martes, 30 de agosto de 2016

... De la vida.

¿En qué momento el amor nos volvió locas, hermana?

¿Por qué no puedo estar tranquila estos días?


     Amor, ¿por qué no puedo estar tranquila estos días? Estoy tan cansada. Te busco en cosas que nada tienen que ver contigo y en las que son tan parecidas a ti que asquean desgasto mis recuerdos... estoy tan cansada de pensarte tanto, todo el día, desde el momento en que abro los ojos cada mañana, mientras levanto mi cabeza de la almohada, al colocar mis pies sobre el frío granito, caminando al baño para lavarme la cara, yendo a la cocina para devorar mi desayuno y de regreso a mi habitación para intentar 'despejar' mi mente un momento con la televisión. Te pienso poniéndome el maquillaje, colocando ese perfume que tú sabes en mi cuello y justo bajo el lóbulo de mis oídos, te pienso mientras me pongo mis tacones, tomando las llaves de la mesa, bajando las escaleras y de camino al trabajo: te encuentro en las nubes, o cuando el día está lluvioso, te encuentro en la bruma. Como ves, no es difícil hallarte. 
     Amor, estos días tan nefastos de tu ausencia, te encuentro más vivo que nunca en expedientes, en leyes, en contratos, en firmas, en tinta, sellos y perforadores, te veo en mi escritorio, como queriendo llevarme a tomar algo, te imagino rodeándome con tus brazos, tomándome de la mano con una sonrisa. En cualquier momento, aunque no quiera, me reconozco perdida en ti de nuevo, y no puedo evitarlo. Ayer, por ejemplo, te encontré en una película que vi y casi pude sentir ese frío cálido que nos envolvía aquella vez en el cine, ¿recuerdas?... pero estoy tan cansada, cansada de eso, de encontrarte sin buscarte, de pensarte sin querer, me tomaste y no quieres dejarme, deseo tanto acabar contigo de una vez por todas, pero no estamos dispuestos. Creo que no estamos dispuestos aún a desatar el nudo que nos mantiene queriéndonos como dos tontos.
     Amor, te pienso siempre cuando ataca la tarde, ya sea un lunes cualquiera o un fin de semana: me asaltan tus ojos en el trabajo, en el centro comercial, en el apartamento, en casa, en una salida casual, me atacan tus manos por las noches, mientras me echo crema en el cuerpo, mientras peino mi cabello, quitándome el maquillaje, colocándome la pijama, lanzándome sobre la cama, me dejas mirando el techo sin motivo y en mi cabeza pasan mil cosas: se encienden y apagan universos, inician y acaban guerras, creas y destruyes países con sabor a tus labios, abres y cierras dimensiones desconocidas, haces posible lo imposible... sí, me tienes más cerca de ti de lo que imaginas, pensándote hasta el cansancio cada día, a veces con amor, a veces con rencor. 
     Me tienes así, tan tuya, tan de nadie, de nuevo atravesando este infierno que me tiene tan cansada, tan exhausta de siempre verte en la silueta de cualquier cosa, en la sombra de cualquier objeto, en el sonido de cualquier silencio. Estoy cansada de dibujarte y desdibujarte con mis manos vacías, cansada de hablar de pasiones y sentir tu nombre hundirse en mi pecho, sí, harta de esto de quererte en el descuido, de mis decisiones maduras, cansada de tanta mierda tuya y mía, de repetir tu nombre con mis labios y por accidente, cansada de reproducir esta triste rutina de extrañarte hasta que arden las yemas de mis dedos, estoy tan cansada de todo eso, y, aún así, aún reconociéndote como mi enfermedad, no puedo dejar de preguntarme, ¿por qué no puedo estar tranquila estos días?
¿puedes responder?

... De la vida.

— Coño, ¿y su nombre cómo lo sabe el 
viento?

— Quizás tus suspiros se lo susurraron.

lunes, 29 de agosto de 2016

... De la vida.

No encuentro placer en los amores convencionales, esos que inician, continúan, acaban o se hacen costumbre. 
Por ese tipo de amores, difícilmente acceda mi corazón a perder la cabeza.

Días como hoy.

   Hay días como hoy en los que te extraño, quizás, un poco más de lo normal, días en los que, tan solo con abrir mis ojos por la mañana, sé que te extrañaré a cada minuto. Hay días, como este de hoy, en que tu aliento parece calentarme el cuello y tus manos nerviosas recorrer mi cuerpo. Hay días, días como hoy, que tus besos me dejan soñando despierta en cada rincón de mi vida, obligándome a reconocer que no quedan fuerzas en mí para seguir negándome a cada cosa que lleva tu nombre, porque aún a estas alturas encuentro placer en el recuerdo de tus ojos a medio cerrar o a medio abrirse (nunca lo supe) mirándome en silencio, aún encuentro placer en el recuerdo de tus tan breves y apremiantes sonrisas, sí, aún hay goce en adivinarte ahora más lejano que nunca en la distancia, pero más próximo a mi alma, sí, sigue siendo un placer divino y mortal, ese de revivir tu recuerdo en mi memoria, aunque en realidad nunca moriste en mí, sino que por el contrario continuaste más vivo que nunca.
   Hay días, amor, en que los anhelos lo absorben todo: trabajo, personas, familia, amores, sí, días como este de hoy en los cuales destruyo a propósito tus miradas para volverlas a construir desde cero. Hay días, que dedico exclusivamente a esas últimas palabras que nos dijimos, ya sea para llorar, para reír o para soñar, soñar que en la distancia tú imitas los actuares de mi nostalgia.
   Hay días, como este que está por acabarse, que tu recuerdo espanta mi tranquilidad y me secuestra, tan solo para llevarme a las tierras perdidas de nuestra historia, esa que sigue ardiendo aún en medio de esta prisión sin oxígeno que somos y seguiremos siendo.
   Hay días, amor, días como hoy, en que tu recuerdo es triste y me duele, pero sigue estando tan lleno de amor que es difícil volver a odiarte.
   Hay días, días como hoy.

