martes, 15 de marzo de 2016

La justicia más injusta.


   No puedo dormir. Son las11:45 de la noche y faltando quince minutos para mañana, empiezo a pensar que ya en verdad no importa si voy a la cama justo ahora o a las tres de la mañana o a las cinco. Sea cual fuera el caso, igual amanecería odiando a la vida por injusta. Además, desde ayer ya me está queriendo atacar con fuerza el famoso, trivial y repetitivo virus de la gripe, ese que llega sin avisar para alojarse un par de días en tu pecho y luego abandonarte con una dejadez bastante hiriente. Maldito virus. Cada vez que me ataca cambia mi humor, de repente me encuentro sentada en el sofá, viendo la vida pasar como una película ante mis ojos, desde la cocina hasta el microondas, como una cinta sin fin, más meditabunda que realista (el cual suele ser mi estado normal) y más dormida que despierta. Casi equivale mi gripe a la menstruación, solo que con esta última no soy tan profunda y pesimista, sino más bien sensible e iracunda a la vez... y ya que tocamos el tema de mi menstruación, esa también la padezco. 
   Ahora son las 11:51 y sigo pensando exactamente igual que hace siete minutos atrás. Hasta este punto no creía que este escrito tuviera verdaderamente un fin, pero, meditabunda como me encuentro, y curiosa como suelo ser, sea cual sea mi padecimiento, caí en cuenta de que estoy siendo víctima de la ansiedad preencuentro incomodo. Seguro los psicólogos deben tener un nombre más... técnico, por llamarlo de algún modo, para dicha situación, pero como no soy psicóloga, sino abogada frustrada, y como toda buena abogada frustrada le pongo un nombre largo al resultado de mis análisis con la esperanza de que alguien verdaderamente crea mis palabras, concluyo que así llamaré a estas ganas de no dormir hoy. Así es, a este desvelo lo llamaré: ansiedad preencuentro incomodo, todo esto con la esperanza de hallar justicia en el hecho de que tus palabras no me dejan atrapar el sueño, porque a fin de cuentas eso no es un hecho enteramente imputable a tu persona, sino que perfectamente encaja como una grave y poderosa acusación contra mí, hecha por nada más y nada menos que mí misma. De allí que la justicia que busco impartir entre los dos, es la justicia más injusta que podría existir entre un hombre y una mujer.
   Y ahora que lo escribo lo sé. Tan solo quiero levantarme de esta silla y echarte la culpa de nuevo para poder dormir tranquilamente toda la noche, pero hoy, quizás por la menstruación, quizás por la gripe o porque simplemente ya es mañana, entiéndase hoy, quizás solo por esas malditas calamidades, entonces hoy soy capaz de aceptar que no puedo simplemente justificar tu presencia en mi vida a través de tu continua insistencia por estar en ella, sino que también soy yo culpable por abrirte la puerta cada vez que la tocas. La justicia más injusta es esta que imparto contigo en silencio, convirtiéndonos en una bomba de tiempo y dejándonos a cada uno en su esquina, luchando por descubrir quién es el más injusto de los dos.

12:11 am

Ah, nuestros besos.

   Te extraño, pocas veces extraño a las personas de este modo. Cada mañana cuando salgo de la cama y pongo mis dos pies sobre el piso helado: te extraño. Mientras me visto te pienso, al colocarme las sandalias, al salir de mi casa, cuando la calle me golpea la cara: te extraño, y al llegar del trabajo es lo mismo. Siempre estoy yo extrañándote. A mitad de la mañana, a la hora del almuerzo, al caer la noche, acostada en mi cama mirando el techo, recordando mis certezas, en esos momentos donde la soledad me grita en la cara y el ajetreo rutinario queda atrás, es en esos momentos cuando más te extraño, porque no dejo de pensar en nuestros mejores momentos. En tu mano sosteniendo la mía, tu tranquilidad lidiando con mi falta de ella, tu mirada pacífica, tus besos… ah, tus besos, nuestros besos. Los mejores, sin dudas. ¿Cómo no extrañarte? Si el recuerdo de tus besos me hace cosquillas en el cuello y los hombros. ¿Cómo no extrañarte?, si los fantasmas de tus besos suben por mi espalda como un escalofrío. Ah, nuestros besos. Los mejores besos. Extraño tus besos.

...sin comentarios.

jueves, 3 de marzo de 2016

Al "amigo" y su retórica clandestina...

   Al "amigo" le gusta jugar a la retórica clandestina.
   Así he decidido llamar hoy a ese arte que desempeña de envolverme entre la más fina capa de aire para después soltarme sin siquiera dejarme caer en cuenta de mi libertad.
   Al "amigo" le gusta eso de ser indirecto y 'dejar a la imaginación', él juega con mi mente, me atiende, me descuida, me quiere, me olvida y, a veces cuando llega: retórica, la maldita retórica que danza sobre cada una de las palabras que emite con cierto secreto entremezclado, aunque también cierta disonancia en el fondo, a donde nadie se asoma... porque, a fin de cuentas, al "amigo" le gusta el misterio, no decirlo todo, y, de lo poco que dice, impregnarle a ello su esencia, ¿cuál esencia? Retórica. Sí, la maldita retórica que conmueve y persuade, como un político aficionado a la religión, así es él... mi "amigo", el hombre que creó su propio estilo de manipulación, ¿qué estilo? ¡Ya lo he dicho!: la retórica clandestina. La maldita retórica clandestina.

Al "amigo", ese al que le doy siempre la razón, no sé cómo ni por qué.

Efecto placebo.


