viernes, 30 de diciembre de 2016

¿A quién culpamos de hacernos tanto daño?

"¿Fueron tus gritos o han sido los años? ¿A quién culpamos de hacernos tanto daño?
Te conozco, te conozco quizás mejor que tú mismo. Sé que puedes pensar que esa declaración es una locura, pero creo genuinamente que es así. Sé de tus mentiras cada sábado y de tus huidas nocturnas, sé de tus cervezas y tus whiskys, del lunar entre tus piernas, de tus oraciones a la luna, de los regalos de año nuevo, de los preservativos en la basura y de tus ojos envenenados de lujuria. Sé de todo eso aunque al llegar pienses que lo ocultas todo volviendo a sonreírme como siempre. Sé de ti intentando mentirme, reconozco el tono de tu voz cuando dice la verdad y también cuando me oculta palabras, sé tanto de ti que es difícil a veces enterarme de cosas que no quiero saber solo con ver tu postura. Conozco tu espalda recostada sobre la cama, cuando ella me daba la cara e intentaba acariciar mi cuerpo imaginando otras dimensiones y otras texturas. Recuerdo ese vacío y la duda. Recuerdo la angustia y sin embargo no sé a quién echarle la culpa...
... A mí quizás por esperar tanto para abrir los ojos, a ti quizás por engañarme tanto hasta que no hubiera en ti espacio para otra mentira más. ¿Quién es el culpable? ¿Y por qué lo he defendido tanto? 
¿A quién culpamos de hacernos tanto daño?"

algo de lo cual no quiero hablar.

viernes, 23 de diciembre de 2016

Te hablé de mi balcón.

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   A veces por las noches, luego de darme un baño, con el cabello mojado, ligera de ropa y sin tantos problemas en la cabeza, suelo asomarme por mi balcón para encontrar con más rapidez tu recuerdo. La ciudad intacta y bella, siempre te evoca y en ella yo me sumerjo, formulando de nuevo las mismas preguntas de siempre: ¿qué será de su vida? ¿Y sus días? ¿Los vivirá con plenitud o en ellos falta luz? ¿Qué puedo hacer para tocarlo desde acá, desde donde mis manos siquiera lo pueden alcanzar? ¿Y sus ojitos? ¿Siguen medio cerrados o ya se cerraron por completo? ¿Sueña conmigo en las noches como yo le sueño en el día? ¿Qué fuerza tan misteriosa creó en nosotros esta suerte de guardia nocturna, pensante y amante, apasionada y adolorida? ¿Sus manos siguen vacías, o fueron cubiertas por otras pieles y otros amores? ¿Aún cree que soy hermosa o me encuentra ahora solo quieta y callada en la distancia? ¿Qué hombre es ahora y a qué creencias implora? ¿Le reza al Dios del que me habló o al que su madre con fervor cree? ¿Cuando se encuentra solo y se siente olvidado, qué movimiento ejecutan sus manos? ¿Cómo si quisieran alcanzar algo o como si por el contrario lo alcanzara a él el desgano? ¿Imagina mi silueta cuando el calor se asoma? ¿O ha sido tanto el olvido que ni a eso ha recurrido? ¿Qué tipo de reflejo proyectan sus ojos? ¿Melancólico o feliz, resignado o satisfecho? ¿Con qué hombre me encontraré cuando volvamos a vernos? ¿Y es posible volver a verlo? ¿O es que acaso al alma le bastan tan solo los recuerdos para llenar tantos años de quererlo? 
   Una vez te hablé de mi balcón, y ahora él me habla de ti cada vez que me asomo para sentir la brisa. 


   Qué irónico es recordarte siempre en el lugar donde tantas veces quise olvidarte...

martes, 20 de diciembre de 2016

El hombre honesto y ambiguo.


— Yo voy— le dijo a mi hermana con firmeza—, pero solo si ella va conmigo— y sus ojos sobre mí.
— Perfecto— le respondió ella, vendiéndome por una hamburguesa.
   Yo, llena de estupor, resolví ponerme de pie entre tumbos para acompañarlo hasta ese sencillo e improvisado puesto de hamburguesas al que ya habíamos ido un par de veces antes.
— Igual no pasará nada— solté con seguridad.
   Él dejó escapar una de sus sonrisas, empezando a seguirme, sabiendo que efectivamente nada sucedería en el camino, a menos que yo lo permitiera. Llevábamos mucho tiempo conociéndonos y ambos podíamos ser tan sinceros como fuera posible.
— Ponte el cinturón— le ordené, apropiándome de su cuba libre, el cual coloqué sobre el tablero sin quitarle mi mano de encima.
   Él arrancó, no sin antes colocarse el cinturón y adoptar cierta postura arrogante.
— ¿Será que puedo tomar de mi trago?
— No— le dije, sin soltar el cuba libre.
— ¿Y si pongo mi mano aquí?— me preguntó, colocando su mano sobre la mía y acariciándola, pensando que con eso lograría intimidarme como de seguro hubiera sucedido en el colegio... claro que en aquel tiempo no estaríamos hablando de un cuba libre.
— No me intimidas con eso— le dije relajada, sin inmutarme en lo absoluto.
   Él me lanzó una mirada y, volviendo su atención a aquellas calles tan oscuras y desoladas por las que manejaba, me confesó lo siguiente:
— He estado con muchas mujeres desde la escuela, las he besado, me he acostado con ellas, las he invitado a bailar, las he tocado tanto... y nada de aquello se compara con esto— y, mirando su mano sobre la mía, soltó una risita irónica—, ¿por qué me pasa eso?
   Yo, algo alcoholizada y sin ánimos de ponerme a filosofar, lo dejé hablar, dejé que se desahogara, solo eso. Ese muchacho llevaba días intentando concertar un encuentro solos él y yo, así que yo simplemente le decía "No lo sé", mientras mi mano pegada al cuba libre era su excusa perfecta para tocarme, aunque solo fuera de esa manera tan tonta.
— Creo que si llegara a besarte alguna vez, yo...— y entonces sonreía, como si se imaginara aquello en su cabeza, y yo lo miraba con tanto cariño que a veces me distraía verlo tan sincero y enamorado de mí—, creo que ese día sería el hombre más feliz del mundo.
— Creo que estás exagerando un poquito— le dije, y su mano aún sosteniendo la mía sobre aquel tablero.
— Sabes que no— me dijo, ahora serio—, en estos días ya no se conoce gente como tú y tus hermanas, ustedes son otra cosa, y por eso es que te quiero tanto.
— Yo también te quiero.
   Y entonces hubo un silencio.
— ¿Ya puedo tomar?— dudó.
— Hasta que no vea una hamburguesa frente a mí, no tomas nada— le dije, mientras levantaba el trago del tablero, con la firmeza de una buena broma entre dos personas que tenían mucho tiempo de conocerse y quererse.
— Qué problema contigo, Alana, yo siempre como un güevón termino haciendo lo que te da la gana.
— Así es la gente cuando está enamorada.
— Yo no estoy enamorado de ti— me dijo, y eso era lo que me decía siempre, y yo solo podía reírme como si no hubiera un mañana ante la ambigüedad de sus acciones.
— Claro claro...— dije, mientras él se estacionaba en un puesto ambulante de hamburguesas y tomaba finalmente ese tan deseado y amargo trago.

tú otra vez.

El amor cuando es sincero.

