de lugar. Si apenas esa tarde pensaba en que no habría forma de acompañarte esa noche y ahora escuchaba tus monótonos temas de conversación, pensando en que, por la noche, nuestros compromisos se arrastrarían por nuestras camas para tirar de nuestros pies y llevarnos al infierno... pero tú tranquilo. Tú sonriendo, tú con tu maldita cerveza y yo fingiendo sonrisas, pensando que el problema no es lo que hablas, sino que lo que dices contradice tus acciones. Porque tus acciones me idealizan, tus acciones me pagan la cena y me llevan a casa, tus acciones son prueba de tu renovado y celoso interés en mí... pero yo callada, y tú que si el dolar a setecientos y yo que si alguien nos ve, de seguro no pensará que somos solo 'amigos'.
Y la luna reprochándome, la luna decepcionada...


a tu revonado y celoso interés,
idiota

Mirada cansada.

   

   Tienes un par de ojos cansados que a veces parecen mirarme sin querer mirar y yo pienso: Quisiera ajustar el cielo para que todas las estrellas se reflejaran allí. Reirías con mis ideas, yo me sorprendería con las tuyas. Seguro nos llevaríamos muy bien. Yo volvería a escribir.
   Te hablaría de mi colección de excentricidades, de la lluvia, del café y seguro tus ojitos, más cansados que nunca, me mirarían con halagador interés. Yo movería uno o dos planetas en tu dirección, atraparía la música y la pondría en tus manos, yo inclinaría el cielo un poco más cerca de tu cabeza y pondría a tus pies todas las playas del mundo, para que puedas vivir por siempre frente al mar, supongo que eso te debe gustar. Yo te arroparía con la luna, te cantaría tus canciones favoritas, ajustaría el universo para ti y si hiciera falta te protegería. Seguro estarías muy agradecido, seguro yo lo haría encantada. Tus ojos cansados dormirían en mi regazo, mientras combato contra el tiempo para que te deje en paz. Deberías descansar, no siempre puedes con todo, amor, no siempre es fácil ser el mejor.

para ti, que no paras.

martes, 28 de julio de 2015

... De la vida.

A veces, así por las tardes, entre las tres y las cuatro, muy descuidada y distraída en mis cosas, se me antoja algo dulce, un bocadillo, un abreboca o, para ser más exacta: tu boca.

... De la vida.

   Cuando Manuel me invitó a cenar, mencionó que sería en una terraza muy romántica y costosa. Manuel también se había ofrecido a buscarme en mi casa y, al llegar al sitio, sacó la silla de la mesa para que yo me sentara, mientras pedía el menú para que yo escogiera lo que quisiese. Manuel esperó por mí, mientras empezábamos el tema de conversación y al terminar de comer me preguntó si quería un coctel. Manuel, muy caballeroso, me ofreció llevarme a mi casa y, mientras yo me bajaba del taxi, le dije: "Envíale saludos a tu novia", y Manuel no dijo nada.

jueves, 16 de julio de 2015

... De la vida.

Allí estábamos tú y yo, planificando nuestros recuerdos, diciendo adiós antes de decirlo, queriéndonos más hacia el final, irónicamente, sí, queriéndonos más hacia el final. Allí estábamos tú y yo: organizando el adiós definitivo, no el futuro juntos, como suelen hacer las parejas. Allí, tú y yo, acordando las cláusulas, las bases, las reglas. Diciéndonos adiós, sin ganas de decirlo.

Inspirado por una amiga y su historia.

Extranjera del caos

     

Para María, la extranjera del caos.

     Así que María lloraba y Jorge la miraba a lo lejos. Cuántas ganas sentía él de acercarse a consolarla, de secarle las lágrimas, de contarle uno o dos chistes terribles pero muy bien intencionados. Cuántas ganas sentía ese hombre de agitarla un poco, de hacerla reaccionar, de levantar su mirada para que observase lo que la rodeaba: aquel paisaje abstracto y perfecto de la ciudad, la silueta de los semáforos, el ruido de los restaurantes, el olor a cigarrillo pegado a la invisibilidad del aire. Seguro María había notado todo aquello alguna vez, Jorge divisó a lo lejos que parecía ser una lectora asidua por su forma de vestir, la bufanda que no combinaba con nada y no venía al caso en esa época del año y las tres perforaciones en cada oído. "No se puede ser más lectora", pensó Jorge, mientras observaba cómo ella usaba su descolorida bufanda para secarse las lágrimas. 
   Los peatones, indiferentes como en toda gran ciudad que se respete, alcanzaban a mirarla solo unos segundos y simular que otra cosa y no los sollozos de aquella mujer era lo que los había hecho voltear. Rodeándola a ella, un aire extraño, no parecido al de la ciudad, sino más bien al de la comida casera, la comida hecha por tu mamá en algún pueblo a una o dos horas de la metrópolis. Jorge dedujo entonces, no tan seguro como lo estaba de sus madrugadas de lectura, que María era una extranjera del caos y que si no lloraba por un corazón roto, lo hacía porque la ciudad entera, maldita e irreverente, se la había tragado una docena de veces o más. 
    "Pobre María", pensaba Jorge, ansioso, inquieto, curioso. María parecía de esas mujeres profundas y calladas que enloquecen a los hombres con sus torpezas y defectos, ella indicaba ser de ese tipo que desconoce que su encanto principal son los nervios y la desconfianza. María parecía haber leído una o dos veces El Principito y tener un poema favorito en algún libro junto a su cama, cuya página conocía perfectamente, pero que aún así marcaba con algún viejo calendario de algún año que le trae recuerdos inesperados. A María parecía gustarle el café, las tardes de lluvia, la luna menguada, la astrología y los balcones... pero seguro la ciudad le estaba destruyendo de a poco los sueños y por eso ella hoy lloraba ante Jorge, sentada en aquel banco de cemento, postrada en sus dudas, encasillada su alma, bendita alma que a Jorge tanta intriga le causaba.
    "Maldita ciudad", se dijo Jorge ahora en voz alta, un extraño volteó a mirarlo de muy mala gana, pero él lo ignoró. "Maldita ciudad", se repitió, ahora en sus adentros, "te llamaré María, no por ser un nombre fácil de recordar, sino porque te quiero ver mañana y al día siguiente en todas partes". Y Jorge fue el domingo a la iglesia y le hablaron del milagro de la madre de Jesús. Y Jorge fue el lunes a la librería y vio en oferta el libro "María" de Jorge Isaac. Y Jorge fue el martes a un café y sonaba esa famosa canción de Santana con el mismo nombre. Y el jueves Jorge veía la televisión y volvió a ver aquella famosa película que contaba la historia de la archiduquesa de Austria: María Antonieta. Y así fue todos los días, uno tras otro. María estaba a donde mirara.