viernes, 30 de diciembre de 2016

¿A quién culpamos de hacernos tanto daño?

"¿Fueron tus gritos o han sido los años? ¿A quién culpamos de hacernos tanto daño?
Te conozco, te conozco quizás mejor que tú mismo. Sé que puedes pensar que esa declaración es una locura, pero creo genuinamente que es así. Sé de tus mentiras cada sábado y de tus huidas nocturnas, sé de tus cervezas y tus whiskys, del lunar entre tus piernas, de tus oraciones a la luna, de los regalos de año nuevo, de los preservativos en la basura y de tus ojos envenenados de lujuria. Sé de todo eso aunque al llegar pienses que lo ocultas todo volviendo a sonreírme como siempre. Sé de ti intentando mentirme, reconozco el tono de tu voz cuando dice la verdad y también cuando me oculta palabras, sé tanto de ti que es difícil a veces enterarme de cosas que no quiero saber solo con ver tu postura. Conozco tu espalda recostada sobre la cama, cuando ella me daba la cara e intentaba acariciar mi cuerpo imaginando otras dimensiones y otras texturas. Recuerdo ese vacío y la duda. Recuerdo la angustia y sin embargo no sé a quién echarle la culpa...
... A mí quizás por esperar tanto para abrir los ojos, a ti quizás por engañarme tanto hasta que no hubiera en ti espacio para otra mentira más. ¿Quién es el culpable? ¿Y por qué lo he defendido tanto? 
¿A quién culpamos de hacernos tanto daño?"

algo de lo cual no quiero hablar.

viernes, 23 de diciembre de 2016

Te hablé de mi balcón.

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   A veces por las noches, luego de darme un baño, con el cabello mojado, ligera de ropa y sin tantos problemas en la cabeza, suelo asomarme por mi balcón para encontrar con más rapidez tu recuerdo. La ciudad intacta y bella, siempre te evoca y en ella yo me sumerjo, formulando de nuevo las mismas preguntas de siempre: ¿qué será de su vida? ¿Y sus días? ¿Los vivirá con plenitud o en ellos falta luz? ¿Qué puedo hacer para tocarlo desde acá, desde donde mis manos siquiera lo pueden alcanzar? ¿Y sus ojitos? ¿Siguen medio cerrados o ya se cerraron por completo? ¿Sueña conmigo en las noches como yo le sueño en el día? ¿Qué fuerza tan misteriosa creó en nosotros esta suerte de guardia nocturna, pensante y amante, apasionada y adolorida? ¿Sus manos siguen vacías, o fueron cubiertas por otras pieles y otros amores? ¿Aún cree que soy hermosa o me encuentra ahora solo quieta y callada en la distancia? ¿Qué hombre es ahora y a qué creencias implora? ¿Le reza al Dios del que me habló o al que su madre con fervor cree? ¿Cuando se encuentra solo y se siente olvidado, qué movimiento ejecutan sus manos? ¿Cómo si quisieran alcanzar algo o como si por el contrario lo alcanzara a él el desgano? ¿Imagina mi silueta cuando el calor se asoma? ¿O ha sido tanto el olvido que ni a eso ha recurrido? ¿Qué tipo de reflejo proyectan sus ojos? ¿Melancólico o feliz, resignado o satisfecho? ¿Con qué hombre me encontraré cuando volvamos a vernos? ¿Y es posible volver a verlo? ¿O es que acaso al alma le bastan tan solo los recuerdos para llenar tantos años de quererlo? 
   Una vez te hablé de mi balcón, y ahora él me habla de ti cada vez que me asomo para sentir la brisa. 


   Qué irónico es recordarte siempre en el lugar donde tantas veces quise olvidarte...

martes, 20 de diciembre de 2016

El hombre honesto y ambiguo.