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El amor cuando es sincero, se entrega, no se reserva egoístamente, no te avergüenza.
El amor cuando es sincero no daña, no enferma, no guarda rencor.
El amor, si es real, se comparte con la persona amada, no se retiene ni se detiene, no te acobarda, sino que te da alas, porque el amor, aunque es compromiso, también es libertad.
El amor cuando es sincero, no cesa, no se detiene unos instantes para regresar al ruedo tiempo después. El amor cuando es sincero no se niega frente a los demás, no se pretende ocultar, no se atesora unos días y se echa a la basura el resto del mes. El amor cuando es verdadero es constante, no varía, no cambia, sino es solo para crecer.
El amor cuando es sincero, no es cobarde, sino que es valiente y se asume.
El amor, entre tantas cosas maravillosas e imperfectas, aunque a veces duele, no mata, sino que da vida.
El amor, como ese que dices que sientes hacia mí, cuando es sincero, no es un intento fallido o una bala perdida, porque el amor cuando es auténtico no genera duda, no causa molestia, no intriga, no confunde, no incomoda, sino que es certero y apunta directo al blanco, porque así es el amor cuando es infalible: es una verdad clavada en los ojos de quien ama y una certeza para quien mira. Así es el amor, al menos el real, el que invade, pero jamás abruma, ese es el amor al que le escribo hoy, el amor de verdad, el que necesita, el que da, el que comparte, ese que no se puede negar.
El amor cuando es sincero, acompaña, apoya, se preocupa.
El amor, al menos este que describo, cuando es sincero es omnipresente, porque una vez que lo sientes, siempre está allí.
El amor cuando es sincero, se admite, se reconoce, se coloca en palabras, se expresa, no se intenta dejar de sentirlo, no te llena de temor, sino que por el contrario te da valor. 
El amor cuando es sincero te presume, te enseña, porque el amor cuando es cierto, no puede disimularse, sino que es público y notorio, imposible de esconder.
El amor cuando es sincero, no se pretende con intentos absurdos dejar de sentirlo, sino que se enfrenta, se le abre la puerta, se le da la bienvenida, porque el amor cuando es una realidad, no te hace dudar.
...si tú me amas, no me dejes.
No me dejes sola.

domingo, 18 de diciembre de 2016

Línea de fuego.

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 Estoy en medio de la línea de fuego desde ese día sin fecha en que empecé a enamorarme de ti.
  Estoy allí de pie.
  Justo en medio, al frente y al centro, esperando la detonación definitiva.
  Siento tus ojos mirarme constantemente, pero no debo voltear a verles. Les tengo miedo, no quiero que ellos me hagan claudicar ni que al mirarlos despierte en mí la más mínima curiosidad, porque fueron ellos quienes en un principio dividieron mi alma en estas dos mitades tan ambiguas, dejando de un lado de la balanza mi razón, y del otro mi corazón.
  Debes saber que hoy y por ti, soy esta Alemania Nazi o esta Ruanda del ’94, sumida en tanta pólvora y destrucción, que a veces resulta complicado hacer lo correcto cuando tus besos me enseñaron tantas cosas que quisiera volver a repetir, pero que como un error maldito y nocivo, traerían consecuencias desafortunadas.
  No es sencillo para mí seguir reteniendo tanto, sostener esto tan gigante, o seguir intentando calmar tanta tempestad, cuando de un lado del campo de batalla te encuentro mirándome de nuevo como si me amaras, pensando quizás que ir a tus brazos no sería definitivo, pero al menos se sentiría bien un rato, sin embargo, no quisiera tener que mirarte desde acá, desde donde todo se está yendo a la mierda y es seguro y reconfortante a la vez, porque aunque me siento segura, quisiera aceptar el abrazo que tus ojos en seguida y sin precisar palabras me ofrecen. Decaigo: te quiero. Lo sé, te lo he dicho ya sin complejos, me lo has dicho tú igual…
  … pero, ¿qué hago? ¿Y cómo hacerlo, amor? Si todo este tiempo el asunto con nosotros es que quieres que me entregue al corazón cuando soy una mujer tan perdidamente enamorada de la razón, que me es imposible responder a veces preguntas que como un estallido irrumpen mi tranquilidad y me hacen pensar: ¿cómo pretendo querer a alguien con tanta lógica y sensatez, si de hecho quererle se siente como un peso justo en el pecho? ¿Qué hacer? ¿Qué hacer con tantas ganas de quererte y tan pocas razones para hacerlo? ¿Qué? 

E inmediatamente sé que 'nada' es la respuesta.

viernes, 4 de noviembre de 2016

... De la vida.

Estoy tan llena de tantas cosas incorpóreas: recuerdos, anhelos, nostalgia, incertidumbre, preocupaciones, amor... en fin, tantas cosas impalpables, etéreas y abstractas, que es difícil creer que pesen tanto en el alma.

El papel de idiotas.


   ¿Recuerdas aquellos días de marzo nublados por las dudas y los deseos reprimidos? ¿Recuerdas la expectativa, la duda, el desaliento? Tú y yo, inseguros en tantas cosas y tan seguros en solo una: nos queríamos, y aunque ya no me lo digas y tampoco lo escuches de mi boca, sé que sigue siendo igual.
   Diariamente siento que hago el papel de idiota, luchando cada vez más y con menos fuerzas con toda esa confusión y tristeza que dejó tu partida. Soy un agujero negro constante y repetitivo, mis espirales malditas me arrastran cerca de ti en la distancia, haciéndome olvidar por momentos que lo que no se recuerda no duele... y empieza el ciclo sin fin, la palabra silente, esta nueva yo incompleta, esta mujer que repite tu imagen en los largos caminos citadinos, quizás por costumbre rencorosa o masoquismo absurdo... y sin embargo sé que me quieres así: tuya en el pensamiento, de nadie con el cuerpo, perdida en tantas cosas que sea difícil encontrarme sin pronunciar tu nombre. Tu nombre que es ignición y combustión, trueno y lluvia. Tu nombre que me pregunta y responde, que es silencio perceptible, tu nombre que es eco y emulo inconscientemente un millón de veces, tu nombre que me sacude el cuerpo como un sismo y desorientada me hace llegar tambaleando hasta el inicio. Y el ciclo: el ciclo se dispara, y yo desarmada.
   Y ahora lo sé, ahora al menos sé que nunca fue suficiente no tenerte, porque es normal sentirse tan vacío cuando se está lleno de tantas cosas: trabajo, personas, responsabilidades, dolores de cabeza, leyes... y lo sabrás tú que en tu sitio debes sentirte como yo, y lo sabré yo, que diariamente vivo disimulando este dolor que en realidad me atraviesa el cuerpo con una bala y a veces me deja al borde del abismo pensando que haber vivido eso de nosotros fue un error, pero uno necesario, porque si bien quererte fue mi cárcel, no haberlo hecho habría sido la libertad más lógica y monótona. Sin embargo, no debería ser el vacío tan pesado y no debería yo guardar tantas esperanzas de seguir sacándole a este sonrisas falsas y miradas perdidas, porque ahora es este abismo angustiante lo único que nos une, y cuidarlo, protegerlo y custodiarlo, es lo que mejor podemos hacer en estos días perdidos en el calendario. Y lo sabré yo, y lo sabrás tu, que parecen cien años de soledad estos meses, y en realidad aún puedo contarlos con los dedos de mis manos...
   ... pero tú me quieres así, y así me tienes: perdida y sin poder hallarme sin ti, porque hoy sé que no ha sido suficiente no tenerte en mi vida, sino que por el contrario tu ausencia ha exaltado tu imagen y tu nombre, convirtiendo mi cuerpo en un reloj gigante que marca los segundos que restan antes de encontrarte.
   Te quiero, es cierto, y siempre habrá de serlo. Tus ojitos a medio cerrarse estarán así suspendidos en tus párpados eternamente e igualmente en suspenso penderá mi alma de tus pestañas, esperando que un día por debilidad o por resignación, vuelva a encontrarme con ellos, porque fueron ellos, aparentemente inofensivos, pero tan nocivos, los que crearon en mí una suerte de interruptor: prendiéndome a veces, apagándome siempre...
   ... pero esto era lo tuyo: la inconstancia, los nervios, el misterio. Lo tuyo era confundirme, callar siempre, sentir tanto y no decir nada, no colocar en palabras los anhelos, sino vivirlos con celoso egoísmo, hablar de la luna, de los astros, del sol y mirarme con tantas palabras atascadas en el corazón. Lo tuyo era solo decir lo necesario y en medio del silencio querer en exceso, lo tuyo era esto de nosotros que no llegó a concretarse, pero como el concreto se alojó en el centro de nuestra alma. Lo tuyo, y tú lo sabes, era andarse con cuidado en las cosas del amor...
...y vaya que tuvimos cuidado siendo los idiotas más enamorados.