"...el odio y el amor son pasiones recíprocas..."
Gabriel García Márquez, 'Crónica de una muerte anunciada'.

viernes, 26 de agosto de 2016

Todo me molesta de los otros hombres.

   Todo me molesta de los otros hombres: su insistencia por saber de mí, ese mensaje de 'buenos días', las atenciones, los halagos, las invitaciones a salir, escucharlos hablar solo de ellos mismos, intentar lidiar con sus propios líos emocionales cuando yo aún ni siquiera he resuelto los míos, todo lo que abarca involucrarse con una persona, iniciar un vínculo, conocer a alguien nuevo, los mensajes diarios, ¿cuántos hermanos tienes?, ¿a qué te dedicas?, ¿por qué eres tan seria?, qué fastidio me provoca volver a comenzar desde cero.
   Todo me molesta de los otros hombres, y admito que yo soy la del problema, porque, aunque casi todo me molesta de esos hombres que intentan pretenderme, debo admitir que lo que más me molesta es que ellos no sean tú...

...y una vez más nos odio por eso.
A ti por no dejarme avanzar,
y a mí por serle fiel a un fantasma.

jueves, 25 de agosto de 2016

¿Qué es quedarse?


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   El amor quiere atarme a su raíz, y yo rebelde y loca, quiero creer que no me dejo.
— Tienes pinta de complicada— y sus manos en el volante—, pero no eres imposible.
— Mis intenciones no son buenas— dije, mirando a través del vidrio.
— ¿Ah?
— Terminaré yéndome, siempre hago eso— admití.
   Él soltó una risita astuta.
— ¿Y qué es quedarse?— me preguntó.
   ¿Y qué era quedarse? ¿Simplemente el estar físicamente? ¿Cien por ciento cuerpo y nada de alma? Yo era una maldita idiota si pensaba que al irme un fragmento mío no se quedaría sentado junto a él, cada día de cada semana de cada mes de cada año.
— Quedarse es inevitable, ¿cierto?— le dije sin mirarlo.
— Solo sé que estar, no es nuestra decisión.

...y lo sé porque, en la distancia,
 tú te has quedado en mí,
y yo en ti.

Residente sin tierra.


Resido temporalmente en el amor,
sin tierra ni promesas.
Emigro del exilio de sus manos
hacia donde me lleve el viento,
extendida en el olvido,
ave puesta en libertad.
Dejo algo de mí en cada sitio que visito,
y en cada persona a la que me entrego.
Esencia soy,
efímera de padecimientos,
adiós eterno y sin causa,
huyendo siempre a las cadenas.
Resido temporalmente en donde me quieran,
y cuando el despertar venga:
expatrio mi alma a la claridad, 
desplazo mi origen a otros ojos.
Heredera de recuerdos,
coleccionista de pasiones,
hábil maestra de la huida.
Resido temporalmente en el amor,
y residente sin tierra soy.

martes, 23 de agosto de 2016

Femme fatale.