Todos me dicen que le pienso de más,
que cuando me distrae el día mis ojos proyectan la imagen más nítida de él,
que, al suspirar, el aire canta su nombre,
y yo no me doy cuenta.
¿Ellos qué saben?
Ayer llovió y estamos viviendo una de las peores sequías.
Son esos acontecimientos inesperados los que le traen de regreso,
como esa última vez que me levanté temprano para ir al trabajo.
También, he de traerlo al presente para usarlo como mi propia medicina
pues pensándole se dispara el efecto placebo de su sonrisa, 
el remedio ficticio de sus caricias,
sus manos en mi cintura
mi cintura en sus manos.
No soy yo quien le piensa a diario, 
sumida en la más escalofriante devoción, no.
Son sus recuerdos que imploran ser revividos
y causan en mí a veces una paz de irreverencia y descontrol,
y una guerra de obediencia y avenencia.
Son todas las excentricidades y discrepancias, 
la puntualidad de los impuntuales,
los días oscuros,
los años bisiestos, 
las estrellas fugaces,
el frío que quema,
son estas rarezas del universo las que claman su nombre
y producen en mí el efecto placebo de quererle sin trabas.
Sin trabas quererle sin decir nada.

al hombre
que no puedo querer.

... De la vida.

Tengo que sacarte de mi mente, y hacerlo lentamente, como aquellos besos de noviembre en el cuello. Lento como cuando nos queríamos de cuerpo de cuerpo, como un dulce arrebato de locura, como enamorándonos después de sufrir, como la luna en enero, en tu pecho, como cuando me acariciabas el cabello… así, tan lento, como una mirada en el tiempo o un recuerdo de anhelo. Tengo que sacarte de mi vida, de mi aliento, de mis palabras que te invocan como el único verbo accionado por este cuerpo. Este cuerpo que te extraña, que te grita y te adivina como masoquista. Tengo que… tengo que olvidarme de ti.

Mi crush.

   Siempre acostumbro arreglarme un poco más de lo normal de lunes a miércoles, puesto que entre esos días existe un alto grado de probabilidad de verlo aparecer a lo lejos con su altura y su sonrisa seria. A veces, para causarle curiosidad lo ignoro sin culpa, desgarradoramente, pero otras veces, para intrigarlo, le lanzo algunas miradas para que se percate de que me siento curiosa ante su presencia. Así, a veces fría, a veces interesada, voy construyendo esta historia que me divierte a veces y me frustra también...
   ... Hoy lo vi llegar, fue mi sorpresa voltear y verlo allí hablando con mi jefe. Inmediatamente busqué y encontré rápidamente una razón para acercarme. Cuando lo saludé fui esquiva, no fría, pero sí algo tímida (estaba demasiado cansada como para jugar, lo admito):
— Hola, ¿cómo estás?— le pregunté, bajando la mirada para ver algunos papeles en el escritorio de mi jefe. Apenas le sonreí.
— Bien, ¿y tú?— me dijo.
— Bien— y acto siguiente él se fue.
   De regreso en mi sitio de trabajo, algo decepcionada (lo admito), decidí volver a concentrarme en mis cosas y olvidarme tan solo unos instantes de mi crush. A fin de cuentas, yo no podía tan solo pasar toda la mañana pensando en él... pero antes de que verdaderamente me creyera esa improvisada resolución mía, él regreso a saludar a mis compañeros de trabajo y especialmente a una amiga de mi oficina, a quien le dio un beso en la mejilla. Quizás solo está siendo educado, pensé, además a todas las mujeres las saludó así.
   Seguido de eso, algo celosa y de repente sintiéndome ofendida, le lancé una de esas miradas curiosas, aunque siento que también llenas de temor, ¿por qué? Quizás porque la inseguridad me había atacado por la espalda cuando él parecía más interesado en mi compañera que en mí. Ese es el asunto de los crush, que ciertamente no sabes nada de ellos, de sus gustos, ni de su vida personal o qué hacen, simplemente tú los sigues en la distancia con la mirada, disfrutando el simple hecho de admirarlos, anhelando el próximo encuentro, y ellos, quizás conscientes de sus encantos, haciéndose los locos o totalmente indiferentes... ellos son solo ellos...
   ... al menos mi amiga, esa que parecía ser el crush de mi crush, parecía de las indiferentes.
   Qué tontería, pensé, decidida a "concentrarme" en mi trabajo del día, pero él seguía rondando los alrededores, conversando con todos, saludando a todos y cruzando sus brazos sobre su pecho. Era un hombre joven que podía llegar a intimidarte hasta la médula, amigo de mis jefes y eso es todo lo que sé de él.
   Es mejor no saber nada de él, porque a veces conocer a las personas destruye la ilusión que generan, pensaba, escribiendo en mi computadora.
   Cuando él se iba, se tomó un tiempo para despedirse de mi compañera con un beso en la mejilla y yo, quizás demasiado dolida como para disimular y sentada justo en el siguiente escritorio después del de ella, le volteé a mirar por sobre mi hombro con cierto desconcierto, uno quizás imperceptible para el mundo exterior, pero bastante real en mi interior. Es decir, acabas de saludarla con un beso y ahora que te vas es igual, pensé, viendo cómo él colocaba su mano sobre mi hombro para decir: Chao, que te vaya bien, o algo parecido.
   Sí, a ella un beso en la mejilla y a mí eso: un toque en el hombro. Quizás ignorarme hubiera sido mejor.
   Cualquier cosa es mejor que un simple toque en el hombro de parte de tu crush.