(Este texto sintetiza varios escritos de hace algunos días, los cuales escribí en un viejo cuaderno, y tenían los siguientes nombres: 'Lo de él', 'Exceso de cosas', 'Vago fantasma', 'Mujer ornamento', 'Siempre estoy triste' y '¿Te sientes tan solo como yo?').

miércoles, 19 de octubre de 2016

... De la vida.

No es amor si no se comparte

lunes, 17 de octubre de 2016

¿Lo recuerdan, hermanas?

   

   Ustedes deben recordarlo: Bongo nos hacía cosquillas en la cara con sus patas, y nosotras, extendidas sobre el piso de la sala, rodábamos intentando no aplastarlo. Además, llamábamos 'estajadas' a las tajadas y mamá nunca nos corregía.
   Nos ofrecíamos a pasar todos los cassettes del Nintendo 64 a nuestros vecinos y coleccionábamos estrellas en Super Mario 64 con la misma rapidez con la que devorábamos aquellos duros fríos de pera con leche que vendía la señora Dalia, ¿lo recuerdan? Seguro que sí, comprábamos cincuenta y nunca eran suficientes, como tampoco lo fueron los Jet y los chicles ácidos que le hacíamos comprar por cajas a papá en La Ñapa, mientras él, igual de consentidor que siempre, nos llenaba de toneladas de palomitas de maíz acarameladas y Golpe. 
   ¿Lo recuerdan? Nuestra infancia estuvo llena de tardes y noches de dulces, así como de madrugadas de estajadas y videoparodias de novelas que inventábamos sometidas por el ocio. Comíamos Reinitas, Newtons y Pingüinos de Marinela como si no hubiera un mañana, a la vez que sacábamos papelitos para escoger quién sería la primera en irse a bañar, mientras cantábamos las canciones de Pokemon comiendo Corn Flakes con azúcar y leche en polvo.
   ¿Lo recuerdan? Seguro que sí. Correteábamos por aquella enorme casa, sin dejar de pensar que era extraña y algo intimidante. Jugábamos UNO y nos bañábamos en improvisadas piscinas inflables que papá expandía en el piso del garaje justo detrás de su camioneta para que nadie nos viera hacer tonterías. Hacíamos el remolino, jugábamos al tiburón y tarareábamos canciones bajo el agua para adivinarlas en la superficie, ¿recuerdan eso? Nuestros vecinos, todos ahora de veintitantos (como nosotras) y regados por distintas partes del mundo, salían todas las noches a patinar, manejar bicicletas y enamorarse, y nosotras, tímidas y reservadas como de costumbre, a veces los acompañábamos y a veces los veíamos a lo lejos.
   ¿Lo recuerdan? Mamá vendía nuestras cosas en ventas de garaje y nosotras correteábamos o patinábamos por los alrededores sin pensar en que algo malo pudiera pasarnos. Brincábamos entre esas tres camas perfectamente paralelas y hacíamos competencias sin sentido, lanzándonos peluches de un lado a otro, pensando que a aquella a la que se le cayera al piso Scooby Doo, Winnie Pooh o Wazowski, sería la perdedora.
   Ir a Maracaibo era de las mejores noticias matutinas, y nos encantaba ir al cine y ver dos películas seguidas. ¿Lo recuerdan? Intentábamos asustar a los miembros de nuestra familia con serpientes y ratones de plástico que nuestro padre compraba en quien sabe dónde. A veces íbamos a que la señora Gladys a comprar caramelos en 50 bolívares y luego abríamos el Crucero Exprés con la especialidad del día a la orden: pan con pollo al curry, ¿recuerdan ustedes eso? Jugábamos monopolio y pocas veces terminábamos porque nos aburríamos. El mejor escondite era el closet de abuelo, y nos arrastrábamos por el piso jugando ese famoso juego que inventamos: 'Esconde mayor', creyendo que, de alguna forma, lográbamos ser invisibles ante los adultos, creando señales y claves con algunos movimientos tontos de las manos.
   ¿Lo recuerdan? Creíamos (y con razón) en el ratoncito Pérez, y podríamos jurar que vimos un oso panda gigante en El Alto de Escuque, donde también conocimos el amor frito en unos deliciosos buñuelos que vendía un señor o una señora en su carrito en medio de la plaza Bolívar, sin olvidar las deliciosas barquillas que nos costaban 200 bolívares y por las cuales cada cinco minutos íbamos a mendigarle dinero a nuestros padres. 
   Comíamos obleas luego de escribir nuestros nombres en ellas con leche condensada y corríamos enloquecidas cuando nos mencionaban las fresas con crema. Veíamos Sailor Moon hasta que amanecía y luego esperábamos que papá despertara para que nos fuera a comprar esas ricas y grasosas empanadas en el Rincón de Daisy, mientras intentábamos por quincuagésima vez pasar Body Harvest y el Nintendo siempre terminaba por congelarse. Pasábamos nuestras vacaciones en aquella casa cerca de la Panadería California y cada noche íbamos a comer pizza en Mía Pizza, sin olvidar el aceite de oliva y el queso parmesano.
   ¿Lo recuerdan? Era sencillo ser feliz, y de hecho lo fuimos. Yo, ahora, tan solo espero que esa misma felicidad se mantenga, a pesar de las frustraciones y las dudas, a pesar de los veintitantos y sus responsabilidades, a pesar de que finalmente nos dimos cuenta que la vida no es fácil, pero que aún así vivirla con alegría es lo único sensato.
Las quiero.

martes, 4 de octubre de 2016

... De la vida.

Y a veces, en historias como la de nosotros, esto es más que suficiente: aprender.

martes, 27 de septiembre de 2016

Basta con culpar a quien dijo 'adiós' primero.