   Volví a ver a Manuel, sí, justo después de cuatro años de aquel romance enloquecido y sin sentido que nos unió. Manuel, el hombre que siempre sintió más de lo que pudo expresar, estaba sentado frente a su público en un local nocturno de mi ciudad, llevaba puesto su chaleco negro y un sombrero, la pajuela en su mano derecha y su guitarra recostada sobre el muslo de su pierna izquierda. Pude distinguir a través de sus lentes de montura negra, que sus ojitos estaban tan despiertos como siempre, y junto a él, algo que no podía faltar: su buena vibra azul fosforecente vertido en un vaso de plástico corriente.
   Manuel cantaba una canción de nuestro cantante favorito cuando llegué con mi vestido negro escotado y mi cabello recogido. La verdad, llevaba semanas planeando encontrármelo en ese sitio y recuerdo haber pensado en ese momento que haber entrado al local mientras él cantaba El Aprendiz, no era sino una maravillosa casualidad del destino. De inmediato, pude distinguir que él seguía siendo tan carismático y ocurrente como lo recordaba, pues animaba al público solo con dejar escapar una sonrisa de esos labios tan llenos de palabras que una vez me besaron en medio de la calle.
   Yo me senté al fondo del local, desde donde podía verlo sin problemas y a la vez escondérmele un poco a su mirada, aunque esa no era para nada mi intención, pues si bien recordaba que había sufrido mucho a causa de él, quería poder verlo desde una buena perspectiva, tan solo para recordar y revivir brevemente ese tiempo de entrega infinita y desinteresada, tan lleno de él.
   De Manuel había estado enamorada a los diecisiete años, recuerdo que apenas acababa la escuela y era tan inocente como se podía ser, sin embargo, siempre me ha caracterizado este asqueroso realismo que tanto me ha prevenido de ciertas situaciones y personas a lo largo de mi corta vida, así que aunque me causaba un placer indescriptible oír de ese hombre cómo susurraba en mi oído todo lo que yo quería escuchar, había una parte de mí que no se creía toda esa porquería de príncipe azul. 
   Sus manos, como pude divisar en mi distancia, seguían siendo tan intranquilas como en aquella época, aunque estoy orgullosa de poder decir que pude controlarlas a pesar de mi inexperiencia de aquellos inocentes años en los que aún no entendía que las acciones de una persona enamorada, dicen más que las palabras. Sin embargo, Manuel solo resultó ser uno de esos hombres habladores sin buenas intenciones, de esos que cambiaban de mujeres como de tragos y la verdad no buscaban nada serio, por lo que yo, aunque adolescente e inexperta, pero siempre inteligente, resolví olvidarle, y vaya que me dolió hacer eso. Recuerdo que pensaba en que lo odiaría por siempre, porque de alguna manera él me había roto el corazón, pero ahora que lo veía de nuevo, no podía sino sentir cierto cariño extraño hacia él, o hacia su recuerdo, porque aunque Manuel siempre sería para mí un hombre malo, lo que yo había sentido por él no tenía explicación, pues fue tan, tan fuerte, que me cambió desde las entrañas hacia afuera y me hizo quizás gran parte de lo que hoy soy cuando busco el amor. Manuel me había transformado, es cierto, y aunque sentía quererlo, también necesitaba ajustar algunas cuentas del pasado...
   Cuando él terminó de tocar su tercera canción sin pausa, se detuvo para tomar su trago tranquilamente y hablar con sus amigos un rato. En ese momento, supe que era mi turno:
— Siempre tocando la mejor música— le dije, parándome frente a él. Sus ojos me inspeccionaron rápidamente y una sonrisa iluminó su expresión.
— ¡Mi Alana!— reconoció, poniéndose de pie para darme un abrazo, yo dejé mi labial marcado en su mejilla—. ¿Cómo estás, mi amor? Además de bella.
— Estoy bien,  ¿y tú?— le pregunté, colocando mi mano sobre su hombro para acariciarlo disimuladamente. Admito que eso lo había aprendido de él.
— Ahora mejor— yo sonreí con ironía oyendo eso. Él seguía usando las mismas frases de siempre—. ¿Con quién viniste?
— Con unas amigas.
— ¿Qué estás tomando?
— Hoy no estoy tomando.
— ¿Y qué harás más tarde, amor?
— Escucharte cantar— dije, jugando con mi cabello, e inclinándome un poco más hacia él.    Sus ojos hambrientos iban de mi cuello a mis hombros y bajaban por mi clavícula, para caer directamente en mi pecho.
— ¿Quieres hacer algo cuando termine acá?— me preguntó, acariciando mi mano.
   Yo volví a sonreír, consciente de que en ese momento era quizás medianoche, así que su presentación fácilmente podía extenderse hasta las dos o tres de la mañana.
— Sí—  le dije, acercándome un poco más a él, quien ahora había colocado una de sus manos sobre mi cintura.
— ¿Qué te provoca?— continuó. Yo capturé su mirada, ahora colocando mi mano sobre su mejilla.
— Ir a mi casa a dormir, mi amor— solté, y entonces sentí su mano caer desde mi cintura hasta el piso.
— Qué aburrida— me dijo, intentando bromear un poco.
— No soy aburrida, solo no me divierto con cualquiera.
   Entonces, volví a soltar frente a él otra sonrisita irónica y suspicaz, mientras me daba media vuelta para regresar hasta donde se encontraban mis amigas, pensando en que todo lo que acababa de hacer y decir sonaba a mierda de telenovela de baja calidad o a femme fatale mal improvisada, pero que ni por más tonta o ajena a mí que pudiera estarme sintiendo en ese momento, nada superaría el placer de ver el rostro de ese hombre palidecer ante mí. 
   'Es cierto que no eres la mujer de hace unos segundos', pensé, '...pero a veces es necesario ser esa clase de mujer fatal', a fin de cuentas, en ese instante experimentaba el más dulce y absoluto éxtasis por sentirme ahora yo, después de tantos años, la persona que tomaba las decisiones dentro de esa extinta relación tan tóxica que alguna vez nos había encontrado, y que por siempre nos acompañaría en los recuerdos más agridulces de nuestra memoria.

lunes, 22 de agosto de 2016

... De la vida.

No creo que exista verdaderamente el olvido,
sino la sensatez.

¿...Y ya? No lo creo.


Tú, que estás segura que nada más pasará. Tú, que intentas convencerte a ti misma de que no te enamorarás de él. A ti va dirigido esto, y por favor léelo muy bien:
Nunca di un beso, y ya.
Nunca le acepté una salida a alguien, y ya.
Nunca he hablado con alguien cada día, sin falta, y ya.
¿Sabes por qué?
Lo primero se vuelve adictivo. Créeme.
Lo segundo te deja con ganas de más, empiezas a extrañar. 
Lo tercero ya es amor. Sí, quizás en su más mínima expresión, pero amor en fin.
Así que deja de decirme eso de: 'Nada va a pasar', 'lo tengo todo controlado'...
...estás tan sumergida en ese círculo vicioso tan nocivo y peligroso que ni siquiera quieres darte cuenta: tu corazón engañándote a ti, tú engañando a tu cabeza, tu cabeza y tu corazón en guerra.
Date cuenta y sal de ese círculo vicioso, no antes de que sea demasiado tarde, porque lamento decirte que ya lo es, sino antes de que se siga haciendo más extenso en el tiempo el olvido.
Escucha mis palabras, ya yo pasé por eso.