— Yo voy— le dijo a mi hermana con firmeza—, pero solo si ella va conmigo— y sus ojos sobre mí.
— Perfecto— le respondió ella, vendiéndome por una hamburguesa.
   Yo, llena de estupor, resolví ponerme de pie entre tumbos para acompañarlo hasta ese sencillo e improvisado puesto de hamburguesas al que ya habíamos ido un par de veces antes.
— Igual no pasará nada— solté con seguridad.
   Él dejó escapar una de sus sonrisas, empezando a seguirme, sabiendo que efectivamente nada sucedería en el camino, a menos que yo lo permitiera. Llevábamos mucho tiempo conociéndonos y ambos podíamos ser tan sinceros como fuera posible.
— Ponte el cinturón— le ordené, apropiándome de su cuba libre, el cual coloqué sobre el tablero sin quitarle mi mano de encima.
   Él arrancó, no sin antes colocarse el cinturón y adoptar cierta postura arrogante.
— ¿Será que puedo tomar de mi trago?
— No— le dije, sin soltar el cuba libre.
— ¿Y si pongo mi mano aquí?— me preguntó, colocando su mano sobre la mía y acariciándola, pensando que con eso lograría intimidarme como de seguro hubiera sucedido en el colegio... claro que en aquel tiempo no estaríamos hablando de un cuba libre.
— No me intimidas con eso— le dije relajada, sin inmutarme en lo absoluto.
   Él me lanzó una mirada y, volviendo su atención a aquellas calles tan oscuras y desoladas por las que manejaba, me confesó lo siguiente:
— He estado con muchas mujeres desde la escuela, las he besado, me he acostado con ellas, las he invitado a bailar, las he tocado tanto... y nada de aquello se compara con esto— y, mirando su mano sobre la mía, soltó una risita irónica—, ¿por qué me pasa eso?
   Yo, algo alcoholizada y sin ánimos de ponerme a filosofar, lo dejé hablar, dejé que se desahogara, solo eso. Ese muchacho llevaba días intentando concertar un encuentro solos él y yo, así que yo simplemente le decía "No lo sé", mientras mi mano pegada al cuba libre era su excusa perfecta para tocarme, aunque solo fuera de esa manera tan tonta.
— Creo que si llegara a besarte alguna vez, yo...— y entonces sonreía, como si se imaginara aquello en su cabeza, y yo lo miraba con tanto cariño que a veces me distraía verlo tan sincero y enamorado de mí—, creo que ese día sería el hombre más feliz del mundo.
— Creo que estás exagerando un poquito— le dije, y su mano aún sosteniendo la mía sobre aquel tablero.
— Sabes que no— me dijo, ahora serio—, en estos días ya no se conoce gente como tú y tus hermanas, ustedes son otra cosa, y por eso es que te quiero tanto.
— Yo también te quiero.
   Y entonces hubo un silencio.
— ¿Ya puedo tomar?— dudó.
— Hasta que no vea una hamburguesa frente a mí, no tomas nada— le dije, mientras levantaba el trago del tablero, con la firmeza de una buena broma entre dos personas que tenían mucho tiempo de conocerse y quererse.
— Qué problema contigo, Alana, yo siempre como un güevón termino haciendo lo que te da la gana.
— Así es la gente cuando está enamorada.
— Yo no estoy enamorado de ti— me dijo, y eso era lo que me decía siempre, y yo solo podía reírme como si no hubiera un mañana ante la ambigüedad de sus acciones.
— Claro claro...— dije, mientras él se estacionaba en un puesto ambulante de hamburguesas y tomaba finalmente ese tan deseado y amargo trago.

tú otra vez.

El amor cuando es sincero.