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   Hay cosas de las que no se debe hablar. Por ejemplo, estas ganas de hablarte o esa necesidad de saber que aquella conexión psíquica que nos unía antes de mi subversión, sigue intacta... a veces pienso que es ingenuo creer que nada ha cambiado y me atormenta la posibilidad de que, el día que decida volver a ti, ya no nos unirá ni separará nada, y entonces nos sorprenda lo fácil que será perderse en la vida del otro, no por decisión consensuada, sino porque ya no nos vemos reflejados en cada uno, y que irónico será ver todo eso pasar sin resistirnos o sentir dolor ni nostalgia al respecto, sino solo una silenciosa resignación a continuar nuestras vidas de la manera en que estamos destinados a hacerlo, aceptando que, a final de cuentas, logramos encontrarle sentido a cada cosa sin tener que escuchar nuestros nombres o recordar nuestros momentos juntos.
   Pienso que, si seguimos así como yo decidí que estuviéramos, tan separados en el tiempo y la distancia, finalmente será sencillo pronunciar tu nombre, sin que exista en el trasfondo de esa simple acción la más pesada carga de deseos y palabras reprimidas. Pienso que llegará el día en que finalmente recordaré esta pesada época que atravieso y sonreiré, porque entonces habré aceptado que no tenerte me hizo una mujer más fuerte, porque el dolor fortalece a las personas y las hace mejores, ¿sabías eso? Pienso que sí lo sabes, porque llegué a conocerte bien y nos parecemos en cosas que es difícil identificar si no prestas atención, pero que son tantas que cuesta creer que nos hayamos relacionado tan bien en las cosas de la vida. 
   Tú me lo dijiste una vez, me dijiste que nos parecíamos mucho y hoy creo que es cierto, de verdad lo creo... y pienso que eso nos unió más de lo acordado por el destino, y, a pesar de todo, estoy feliz de ello, porque cada vez que se quiere: se aprende a querer de nuevo, y contigo, que tuve que aprender a querer con más privaciones que las impuestas por mi ya de por sí cerrado corazón, puedo decir que te quise, con muchísimos errores, pero con sinceridad y sin arrepentimientos, y eso es a veces lo único que importa: querer con la verdad... 
   ... Pienso también que toda esa experiencia que nos unió durante tanto tiempo y silencio, aunque ahora luce como pura y auténtica tristeza, un día -solo Dios sabe cuál de tantos- tendré que reconocer que me hizo mejor. Mejor en aspectos que quizá ahora no pueda nombrar, pero que, cuando vuelva a querer a alguien más, estoy segura que me permitirán quererlo un poquito mejor.

y quizás te agradezca por ello en el futuro, pero ahora... 
ahora solo te extraño.

... De la vida.

Yo me quedo con el cariño especial, 
aunque sin ti.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Azul celeste.

 
Aún recuerdo nuestra época de Caramelos, tarareábamos sin parar ‘cuento una a una las estrellas’, mientras tu viejo corvette plateado nos llevaba de viaje por las mismas calles de aquella ciudad que fue tan de nosotros como cada botella de vino que lográbamos comprar con los ahorros de un mes. Tus ojitos, cafés por las mañanas y negros después de las seis, no se parecían en nada al cielo, sino al infierno, pero me gustaba imaginármelos del color del destartalado y clásico automóvil que manejabas sin licencia cuando tu mamá, alcahueta hasta la médula, te lo permitía a escondidas de tu estricto padre. ¿Recuerdas? Hacíamos brownies improvisados con mezclas prelistas que comprábamos en el supermercado del centro, y de regreso siempre decíamos que casualmente en la calle Bermúdez quedaba esa heladería que era parada obligatoria solo por ser vista por nuestros ojos, sin pensar que para entonces creábamos a propósito casualidades para coincidir en cada rincón de nuestras vidas, pensando que canciones como Lamento Boliviano y Noche de entierro sonarían perpendicularmente en cada local que invadiéramos con nuestra loca sed de aventura, porque en aquellos años tan llenos de tiempo libre y tareas pendientes, disfrutábamos de la creación de buenos momentos, para recordarlos días como hoy que la nostalgia ataca sin aviso… ¿y cómo no? Si aún recuerdo el cielo que nos cubría aquel mes de septiembre. Tú mirabas aquella inmensidad con cierto suspenso que me provocaba más diversión que curiosidad, y entonces reflexionaste en algo que si bien no guardaba mucha lógica, de alguna manera encerró para mí en palabras todo lo que veníamos viviendo juntos: “El cielo no es azul, ni celeste… es azul celeste”, y yo a tu lado escuchando eso, tomando mi soda, me levanté impávida de la acera y te miré para decirte: “Pues, azul celeste será”. Y así fue. En aquel tiempo tan lleno de inocencia, no tenía energías para pelear, en cambio, concentraba mi atención en exprimirle el jugo a cada oportunidad de verte, sabiendo, sin saber  por qué, que en algún momento toda esa magia de nosotros se esfumaría, ya fuera por tu ausencia o la mía, por los estudios o el trabajo, o el país, o mil cosas más. Sin embargo, aunque fui consciente de esa realidad no tangible durante mucho tiempo de tenerte y no soltarte, llegado el momento del adiós, igual dolió. Dolió justo en el pecho, en el centro de mi cuerpo, dolió como si algo se quebrara y no tuviera reparo, justo como si de repente, una tormenta hubiera nublado mi azul celeste para siempre, tornándolo del gris más oscuro en la escala de colores y también, para mi desgracia, el más doloroso, si es que es posible, después de los dieciocho, que un color pueda remover en alguien tanto pasado y cariño.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Celos de querer y no tener.


   No quiero compartirte con nadie... pero no puedo evitarlo, ¿sabes? Es frustrante no poder controlar quién te ve, quién te desea (aunque sea en silencio) o siquiera quién te piensa con intenciones de acercarse a ti para intentar romper las barreras que alzas ante el mundo, pues pienso que, si una vez yo fui capaz de hacerlo, otros pueden lograrlo también y entonces eso significaría que te perdí, quizás para siempre, aunque la verdad nunca fuiste verdaderamente mía, sino de tu loca libertad e independencia, que por más que me encantaba eso de ti, también me mantenía intranquilo, porque te conocí tímida e impulsiva, callada y conversadora, te conocí sin maquillaje y con él, de mal humor y dispuesta a seducir a cuanto hombre se te atravesara, te conocí de tantas formas y maneras que no era capaz de adivinar en qué momento te irías de mi lado sosteniendo la mano de otro pendejo que, como yo, se hubiera enamorado de la belleza de tus alas, de tu incapacidad para el romance y la profunda sensibilidad de tu corazón, imperceptible para muchos y tan evidente para mí.
   Sí, sé que he dicho que no quiero compartirte con nadie, pero quiero verte feliz... aunque eso signifique verte con otro idiota, y no con este que te celará hasta el final de sus días, preocupándose por tu bienestar, preguntándose con quién bailas, con quién compartes tragos o a quién llamas por la madrugada en busca de seguridad, porque te conocí insegura, torpe y perfecta, adiestrada por la vida para responder inteligentemente a cada una de mis estupideces sin dejar de ser dulce y amarga a la vez, deliciosa, lo mejor de ambos mundos: el que te acaricia y el que te golpea.
— Nunca dejaré de sentir celos— te digo, cada vez que salimos a bailar en grupo o me entero de que andas repartiendo por la calle, con esa indiferencia tan tuya, todos tus encantos—... aunque ya no sienta nada por ti.
— ¡Já!— responderías con ironía, siempre intentando pensar mal para no equivocarte.
   La vida después de nosotros te había hecho más cruda y realista de lo que alguien pudiera imaginar, con tan solo veintidós años.
— Los celos y el querer son la misma cosa— pensarías, seguro—, van tomados de la mano. Todos sentimos celos de tanto imaginar, pero mira... tú tienes una ventaja.
— ¿Cuál?— esperarías que preguntara.
— Me demoro mucho en querer a alguien, así que despreocúpate.
— ¿Y cómo sé que justo ahora no andas enredada con otro pendejo?
   Tú me mirarías, siempre siendo conmigo tan tú, que al menos podía restregarle eso en la cara a los 'recién llegados', y finalmente me dirías:
— Ese es el asunto: nunca lo sabrás— y sonreirías, orgullosa de ser tan reservada y guardar tanto misterio, el mismo que durante años completos de dudas e incertidumbre me daba ganas de arrancarme el cabello de la cabeza.
   ... pero así eras tú: difícil de marcar, pero tan jodida y libre que a veces me hacías sentir miedo de nuevo, porque siempre sentiré estos celos del quererte, celos de necesitarte a veces, celos de no saber de ti e imaginar cada mierda más bizarra que la otra, celos de no saber si ya te enamoraste, si besaste a otro, si sigues usando esa falda de encaje para hipnotizar otros ojos... no sé, celos... simplemente celos del querer. Querer verte feliz -aunque sea con otro-, pero sin tener que perderte, ¿entiendes? Celos porque tu dulce locura puede enamorar a otro hombre con la rapidez más fastidiosa que pudiera concebir, sí: celos, porque no quiero compartirte con nadie...
... y porque, en mi cabeza, seguirás siendo siempre mía.
a nosotros.