¿un beso y ya? No. 
Un beso y la eternidad,
siempre la eternidad.

sábado, 20 de agosto de 2016

El 'admirador secreto'.

   Apenas hacían unos cuantos días que junto a mi trabajo habían montado un puesto de empanadas: 'Increíble', pensé, algo fastidiada de eso. En fin, yo ya me había hecho 'amiga' de los dueños del sitio nuevo, así que el lunes uno de los muchachos que allí trabajaba me entregó una nota junto con un chocolate, mientras me decía: 'Te lo manda un admirador secreto', y yo: ¿Cómo es la cosa?. 'Un admirador secreto' me repitió él', dándose media vuelta para seguir con sus labores.
   Yo, algo dudosa pero sin la más mínima intención de rechazar el detalle, regresé a mi sitio de trabajo, me senté y leí la nota: 'Un pequeño detalle para una hermosa mujer', y más abajo el nombre del supuesto admirador secreto y su número de teléfono.
   Halagada como me sentía en ese momento, guardé la nota a un lado y empecé a comerme el detalle, con las más malvadas intenciones de no escribirle al muchacho, pero sí de comerme el chocolate, claro está. Sin embargo, un par de días después, recibí un mensaje con su firma al final: 'Hola, ¿se encuentra *inserte nombre aquí*?', y yo solo pude pensar: 'Pues, te dieron mi número, ¿no? ¡claro que me encuentro!'. Luego de eso, decidí no responder de inmediato, porque en esta época de mi vida he aprendido a dejarme de rodeos e ir por las cosas directamente, así que resolví hacerle una llamada más tarde para llegar al fondo de todo, y eso fue justamente lo que hice esa misma noche.
— Hola— le dije.
— ¿Eres...?
— Sí, la que recibió un chocolate hace un par de días.
— Ah— él rió un poco—, bueno, yo te lo envié, pero nunca me diste las gracias...
— Sí, es verdad— admití—, pero te llamo para darte las gracias, ¿nos hemos visto alguna vez?
— ¿No sabes quién soy?— preguntó, algo sorprendido.
— Pues no, ¿quién eres?
— El ingeniero, he ido muchas veces a buscar planos en el negocio...
— Ah, claro.
— Ya sabía yo que eras algo antiparabólica, pero no pensé que tanto.
— ¿Y cómo es que sabes eso?
— Porque siempre que iba al negocio te veía— aceptó sin vergüenza—. Eres antiparabólica y estás un poco loca. Me di cuenta de eso.
   Yo reí, pensando en ese momento en mis hermanas. Ellas de seguro dirían algo así como: ¡El tipo no puede estar más claro!
— ¿Quién te dio mi número?— le pregunté.
— Uno de los muchachos que trabaja contigo.
— ¿Cuál?
— Eso no importa.
— Quiero saber.
— ¿De verdad nunca te diste cuenta de que te miraba?
— No.
— Increíble. Una vez hasta fui con mi hermana y le dije que se bajara del carro para que conociera al amor de mi vida.
— ¿Y cuántas veces le has presentado a tu hermana el amor de tu vida?
   Él rió, sonaba como una persona llena de energía y con muchas cosas que decir.
— Algunas— admitió, algo avergonzado—. Sin embargo, no creo estar equivocado esta vez. Cuando te vi, me dije a mí mismo: esta es la que es.
— Gracias por el detalle— le dije de nuevo, sin saber qué responder con respecto a lo anterior.
— Sabes, estoy pensando en irme del país pronto, tengo ganas de hacer muchas cosas y sé que las podré hacer, pero en un lugar distinto. Sin embargo, antes de irme tenía que conocerte, entonces me atreví... ¿crees que es posible que salgamos un día? No hay nada que perder.
   Yo lo pensé un rato y finalmente me dije: Hazlo, no hay mejor momento que este para conocer nuevas personas.
— Puedo los fines de semana— le dije.
— Perfecto. Te llamaré para planear algo, ¿te parece?
— Chevere.
  Y así fue, el 'admirador secreto', en realidad no era tan secreto y tampoco tenía intenciones de serlo.

viernes, 19 de agosto de 2016

... De la vida.

Necesito que me des un beso, suave, ligero. Un beso con sabor a desvelos, con la fragancia de todos mis anhelos, un beso, no es tanto ni es poco: es todo, y es suficiente. Necesito que me des un beso.

jueves, 18 de agosto de 2016

Abstinencia de ti.

El silencio es un encierro y lleva tu nombre. Hoy pensé de nuevo en ti mientras me preparaba la cena. Esa simple acción te trajo de nuevo. Cualquiera diría que mi situación es delicada, y estoy de acuerdo, es decir, estaría de acuerdo con cualquiera que se atreviera a decirme que sufro los síntomas de la abstinencia, aunque nadie nunca me dirá nada, justamente porque no le he contado de este 'proceso' a nadie...
En fin, como decía, hoy mientras preparaba mi cena pensé en que ya no me imaginaba saliendo de casa sin desayuno o yéndome a la cama sin antes comer algo y creo que tú tienes que ver de alguna manera con esa atención mía por no saltarme ninguna comida... bueno, quizás sea eso o es que de nuevo solo estoy inventando excusas para pensarte. Lo que quiero decir es que ahora me resulta difícil identificar las cosas que llevan marcado tu nombre por naturaleza, de esas que me saben a ti como consecuencia de la abstinencia. ¿Entiendes? Parece una tontería, sí, porque a final de cuentas cualquier cosa, esté donde esté, luzca como luzca o sea lo que sea, siempre dará el mismo resultado: yo pensándote...
...y sé que todo esto es resultado de este ayuno indefinido de ti, de esta falta violenta tuya, de este olvido mal impuesto y egoísta, sí, todo esto es culpa del amor y ¡qué sorpresa! ¡Qué sorpresa!, ¿no? el amor es culpable de nuevo por aparecer en el lugar equivocado, en el momento menos indicado...

miércoles, 17 de agosto de 2016

La 'primera cita' más breve de la historia.