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El amor cuando es sincero, se entrega, no se reserva egoístamente, no te avergüenza.
El amor cuando es sincero no daña, no enferma, no guarda rencor.
El amor, si es real, se comparte con la persona amada, no se retiene ni se detiene, no te acobarda, sino que te da alas, porque el amor, aunque es compromiso, también es libertad.
El amor cuando es sincero, no cesa, no se detiene unos instantes para regresar al ruedo tiempo después. El amor cuando es sincero no se niega frente a los demás, no se pretende ocultar, no se atesora unos días y se echa a la basura el resto del mes. El amor cuando es verdadero es constante, no varía, no cambia, sino es solo para crecer.
El amor cuando es sincero, no es cobarde, sino que es valiente y se asume.
El amor, entre tantas cosas maravillosas e imperfectas, aunque a veces duele, no mata, sino que da vida.
El amor, como ese que dices que sientes hacia mí, cuando es sincero, no es un intento fallido o una bala perdida, porque el amor cuando es auténtico no genera duda, no causa molestia, no intriga, no confunde, no incomoda, sino que es certero y apunta directo al blanco, porque así es el amor cuando es infalible: es una verdad clavada en los ojos de quien ama y una certeza para quien mira. Así es el amor, al menos el real, el que invade, pero jamás abruma, ese es el amor al que le escribo hoy, el amor de verdad, el que necesita, el que da, el que comparte, ese que no se puede negar.
El amor cuando es sincero, acompaña, apoya, se preocupa.
El amor, al menos este que describo, cuando es sincero es omnipresente, porque una vez que lo sientes, siempre está allí.
El amor cuando es sincero, se admite, se reconoce, se coloca en palabras, se expresa, no se intenta dejar de sentirlo, no te llena de temor, sino que por el contrario te da valor. 
El amor cuando es sincero te presume, te enseña, porque el amor cuando es cierto, no puede disimularse, sino que es público y notorio, imposible de esconder.
El amor cuando es sincero, no se pretende con intentos absurdos dejar de sentirlo, sino que se enfrenta, se le abre la puerta, se le da la bienvenida, porque el amor cuando es una realidad, no te hace dudar.
...si tú me amas, no me dejes.
No me dejes sola.

domingo, 18 de diciembre de 2016

Línea de fuego.

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 Estoy en medio de la línea de fuego desde ese día sin fecha en que empecé a enamorarme de ti.
  Estoy allí de pie.
  Justo en medio, al frente y al centro, esperando la detonación definitiva.
  Siento tus ojos mirarme constantemente, pero no debo voltear a verles. Les tengo miedo, no quiero que ellos me hagan claudicar ni que al mirarlos despierte en mí la más mínima curiosidad, porque fueron ellos quienes en un principio dividieron mi alma en estas dos mitades tan ambiguas, dejando de un lado de la balanza mi razón, y del otro mi corazón.
  Debes saber que hoy y por ti, soy esta Alemania Nazi o esta Ruanda del ’94, sumida en tanta pólvora y destrucción, que a veces resulta complicado hacer lo correcto cuando tus besos me enseñaron tantas cosas que quisiera volver a repetir, pero que como un error maldito y nocivo, traerían consecuencias desafortunadas.
  No es sencillo para mí seguir reteniendo tanto, sostener esto tan gigante, o seguir intentando calmar tanta tempestad, cuando de un lado del campo de batalla te encuentro mirándome de nuevo como si me amaras, pensando quizás que ir a tus brazos no sería definitivo, pero al menos se sentiría bien un rato, sin embargo, no quisiera tener que mirarte desde acá, desde donde todo se está yendo a la mierda y es seguro y reconfortante a la vez, porque aunque me siento segura, quisiera aceptar el abrazo que tus ojos en seguida y sin precisar palabras me ofrecen. Decaigo: te quiero. Lo sé, te lo he dicho ya sin complejos, me lo has dicho tú igual…
  … pero, ¿qué hago? ¿Y cómo hacerlo, amor? Si todo este tiempo el asunto con nosotros es que quieres que me entregue al corazón cuando soy una mujer tan perdidamente enamorada de la razón, que me es imposible responder a veces preguntas que como un estallido irrumpen mi tranquilidad y me hacen pensar: ¿cómo pretendo querer a alguien con tanta lógica y sensatez, si de hecho quererle se siente como un peso justo en el pecho? ¿Qué hacer? ¿Qué hacer con tantas ganas de quererte y tan pocas razones para hacerlo? ¿Qué? 

E inmediatamente sé que 'nada' es la respuesta.