martes, 20 de septiembre de 2016

... De la vida.

Qué tendencia a ser efímero tiene lo definitivo...

lunes, 19 de septiembre de 2016

... De la vida.

... Y mi dolor, conozco bien mi dolor, pero a veces lo dejo a un lado para vivirlo a través del dolor de otros.

Espero que encuentres Cali.

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   ¿Has oído sobre eso? Ese tipo de cosas pasan en la vida real, lo sé, lo viví, y cuando vives cosas así: emigras... y no, no me refiero al concepto meramente jurídico y formal de poner un sello en tu pasaporte, sino de empezar a adoptar nuevas creencias y volar desde ellas. ¿Ves? Solo hay que mirar un poco más allá, porque en las cosas que parecen comunes a simple vista siempre se esconde alguna rareza esperando con ansias la admiración de alguien capaz de entender la verdadera belleza, y no, de nuevo no me refiero al concepto superficial y vacío de ser 'bello', sino a esas cosas que te atrapan y te dejan pensando... pensando aparentemente en tonterías, pero en tonterías que se parecen más a la vida que la vida misma. 
  Oye, admiro tu valor, cuando ejecutabas tu despedida con la torpe meticulosidad humana y luego solo reías porque en el fondo del eco de tus palabras repicaba siempre la voz escandalosa de una abogada loca que te hablaba del dulce aroma de los libros y de la importancia de las dedicatorias. Lucías confundido, pero divertido y eso era todo para mí, en serio... y por eso siempre admiraré tu coraje, así como admiraré los largos viajes convertidos en aventuras y a quienes, como tú, los emprenden con optimismo e incertidumbre, creyendo que la vida siempre tiene deparadas para ellos experiencias misteriosas y maravillosas.
   Admiro el aprecio instantáneo y sincero que adquiere un libro cuando es regalado a toda prisa para ser leído con expedita nostalgia en el camino, y las dedicatorias improvisadas en una pizzería a las diez de la noche, mientras la misma abogada (más dada a las letras que a las leyes) habla del cosmos y la literatura, al evocar su sana locura entre risas.
   Me deleita también esa historia tan familiar y tan tuya, ir a Cali en busca de respuestas que irónicamente has llevado en la sangre desde la concepción. Una historia que fácilmente podría haber escrito el Gabo sobre un venezolano con un pasado atascado en las costas de una Colombia que hizo obligatoria la segregación y la precoz independencia de niñas que como tu mamá ahora buscan nombres, recuerdos y costumbres perdidas en el tiempo infinito del ADN, que no caduca ni muere, sino que por el contrario se fortalece, y lo sabrás tú, tú que soñaste ese viaje la noche anterior y hoy vas rumbo a su materialización. Ojalá así de rápido se cumplieran todos los sueños.
   Admiro el tesoro recién adquirido de la promesa, una mujer que quizás te espera, un cariño cuarteado por el destino y al destino mismo por incierto y por conocido. Necesito estos azares de la vida y tu tranquila sencillez para calmar mi ímpetu. Requiero historias como estas para contar y olvidarme de mis propias lágrimas, cafés con gente interesante, canciones que me hagan sonreír, esperanza... solo esperanza, que tanto vale en este mundo tan lleno de guerra y desidia. Necesito tanto con tan poco en las manos y aún así me siento maravillosamente recompensada, porque admiro las despedidas y a quienes buscan las palabras perfectas (aunque no existan) para ejecutarlas.
   Respeto el adiós y esa capacidad que tiene de navegar en lo profundo de cada quien para hacerlo reconocer lo que tiene en frente como si ya fuera capaz de extrañarlo. Te respeto a ti y la historia que buscas reconstruir, y es por eso que espero que encuentres Cali... y respuestas, y amores, y más libros, y más canciones, y costas, y horizontes y... todo. Encuéntralo todo y luego me cuentas qué tal, porque sé que entonces habrá valido la pena. ¡Encuentra Cali!

espero que pases por aquí de camino a Cali...


jueves, 15 de septiembre de 2016

Las rosas llegaron tarde.




   Las rosas llegaron tarde, justo cuando no precisaba sentirme amada como antes, demasiado tarde para enamorarme, con tanta demora llegaron tus rosas que no sentí tristeza ni lástima, sino rabia, auténtica rabia por esa costumbre tan básica de los hombres como tú de concentrar toda su atención en aquello que ya ven perdido, quizás solo para decepcionarse más, o ver a la persona regresar... Sin embargo, tus rosas llegaron tarde, con el retraso de tantas esperas y lágrimas que por un momento se acumuló de golpe un rencor caliente en mi garganta y me sentí lista para gritar que las rosas no se regalan después de la ruptura, sino antes de siquiera considerarla... sí, tus rosas, tu carta de agradecimiento, todo ese minúsculo esfuerzo tuyo por recuperarme o sentirte mejor por arruinarlo todo, llegó demasiado tarde, y lo supe cuando de tus rosas se desprendió un aroma agridulce a arrepentimiento y pérdida, como si en ellas hubieras concentrado todas las esperanzas de intentar hacerme feliz de nuevo para sentirte mejor, aún sabiendo en el fondo de tu corazón que ya me habías perdido de todas las maneras en que puede extraviarse una mujer en la vida de un hombre... sí, y lo supe cuando al verte entrar por esa puerta con ese ramo de rosas tan hermosas, solo pude pensar en el día en que estas se marchitarían, imaginando que justo así estábamos nosotros: tan dañados, tan muertos, tan acabados y con tan poco de aquella belleza del amor, que pude saberlo de inmediato... saber que ya era demasiado tarde para rosas o cartas, así como lo era para besarnos o querernos... saber, como tú también lo sabías, que esas rosas en realidad eran más para ti que para mí.

                                                                                                                                         A Patricia

martes, 13 de septiembre de 2016

El argumento perfecto.