  

   Hoy, al salir del trabajo, fui a tomarme un trago con un amigo de una amiga, un muchacho al que había conocido por casualidad en una noche de esas de ir a bailar.
— Dile que salga conmigo— le decía el muchacho a mi amiga—, una salida y ya— insistía, e insistió tanto que mi amiga se vio obligada a implorarme que aceptara la invitación para quitárselo de encima.
— No quiero, pero dale— le dije a ella por whatsapp, y al día siguiente ya tenía qué hacer luego del trabajo.
    Como es miércoles, la calle se sentía tranquila y el trabajo no había estado tan pesado.
— Planeé todo rápido— me dijo él, cuando pasó por mí al trabajo—, no quería que tuvieras tiempo de arrepentirte— y rió. Yo con él.
— Intento cumplir con mi palabra siempre— dije, poniéndome el cinturón de seguridad.
— Eso es bueno, ¿no? Eres abogada, 
— Así es— acepté, girándome para verlo—: ¿y a dónde vamos?
— ¿Quieres ir a algún lugar en específico?
— Esperaba que tú tuvieras algo en mente.
— Pensé en varios sitios, pero siempre es bueno preguntarle a la otra persona, ¿no lo crees?
— Prefiero que no me pregunten, nunca sé qué decir— y esa fue tan solo una de las tantas cucharadas de brutal sinceridad de ese encuentro casual.
— La próxima vez no preguntaré— dijo, riendo con cierto nerviosismo.
— ¿La próxima vez?
— Soy un hombre optimista.
   Yo reí.
— Está bien, vamos ya— dije.
   Él puso el auto en marcha y encendió la estéreo, sonaba una canción en inglés muy de moda y él aumentó el volumen un poco. Supongo que le gustaba o simplemente quería evitar el silencio incomodo de las primeras citas (cuánto odio esa expresión tan cursi). Recuerdo que pensé en ese momento en que eso de subirle volumen a una canción que te gusta es algo casi inconsciente y a mí, particularmente, me recuerda a mi papá, porque he grabado para él tanta música en prendrives y cds a lo largo de mi vida, que cada vez que vamos a reproducirlos me siento presionada, pero sé que su señal de aprobación es aumentar el volumen sin decir nada y eso siempre es más que suficiente para mi ansiedad.
   Llegamos a un sitio que, como dije, estaba muy cerca de mi casa, nos bajamos y él abrió la puerta del local para mí. 
— Mesa para dos— le dijo a un mesero.
   Nos llevaron a una mesa junto a la pared, la luz era espesa, yo me senté y él se sentó frente a mí.
— ¿Qué te provoca?— me preguntó.
— Quiero un mojito.
— ¿No quieres ver la lista de cócteles antes?— me recomendó. Yo miré la lista que él me decía reposando sobre la mesa y la verdad no me interesó en absoluto.
— Ya que estamos en esto de conocernos, deberías saber que siempre quiero un buen mojito, y aquí preparan los mejores.
— ¿Habías venido antes?
— Un par de veces— acepté—. ¿Tú qué pedirás?
— Creo que me convenciste. Voy a pedir un mojito, quiero saber si es cierto eso de que aquí se toman los mejores.
— Ya vas a ver.
   Entonces él llamó al mesero y pidió los tragos.
— Ya veo por qué eres abogada...— me dijo.
— ¿Por qué? Siempre me dicen lo mismo, pero tambien creo que siempre me lo dicen por distintas razones.
— Tienes poder de convencimiento... y además eres algo intimidante, quizás— él estiró su espalda, luciendo nervioso—. No sé si es bueno decirte eso, estoy nervioso.
— No eres el único nervioso— admití—, y si te hace sentir mejor, mis amigos del colegio me tenían mucho miedo.
— ¿Por qué?
— Siempre he sido... callada, reservada, muy seria. Al menos con la gente con la que no tengo confianza, pero si me conoces bien, te das cuenta que estoy un poquito loca.
   En ese momento llegaron los mojitos y él no me quitaba los ojos de encima, no era como si estuviera mirándolo todo el tiempo para percatarme de ello, pero podía sentir el peso de su mirada sobre mí. Los hombres siempre hacen eso, creo que es algo inevitable para ellos eso de mirar por largo rato algo que llama su atención.
— Tengo curiosidad— me dijo—, ¿por qué no querías aceptar mi invitación?
— Me es sumamente difícil salir con alguien que no conozco.
— ¿Entonces nunca sales con nadie?
— Sí salgo, pero prefiero conocer antes a la persona... vía mensajes, por ejemplo.
— O sea que, ¿todo esto es muy incomodo para ti?
— La verdad, la verdad, sí...— segunda cucharada.
— ¿Y si hacemos un trato?— propuso—. Tú que debes ser buena llegando a acuerdos y todo eso...
— ¿Qué se te ocurre?
— ¿Y si terminamos con esta salida en cuanto acabemos estos mojitos, me das tu número y hablamos cuanto consideres necesario antes de que me aceptes una segunda invitación?
   Yo sonreí, divertida ante lo extraño que sonaba su plan.
— No es que haya salido con muchos hombres, pero seguro esta es la primera y última vez que me propondrán algo así.
— Si no quieres, pues nos quedamos.
— ¿Y te tengo que dar mi número?
— Claro, sino no hay trato.
— Pues... supongo que...
— Quiero que empecemos bien— me interrumpió—. No quiero que pienses que quiero irme, de hecho es todo lo contrario, tú misma eres testigo de cuánto tuve que insistir para poder verte por fin, y, ahora que nos vemos, te digo que nos vayamos... de verdad suena como una estupidez, ¿no? pero desde que te vi aquella noche, me llamaste inmediatamente la atención, ¿sabes? Y así de rápido como sucedió eso, también sucedió que me di cuenta que no eres de esas muchachas fáciles de descifrar. No sé si me explico... en realidad es imposible entender a las mujeres, pero hay mujeres que a los hombres no nos importa comprender, es decir, no nos quitan el sueño, ¿entiendes? Sin embargo, por alguna razón me sucede distinto contigo, por lo que quiero intentar conocerte a ti y hacerlo bien. Entonces, si piensas que estas citas con desconocidos son una mierda y necesitas que intercambiemos algunos mensajes antes de salir, pues perfecto, no estoy apurado.
— No me refiero a 'algunos mensajes'— admití, aún sin darme cuenta de ese extraño y prematuro sentimiento de confianza que había crecido en mí con respecto a él y su irónica sinceridad. Honestidad everywhere.
— Está bien, cuantos mensajes necesites, pero ¿me hice entender?
— Sí— dije dudosa.
— Quiero que...
— Shhh— le dije, sacando de mi cartera un bolígrafo y anotando mi número en una servilleta. Así de chapada a la antigua fui ejecutando esa simple acción. Cuando terminé, alcé la vista para verlo y decir—: Una vez un amigo colega estaba hablándome en francés y me dijo que hay cosas que suenan más bonitas cuando no se entienden. Por alguna razón, todo eso que me dijiste me llevó a pensar en aquello. Esto es una locura, pero creo que decidiste ser un loco con la mujer adecuada. Ahora llévame a mi casa.
   Y entonces él pareció algo dudoso, pero yo me puse de pie depositando en su mano mi número.
— Voy a... voy a pagar— tartamudeó, dirigiéndose a la caja.
   En ese momento, saqué mi celular del bolsillo de mi pantalón y le escribí a mi amiga: 'No sé lo que me acaba de pasar'.

9:31 pm, 
que pases feliz noche...
C.F.
(ya cumplí)

domingo, 14 de agosto de 2016

Sesenta y un kilómetros.

     

     Tú de nuevo que no estás, pero sé que, al igual que yo y en tu distancia, buscas dormir la tristeza.
     Podríamos consultar siete millones de médicos o acudir a instancias más espirituales o fetichistas: magos, brujas, hechiceros, da igual en este mundo donde todo es posible, pero dudo que alguno de ellos detente entre sus herramientas el somnífero necesario para hacer dormitar estas ansias de quererte que tanto ruido hacen aquí en este vacío de ti.
     Gritan los recuerdos que sesenta y un kilómetros separan tus manos de las mías, y, a tan solo ocho días de la despedida, me anticipa el olvido que su llegada tomará mil tiempos o quizás un par de besos perdidos. Decaigo, me fortalezco. Siento agrietarse la silueta de tu cuerpo en las instancias más recónditas de mis recuerdos. Dejas al paso de tu olvido cristales filosos como cuchillos, todos ellos dispuestos a lacerar mi piel con la invocación prohibida de tu nombre, y vuelvo a rodar de vuelta a tus brazos feroces, y vuelvo a retrasar el tren del olvido, y comienza desde cero el círculo vicioso de tus ojos, los mismos que me hipnotizaron durante sesenta y un kilómetros y se extienden y reparten como bruma sobre mis hombros. 
     No puedo parar de pensarte, ni mi pecho se detiene de implorarte, ¿con qué excusa vendrás ahora? Si es que aún mi cuarto huele a rosas y la música te dibuja, sin tenerte me sonrojas. Me fortalezco, decaigo.
     Sesenta y un kilómetros de aquel viaje y no puedo evitar zarandear la memoria de tus besos de vez en cuando, ¿es un pecado? ¿O acaso solo la experiencia más agridulce que me deja tu ausencia? Porque no hay sabor más triste que el de unos labios extrañando otros labios, y tú debes saberlo como ahora yo también lo sé.
    Sesenta y un kilómetros y aún nos falta camino por recorrer. Yo, desde mi absurda distancia, tan solo me pregunto si pensarás en volver...
¿piensas volver?

... De la vida.

     Fui para ti no más que una probabilidad, una excepción a la regla, fui ese 'quizás si...' o ese 'tal vez'. Sí, fui para ti eso que tanto dicen que 'las cosas que son para ti llegan a tus manos sin ser buscadas', pero eso fue precisamente lo que redujo nuestra probabilidad a cero: tú nunca me buscaste y yo le huí a nuestro encuentro... y es por eso que siempre fui para ti no más que una posibilidad, el defecto de algo, ese 'sino', el plan b, el otro destino, la segunda opción, la mujer probable, sí, eso fue exactamente lo que fui en tu vida: una estadística, un quizás...