   Sé que no soy imprescindible para ti. Nadie lo es. Todo pasa, ¿sabes? Sé que sigues yendo a bailar los fines de semana y tomas un mojito más por ti que por mí, sé que sigues creyendo que el amor es la basura más contaminante de la tierra y también la más buscada por los mortales, sé que con la luz apagada imaginas nubes a la altura de tu cabeza e intentas morderlas... tal como era cuando yo estaba a tu lado. Sé que sigues viviendo tu vida igual, que guardas tus películas subidas de tono en un cajón de madera con llave y que las ves cada vez que te da ese ataque de ser un villano de telenovelas. Sé que sigues encontrando placer en otras faldas y yendo a reuniones con amigos, tanto como sé que la comida te sigue sabiendo igual y que tu media sonrisa de cinismo y ternura dominará el mundo en  el año dos mil veintidós. Sé que sigues yendo al gym para crecer como un idiota sin nada en la cabeza, así como también sé que ese silogismo te explota las bolas. Sé, sin tenerte cerca, que seguirás escuchando esas canciones con tanta melodía a nosotros y que para hacerlo no precisarás tenerme a tu lado. Sé, y no me duele esta certeza, que seguirás metiendo tus manos bajo las blusas de cien millones de mujeres como yo, pero también sé que ellas nunca te hablarán de la vida como lo hacía yo. Lo sé, y quizás en eso sí sea imprescindible para ti, porque esas teorías conspirativas que formulábamos, el genuino interés por saber de tus asuntos, hablar de fútbol a pesar de mi carencia de conocimiento, la construcción de hipótesis, nuestras repreguntas, hasta el silencio, sí, hasta anhelarás nuestras conversaciones tan llenas de silencio y de miradas que olvidarás el nombre de esa que te acompañaba, y quizás en eso sí sea imprescindible para ti, porque nadie descifrará tus silencios como yo, porque aunque la vida da muchas vueltas y todo cambia y las personas evolucionan, la tierra fértil hace crecer plantas, los estudios avanzan, las enfermedades aumentan, sentimientos mueren, canciones dejan de tocarse, sí, todo eso es cierto, pero nunca, nunca y debes leer esto bien: nunca ninguna de esas mujeres te llenará el alma como lo hice yo, y quizás solo en eso sea imprescindible para ti...
... y me es jodidamente satisfactorio saberlo.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Desde que nos dijimos adiós.

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Desde que nos dijimos adiós no solo he aumentado 4 kilos, sino que también me he vuelto adicta al café, lo sé porque no tomarlo me ocasiona fuertes dolores de cabeza durante el día. Desde que nos dijimos adiós, he leído tres libros de Gabriel García Márquez y he encontrado allí razones para seguir odiando y amando tu recuerdo. Desde que nos dijimos adiós, me he vuelto una workaholic, lo que irónicamente, también me ha ayudado a conocer nuevas personas. Desde que nos dijimos adiós y no sé por qué razón, los semáforos me susurran tu nombre, eso quizás porque mi ciudad nunca antes había lucido tan parecida a alguien. Desde que nos dijimos adiós, mi papá me ha preguntado más de un par de veces en qué pienso tanto, y siempre tengo que inventarle algo, o acudir quizás a mis audífonos, quienes han sido fieles compañeros en este camino. Desde que nos dijimos adiós, me he vuelto algo adicta a las redes sociales -lo admito- y la batería de mi celular dura el doble de tiempo. Desde que nos dijimos adiós, cada vez que algo me ocasiona mucha risa, me detengo en seco varios segundos después, quizás por respeto al vacío que dejaste y que me acompaña sin falta a donde vaya. Desde que nos dijimos adiós, me he emborrachado una vez -la primera- solo por ociosidad, y varios asuntos me preocupan, aunque la verdad, de un tiempo para acá, prefiero la preocupación que estarte pensando a cada rato... y eso solo lo sé desde que nos dijimos adiós...

... De la vida.

Réstale a mi soledad los minutos en que me haces en ti pensar.

martes, 6 de septiembre de 2016

Prohibido leer entre líneas.

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   Confieso que pensé que Manuel solo quería llevarla a la cama, conocerla allí extendida sobre las sábanas blancas de un buen hotel marabino y 'matarse las ganas'. Pensé que Manuel no sufría, sino que solo deseaba con morbo poder tocarla para olvidarse de una vez por todas de ese asunto con nombre de mujer... sí, pensé tantas veces que Manuel saldría ileso de esa historia sin comienzo, que no me preocupé pensando en que esas bromas entre nosotros o esas miradas de él tan dedicadas a la ardua labor de observarla, se convertirían en esto que hoy Manuel se atrevió a resumir en dos palabras que juntas y en su situación solo pueden significar una cosa: Catástrofe amorosa.
  'Necesito verla'. Sí, él usó esa palabra. Necesidad. Manuel necesitaba ver a la mujer que lo hacía temblar tanto como su pareja, esa misma que no podía sacarse de la cabeza y aparecía ante él a veces convertida en sonidos o fragancias. 'La extraño demasiado', continuó, y su preocupación se hizo extensiva a mí. 'No es normal necesitar ver a alguien', le dije. 'No lo es', reconoció, consciente de su problema, '...al menos no lo es en mi situación'.
  Sí, Manuel tenía 'una situación', con otro nombre de mujer y varios meses de antelación. La situación de Manuel, por suerte, no sabía nada de la otra mujer y Manuel no pensaba decirle. '¿Qué quieres hacer?', le pregunté, observando el surco que formaban en su frente las arrugas causadas por la preocupación. 'Decirle cómo me siento', me dijo, entre firme y dudoso. Yo solté un suspiro, viendo escenas rápidas y contundentes reproducirse en mi cabeza. 'Dile', terminé por soltar. '¿Y después qué?', me preguntó con una exhalación. 'Eso nadie lo sabe'.
   Manuel quería poder quitarse el peso de ese gusto prohibido de encima, poder decirle a ella, mirándola a los ojos, que ellos no eran amigos nada y que él el noventa por ciento de las veces solo pensaba en besarla. Manuel quería, no solo para él, sino para los dos, poder hablar libremente de esa necesidad suya por ella, y que la verdad acabara de una vez por todas con esa costumbre tan cobarde suya de callar siempre lo que en verdad siente. Sí, Manuel quería para él, tanto como para ella, que las lecturas entre líneas fueran erradicadas entre ellos y que pudieran hablarse con absoluta sinceridad, porque lo de él no era un amor platónico o un requerimiento carnal, lo suyo era cariño, quizás vestigios de amor en su etapa menos grave y dolorosa. Sí, eso de Manuel era el comienzo del infierno, eso me quedaba claro, pero a veces -y créanme que lo sé-, al corazón hay que darle las palabras que precisa, y no solo dárselas, sino permitirle gritarlas a la persona indicada. Sí, al corazón hay que darle palabras, alas, libertad quiero decir, dárselas y luego atenerse a las consecuencias, porque no hay nada que alivie el mal del silencio como poner las palabras correctas en el orden correcto, para ser entregadas a la persona correcta.
   Así que dile, dile, Manuel, y ya después veremos cómo se va todo a la mierda...

al hombre que morirá de una arrechera.

martes, 30 de agosto de 2016

... De la vida.

¿En qué momento el amor nos volvió locas, hermana?

¿Por qué no puedo estar tranquila estos días?