... y sin embargo te quiero.

Te quiero, amor
como no debería quererse nunca:
en la incerteza,
en la espera,
en la promesa,
en la flaqueza,
en el desconocimiento,
en el desaliento,
en la inconformidad,
en la intermitencia,
en el desequilibrio.

Te quiero, amor
como no quería quererte:
con prohibiciones
con comedimientos,
con culpa,
sin libertad,
con impedimentos,
en el silencio,
en el anhelo,
en medio del vacío,
justo en el fondo del abismo.

Te quiero, amor
de la forma más difícil en que se puede querer:
en la promesa del olvido...

... y sin embargo te quiero.

viernes, 12 de agosto de 2016

... De la vida.

Y me pregunto si tú y yo seguiremos padeciendo siempre este mal de querernos tanto...

jueves, 11 de agosto de 2016

'Intente evitar los lunes, doctor'

    Había empezado la semana con un pésimo humor, ese lunes debía dejar el tribunal al día para entregárselo a mi jefe al día siguiente, luego de haber suplido su ausencia durante casi un mes completo. Había estado llevando durante todo ese tiempo uno de los tribunales mejor administrados de toda la circunscripción judicial de mi estado, y ustedes dirán: ¿solo un mes? Como si eso fuera poco, pero un mes parece una eternidad estando sentada en esa silla, donde todo, absolutamente todo lo que pase a tu alrededor, termina siendo de un modo u otro tu responsabilidad...
    ... en fin, ese lunes, más que nunca, me sentía la abogada agresiva y terrible que a veces soy sin darme cuenta, y solo me percaté de ello cuando alcé mi voz para mandar a la mierda -con la elegancia del cargo que detentaba- a varios abogados tacaños y mal informados.
    Mi mal humor se debía a que había pasado uno de los peores fines de semana de mi vida, a pesar de que había estado en casa con mis padres y hermanas (lo cual no es normal en mí). Sin embargo, intenté olvidarme del olvido que experimentaba en ese momento, concentrándome en el trabajo y en dejar en mi jefe la mejor impresión posible, pues yo no tenía siquiera un año de haber llegado al Poder Judicial, cuando ya me habían nombrado como la mejor candidata para suplencias de Secretaría, así que imagínense ustedes esa mezcla de agradecimiento, terror y dudas que me embargó cuando me enteré de que cumpliría con dicho cargo no por dos ni por tres días (como otras veces me había tocado), sino que por un mes entero... ahora, nunca he sido de las que dice 'no' ante un reto laboral, así que terminé por asumir este con el mayor optimismo posible y sin siquiera pensar que cumplir con esas funciones me haría una persona más fría y menos paciente durante el breve lapso de tiempo en que estuve desempeñándolas.
    'Nunca digas que no', mi eterno mantra, y, por lo que me enteré después, la razón de que me ganara la confianza de mi jefe.
— Buenas tardes, doctora— me saludó un abogado de unos treinta y tantos con un expediente en una mano y una diligencia en la otra.
— Dígame— le dije sin apartar la mirada de la computadora, mi mal humor ahora se había mezclado con el hecho de que eran casi las dos de la tarde y aún no salía a comer. Mala combinación.
— Buenas tardes— repitió el hombre con firmeza, y entonces giré para mirarlo a los ojos.
— Dígame, doctor— articulé, sin intenciones de ser amable.
— Cuando doy las buenas tardes, espero que me respondan de igual manera— me dijo con seriedad, casi sentí que estábamos en medio de una competencia, intentando descifrar quién lucía más molesto en ese momento.
— Estoy segura de que quiere entregar rápido su diligencia para poder retirarse— aventuré, extendiendo mi mano para quitarle el expediente, sin embargo, él no me dejó, así que volví a mirarlo—: y ya que habla de esperar, normalmente yo no espero abogados tan preocupados por las normas de cortesía.
— Dudo que sea ese el caso— refutó.
— ¿Por qué lo dice?
— Considerando que es una muchacha muy bonita, aunque... con cara de pocos amigos.
— No he ido a almorzar, debe ser eso— dije con rapidez—. ¿Me muestra su Inpre?
— Claro— me dijo, sacándolo de su billetera y entregándome su diligencia con el expediente.
Yo guardé silencio mientras revisaba que efectivamente se tratara de él, lo cual pude certificar sin problemas.
— Listo, hasta luego— concluí, centrando de nuevo mi atención en el auto que redactaba en mi computadora.
    Él se quedó quizás cinco segundos allí parado sin saber qué decir y, finalmente, vio mi nombre en un pequeño aviso que había colocado sobre mi escritorio para que dejaran de preguntarme, cuando apenas tomé el cargo, quién era yo y qué había pasado con mi jefe.
— Alana— me llamó, aún luciendo serio—, te invitaría a almorzar, pero probablemente tenga que hacer más que eso para que me aceptes la invitación.
    No pude evitar sonreír, pero no porque su discurso hubiera removido alguna sensibilidad en mí, sino porque ese hombre estaba en lo correcto.
— Intente evitar los lunes, doctor— le recomendé, y él sonrió también, dándose media vuelta para retirarse por fin.
    Yo seguí en lo mío, pensando con cierta diversión y malicia en que de seguro ese abogado regresaría mañana o el día después, y se encontraría con mi jefe, quien, se los aseguro, no le aceptaría ese almuerzo ni aunque se tratara de un viernes y en uno de los mejores restaurantes de la ciudad.

Tu amuleto de palabras.

 

    Quiero que te apartes, que liberes tu mente de esas cosas que te molestan o cambian tu humor. Sé que quieres hacer tu fortuna, tener éxito, dar el ejemplo, pero por favor tranquilízate un momento y mira, mira esto que has construido hasta ahora, todo lo que tienes y es mucho solo porque vino de tus manos y a los demás fue entregado. No eres un mal hombre, sino todo lo contrario, pero deberías saberlo ya, estoy cansada de repetirlo y que no termines por entenderlo.
    Por favor, toma distancia, pídele una cerveza a esa linda mesera, sonríele, ya ves que la vida se hizo para enamorarse todos los días y soñar. Eso es justamente lo que quiero que entiendas hoy, y todos los días que vengan. Es cierto que los sacrificios rendirán sus frutos, pero ¿qué te parece si no pensamos en ellos por ahora? En cambio, súbele volumen a la estéreo, mueve tus brazos, balancea tu cuerpo, está bien embriagarse esta noche, pero recuerda que no todo es alcohol cuando de perder el conocimiento se trata. Embriágate también de vez en cuando de ganas de vivir e intenta que la resaca dure el resto del mes, o más si es posible, y recuerda que, aunque estas palabras las emite una persona alérgica a esos mensajes de 'feliz inicio de semana', no debes pensar en eso... por ahora solo quiero que te olvides de todo y seas feliz, que mires mujeres, que les hagas el amor, que construyas tu tan deseada mina de oro, que comas un postre a las tres de la mañana, mires al cielo sin motivo, te compres un nuevo par de zapatos y rías, rías porque tu risa tiene un sonido hermoso, lo recuerdo sin problemas.
   Aléjate de las barreras, destrúyelas, desinhíbete, besa mucho y sin culpa, y piensa, piensa que todo esto te lo digo yo, y ya me conoces... Libérate, desata los nudos, suelta las cadenas y vuela, mira todo ese espacio para correr, no te detengas por nada ni por nadie, sé feliz, y cada vez que oigas estas palabras en tu cabeza, sonríe, que sea esto el amuleto que te llene de ánimos y te haga pensar que las cosas no podrían estar mejor, aunque difíciles, aunque intrincadas, aunque solitarias, aunque mil cosas más, piensa que estás viviendo el mejor momento y en el mejor lugar. Sé feliz.

Bob Marley - Slave driver

lunes, 8 de agosto de 2016

La mujer equivocada.

— ¿Qué hiciste por ella?
— Todo...
— Me refiero a qué hiciste por ella... exactamente.
— Vamos, ¿y a qué viene esa pregunta?
— Bueno, precisamente a que no sabes responderla.
    Él no dijo nada, en cambio, se quedó contemplando las luces que colgaban del techo, las cuales se reflejaban justo sobre la barra donde compartíamos una cerveza, creando  así un discreto espectáculo de luces.
— ¿En qué piensas?— le pregunté, aunque ya me imaginaba a qué instancias lo habían llevado mis preguntas.
— En ella.
— ¿Solo en ella o...?— él reajustó su postura con cierta resignación, afincando ambos codos sobre la barra. Frustrado, sí, lucía frustrado.
— Pienso en que...— él dudó.
— Dime en lo que piensas— incentivé.
— Pienso en que la verdad no hice nada por ella— él tomó un trago de su cerveza y luego otro, y así cinco veces antes de continuar—: y ella solo quería quedarse a mi lado, solo eso.
— ¿Y tú qué querías? ¿Qué quieres?
— La quiero a ella.
— La quieres a ella... sin poder darle lo que ella desea, ¿no? ¿o acaso me equivoco?
    Rápidamente su expresión se tornó más sombría y se marcaron las venas de su sien y de su cuello.
— No sé cómo complacerla— terminó por decirme con inseguridad.
— Acabas de decirme que ella solo quería quedarse a tu lado, ¿no era esa la forma de complacerla?
— ¿Por qué hablas en pasado? ¿Acaso ella te dijo algo?
— No, todo lo has dicho tú— reflexioné—. Es fácil: si tienes frío, buscas calidez; si tienes hambre, vas a la cocina; si te gusta estar solo, buscas la soledad, ¿o no? A veces es así de básico y sencillo hacer feliz a la mujer que quieres.
— ¿Ella no te dijo nada? ¿Segura?
    Yo ignoré su preocupación y me concentré en decirle algo que venía pensando desde hacía mucho tiempo:
— ¿Sabes qué pienso?
— Pero por supuesto que no...
— Pretendes hacer feliz a la mujer que no amas.
— No entiendo.
— No tienes que hacerlo en este momento— le dije, tomando un trago. Él lucía en verdad intrigado e inseguro.
— Te llamé para hablar, pero solo me confundes.
— ¿Sabes qué más pienso?
— No sé si quiera saberlo.
— Igual te lo diré— él esbozó una media sonrisa, de nuevo resignándose—. No sabes lo que quieres, o lo sabes con tanta certeza que intentas convencerte a ti mismo de lo contrario, ¿cuál crees que sea?
— Ah...— él tartamudeó varios segundos antes de darse por vencido y callar.
— Creo que perdiste la concentración y, en consecuencia, la perdiste a ella— le dije, jugueteando con la botella vacía de mi cerveza—. Deberías meditar en eso.
    Él mantuvo el gesto congelado y solo abrió la boca para articular las palabras más cobardes y temerosas que un hombre puede pronunciar:
— ¿Te llevo a tu casa ya?