     Amor, ¿por qué no puedo estar tranquila estos días? Estoy tan cansada. Te busco en cosas que nada tienen que ver contigo y en las que son tan parecidas a ti que asquean desgasto mis recuerdos... estoy tan cansada de pensarte tanto, todo el día, desde el momento en que abro los ojos cada mañana, mientras levanto mi cabeza de la almohada, al colocar mis pies sobre el frío granito, caminando al baño para lavarme la cara, yendo a la cocina para devorar mi desayuno y de regreso a mi habitación para intentar 'despejar' mi mente un momento con la televisión. Te pienso poniéndome el maquillaje, colocando ese perfume que tú sabes en mi cuello y justo bajo el lóbulo de mis oídos, te pienso mientras me pongo mis tacones, tomando las llaves de la mesa, bajando las escaleras y de camino al trabajo: te encuentro en las nubes, o cuando el día está lluvioso, te encuentro en la bruma. Como ves, no es difícil hallarte. 
     Amor, estos días tan nefastos de tu ausencia, te encuentro más vivo que nunca en expedientes, en leyes, en contratos, en firmas, en tinta, sellos y perforadores, te veo en mi escritorio, como queriendo llevarme a tomar algo, te imagino rodeándome con tus brazos, tomándome de la mano con una sonrisa. En cualquier momento, aunque no quiera, me reconozco perdida en ti de nuevo, y no puedo evitarlo. Ayer, por ejemplo, te encontré en una película que vi y casi pude sentir ese frío cálido que nos envolvía aquella vez en el cine, ¿recuerdas?... pero estoy tan cansada, cansada de eso, de encontrarte sin buscarte, de pensarte sin querer, me tomaste y no quieres dejarme, deseo tanto acabar contigo de una vez por todas, pero no estamos dispuestos. Creo que no estamos dispuestos aún a desatar el nudo que nos mantiene queriéndonos como dos tontos.
     Amor, te pienso siempre cuando ataca la tarde, ya sea un lunes cualquiera o un fin de semana: me asaltan tus ojos en el trabajo, en el centro comercial, en el apartamento, en casa, en una salida casual, me atacan tus manos por las noches, mientras me echo crema en el cuerpo, mientras peino mi cabello, quitándome el maquillaje, colocándome la pijama, lanzándome sobre la cama, me dejas mirando el techo sin motivo y en mi cabeza pasan mil cosas: se encienden y apagan universos, inician y acaban guerras, creas y destruyes países con sabor a tus labios, abres y cierras dimensiones desconocidas, haces posible lo imposible... sí, me tienes más cerca de ti de lo que imaginas, pensándote hasta el cansancio cada día, a veces con amor, a veces con rencor. 
     Me tienes así, tan tuya, tan de nadie, de nuevo atravesando este infierno que me tiene tan cansada, tan exhausta de siempre verte en la silueta de cualquier cosa, en la sombra de cualquier objeto, en el sonido de cualquier silencio. Estoy cansada de dibujarte y desdibujarte con mis manos vacías, cansada de hablar de pasiones y sentir tu nombre hundirse en mi pecho, sí, harta de esto de quererte en el descuido, de mis decisiones maduras, cansada de tanta mierda tuya y mía, de repetir tu nombre con mis labios y por accidente, cansada de reproducir esta triste rutina de extrañarte hasta que arden las yemas de mis dedos, estoy tan cansada de todo eso, y, aún así, aún reconociéndote como mi enfermedad, no puedo dejar de preguntarme, ¿por qué no puedo estar tranquila estos días?
¿puedes responder?

... De la vida.

— Coño, ¿y su nombre cómo lo sabe el 
viento?

— Quizás tus suspiros se lo susurraron.

lunes, 29 de agosto de 2016

... De la vida.

No encuentro placer en los amores convencionales, esos que inician, continúan, acaban o se hacen costumbre. 
Por ese tipo de amores, difícilmente acceda mi corazón a perder la cabeza.

Días como hoy.

   Hay días como hoy en los que te extraño, quizás, un poco más de lo normal, días en los que, tan solo con abrir mis ojos por la mañana, sé que te extrañaré a cada minuto. Hay días, como este de hoy, en que tu aliento parece calentarme el cuello y tus manos nerviosas recorrer mi cuerpo. Hay días, días como hoy, que tus besos me dejan soñando despierta en cada rincón de mi vida, obligándome a reconocer que no quedan fuerzas en mí para seguir negándome a cada cosa que lleva tu nombre, porque aún a estas alturas encuentro placer en el recuerdo de tus ojos a medio cerrar o a medio abrirse (nunca lo supe) mirándome en silencio, aún encuentro placer en el recuerdo de tus tan breves y apremiantes sonrisas, sí, aún hay goce en adivinarte ahora más lejano que nunca en la distancia, pero más próximo a mi alma, sí, sigue siendo un placer divino y mortal, ese de revivir tu recuerdo en mi memoria, aunque en realidad nunca moriste en mí, sino que por el contrario continuaste más vivo que nunca.
   Hay días, amor, en que los anhelos lo absorben todo: trabajo, personas, familia, amores, sí, días como este de hoy en los cuales destruyo a propósito tus miradas para volverlas a construir desde cero. Hay días, que dedico exclusivamente a esas últimas palabras que nos dijimos, ya sea para llorar, para reír o para soñar, soñar que en la distancia tú imitas los actuares de mi nostalgia.
   Hay días, como este que está por acabarse, que tu recuerdo espanta mi tranquilidad y me secuestra, tan solo para llevarme a las tierras perdidas de nuestra historia, esa que sigue ardiendo aún en medio de esta prisión sin oxígeno que somos y seguiremos siendo.
   Hay días, amor, días como hoy, en que tu recuerdo es triste y me duele, pero sigue estando tan lleno de amor que es difícil volver a odiarte.
   Hay días, días como hoy.

"...el odio y el amor son pasiones recíprocas..."
Gabriel García Márquez, 'Crónica de una muerte anunciada'.

viernes, 26 de agosto de 2016

Todo me molesta de los otros hombres.

   Todo me molesta de los otros hombres: su insistencia por saber de mí, ese mensaje de 'buenos días', las atenciones, los halagos, las invitaciones a salir, escucharlos hablar solo de ellos mismos, intentar lidiar con sus propios líos emocionales cuando yo aún ni siquiera he resuelto los míos, todo lo que abarca involucrarse con una persona, iniciar un vínculo, conocer a alguien nuevo, los mensajes diarios, ¿cuántos hermanos tienes?, ¿a qué te dedicas?, ¿por qué eres tan seria?, qué fastidio me provoca volver a comenzar desde cero.
   Todo me molesta de los otros hombres, y admito que yo soy la del problema, porque, aunque casi todo me molesta de esos hombres que intentan pretenderme, debo admitir que lo que más me molesta es que ellos no sean tú...

...y una vez más nos odio por eso.
A ti por no dejarme avanzar,
y a mí por serle fiel a un fantasma.

jueves, 25 de agosto de 2016

¿Qué es quedarse?


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   El amor quiere atarme a su raíz, y yo rebelde y loca, quiero creer que no me dejo.
— Tienes pinta de complicada— y sus manos en el volante—, pero no eres imposible.
— Mis intenciones no son buenas— dije, mirando a través del vidrio.
— ¿Ah?
— Terminaré yéndome, siempre hago eso— admití.
   Él soltó una risita astuta.
— ¿Y qué es quedarse?— me preguntó.
   ¿Y qué era quedarse? ¿Simplemente el estar físicamente? ¿Cien por ciento cuerpo y nada de alma? Yo era una maldita idiota si pensaba que al irme un fragmento mío no se quedaría sentado junto a él, cada día de cada semana de cada mes de cada año.
— Quedarse es inevitable, ¿cierto?— le dije sin mirarlo.
— Solo sé que estar, no es nuestra decisión.

...y lo sé porque, en la distancia,
 tú te has quedado en mí,
y yo en ti.

Residente sin tierra.


Resido temporalmente en el amor,
sin tierra ni promesas.
Emigro del exilio de sus manos
hacia donde me lleve el viento,
extendida en el olvido,
ave puesta en libertad.
Dejo algo de mí en cada sitio que visito,
y en cada persona a la que me entrego.
Esencia soy,
efímera de padecimientos,
adiós eterno y sin causa,
huyendo siempre a las cadenas.
Resido temporalmente en donde me quieran,
y cuando el despertar venga:
expatrio mi alma a la claridad, 
desplazo mi origen a otros ojos.
Heredera de recuerdos,
coleccionista de pasiones,
hábil maestra de la huida.
Resido temporalmente en el amor,
y residente sin tierra soy.

martes, 23 de agosto de 2016

Femme fatale.


   Volví a ver a Manuel, sí, justo después de cuatro años de aquel romance enloquecido y sin sentido que nos unió. Manuel, el hombre que siempre sintió más de lo que pudo expresar, estaba sentado frente a su público en un local nocturno de mi ciudad, llevaba puesto su chaleco negro y un sombrero, la pajuela en su mano derecha y su guitarra recostada sobre el muslo de su pierna izquierda. Pude distinguir a través de sus lentes de montura negra, que sus ojitos estaban tan despiertos como siempre, y junto a él, algo que no podía faltar: su buena vibra azul fosforecente vertido en un vaso de plástico corriente.
   Manuel cantaba una canción de nuestro cantante favorito cuando llegué con mi vestido negro escotado y mi cabello recogido. La verdad, llevaba semanas planeando encontrármelo en ese sitio y recuerdo haber pensado en ese momento que haber entrado al local mientras él cantaba El Aprendiz, no era sino una maravillosa casualidad del destino. De inmediato, pude distinguir que él seguía siendo tan carismático y ocurrente como lo recordaba, pues animaba al público solo con dejar escapar una sonrisa de esos labios tan llenos de palabras que una vez me besaron en medio de la calle.
   Yo me senté al fondo del local, desde donde podía verlo sin problemas y a la vez escondérmele un poco a su mirada, aunque esa no era para nada mi intención, pues si bien recordaba que había sufrido mucho a causa de él, quería poder verlo desde una buena perspectiva, tan solo para recordar y revivir brevemente ese tiempo de entrega infinita y desinteresada, tan lleno de él.
   De Manuel había estado enamorada a los diecisiete años, recuerdo que apenas acababa la escuela y era tan inocente como se podía ser, sin embargo, siempre me ha caracterizado este asqueroso realismo que tanto me ha prevenido de ciertas situaciones y personas a lo largo de mi corta vida, así que aunque me causaba un placer indescriptible oír de ese hombre cómo susurraba en mi oído todo lo que yo quería escuchar, había una parte de mí que no se creía toda esa porquería de príncipe azul. 
   Sus manos, como pude divisar en mi distancia, seguían siendo tan intranquilas como en aquella época, aunque estoy orgullosa de poder decir que pude controlarlas a pesar de mi inexperiencia de aquellos inocentes años en los que aún no entendía que las acciones de una persona enamorada, dicen más que las palabras. Sin embargo, Manuel solo resultó ser uno de esos hombres habladores sin buenas intenciones, de esos que cambiaban de mujeres como de tragos y la verdad no buscaban nada serio, por lo que yo, aunque adolescente e inexperta, pero siempre inteligente, resolví olvidarle, y vaya que me dolió hacer eso. Recuerdo que pensaba en que lo odiaría por siempre, porque de alguna manera él me había roto el corazón, pero ahora que lo veía de nuevo, no podía sino sentir cierto cariño extraño hacia él, o hacia su recuerdo, porque aunque Manuel siempre sería para mí un hombre malo, lo que yo había sentido por él no tenía explicación, pues fue tan, tan fuerte, que me cambió desde las entrañas hacia afuera y me hizo quizás gran parte de lo que hoy soy cuando busco el amor. Manuel me había transformado, es cierto, y aunque sentía quererlo, también necesitaba ajustar algunas cuentas del pasado...
   Cuando él terminó de tocar su tercera canción sin pausa, se detuvo para tomar su trago tranquilamente y hablar con sus amigos un rato. En ese momento, supe que era mi turno:
— Siempre tocando la mejor música— le dije, parándome frente a él. Sus ojos me inspeccionaron rápidamente y una sonrisa iluminó su expresión.
— ¡Mi Alana!— reconoció, poniéndose de pie para darme un abrazo, yo dejé mi labial marcado en su mejilla—. ¿Cómo estás, mi amor? Además de bella.
— Estoy bien,  ¿y tú?— le pregunté, colocando mi mano sobre su hombro para acariciarlo disimuladamente. Admito que eso lo había aprendido de él.
— Ahora mejor— yo sonreí con ironía oyendo eso. Él seguía usando las mismas frases de siempre—. ¿Con quién viniste?
— Con unas amigas.
— ¿Qué estás tomando?
— Hoy no estoy tomando.
— ¿Y qué harás más tarde, amor?
— Escucharte cantar— dije, jugando con mi cabello, e inclinándome un poco más hacia él.    Sus ojos hambrientos iban de mi cuello a mis hombros y bajaban por mi clavícula, para caer directamente en mi pecho.
— ¿Quieres hacer algo cuando termine acá?— me preguntó, acariciando mi mano.
   Yo volví a sonreír, consciente de que en ese momento era quizás medianoche, así que su presentación fácilmente podía extenderse hasta las dos o tres de la mañana.
— Sí—  le dije, acercándome un poco más a él, quien ahora había colocado una de sus manos sobre mi cintura.
— ¿Qué te provoca?— continuó. Yo capturé su mirada, ahora colocando mi mano sobre su mejilla.
— Ir a mi casa a dormir, mi amor— solté, y entonces sentí su mano caer desde mi cintura hasta el piso.
— Qué aburrida— me dijo, intentando bromear un poco.
— No soy aburrida, solo no me divierto con cualquiera.
   Entonces, volví a soltar frente a él otra sonrisita irónica y suspicaz, mientras me daba media vuelta para regresar hasta donde se encontraban mis amigas, pensando en que todo lo que acababa de hacer y decir sonaba a mierda de telenovela de baja calidad o a femme fatale mal improvisada, pero que ni por más tonta o ajena a mí que pudiera estarme sintiendo en ese momento, nada superaría el placer de ver el rostro de ese hombre palidecer ante mí. 
   'Es cierto que no eres la mujer de hace unos segundos', pensé, '...pero a veces es necesario ser esa clase de mujer fatal', a fin de cuentas, en ese instante experimentaba el más dulce y absoluto éxtasis por sentirme ahora yo, después de tantos años, la persona que tomaba las decisiones dentro de esa extinta relación tan tóxica que alguna vez nos había encontrado, y que por siempre nos acompañaría en los recuerdos más agridulces de nuestra memoria.