
Habíamos quedado en encontrarnos a las diez o, como yo le dije, "quizá un poquito antes de las once". Cuando él se apareció, yo me encontraba en medio de un ataque de tos/estornudos, porque me había atacado ese virus retorcido y misterioso que anda rondando las calles de Maracaibo y al parecer de toda Venezuela.
— No se te quita esa tos— me dijo, como dudando si darme un beso en la mejilla o no—... ni lo puntual.
— No puedo evitarlo. No tienes que besarme— le dije, acabando con su duda.
Él se sentó frente a mí.
— Eso de "quizá un poquito antes de las once" me hizo dudar en cuanto a qué hora era conveniente llegar, así que discúlpame si es tarde en tu mundo, pero en el mío esto es el poquito antes de las once.
— Está bien. Ya estás aquí, ¿no?
— Tampoco sé si es la hora de invitarte el almuerzo o un buen desayuno criollo.
— Podríamos solo hablar, sabes que siempre he salido muy barata... uhm, disculpa, ¿eso sonó terrible?
Él rió.
— Sí, la verdad sí, pero en fin... no se trata de que sales barata, es que nunca te ha gustado que te regalen cosas.
— No, no me gusta que hombres evidentemente interesados en mí traten de comprar mi cariño con cenas y helados.
— ¡¿Qué?! ¡Es la peor forma del mundo para ver algo tan tonto!
Intenté reír, pero en cambió me salió un estornudo medio extraño que le ocasionó gracia.
— Creo que es fastidioso salir a comer con alguien y además no me gusta que me vean comer.
— Entonces no sé cuál es el fin de vernos en este lugar y que te hayan traído el menú. Es como ir a visitar al muchacho que está manifiestamente loco por ti, pero solo para sentarte en su sofá y robarle su señal de wifi.
Reí, seguro para él, malévolamente.
— Cualquier parecido con la realidad...— comencé.
—... ¡es una maldita coincidencia!— terminó divertido.
Hubo un breve silencio, apenas alterado por un par de estornudos y tres ataques de tos seca.
— La próxima vez, cuadramos para vernos en un estacionamiento.
— Al menos no sería un cliché fastidioso.
— ¿Sabes lo que hacen las parejas en los estacionamientos abandonados, a mitad de la noche?
— Qué bueno que no somos pareja... y tu mente es pura suciedad— le reprendí.
Rió de nuevo.
— Quiero decirte algo— anunció—, y lo diré ahora porque pareces estar muy tranquila e indiferente. Llevo diez meses conquistándote y jamás, nunca, pensé que estaría detrás de una mujer tanto tiempo, pero lo cierto es que ya te conozco algo y sé que te horroriza comprometerte, así que podemos seguir así hasta que te canses de mí, o hasta que yo me canse de ti. Dolerá tener que decirte adiós, es cierto, pero más aún dolerá saber que, después de ti, me veré obligado a la mariquera sistemática esa de caerle a una chama y pedirle que sea mi novia. Caerle, novios. Caerle, novios. Y así. Me gusta esto que no tenemos tú y yo. Estoy bien así.
Lo observé unos segundos con intriga y, finalmente, le dije:
— Me gustas mucho, es lo más bonito que me han dicho— y se lo dije en serio, pero él volvió a reír. Se reía de todo. Aún estaba acostumbrado al estereotipo de la sociedad, a seguir la corriente, a reír cuando parecía que debía hacerlo, a molestarse cuando "lo normal" era hacerlo y así, pero a mí me seguía gustando él, con todo y eso.
— Eres muy extraña.
— ¿Sabes qué? Te ganaste un buen almuerzo conmigo, ¡vamos a comer!— me animé, premiándolo, tomando el menú y viendo las opciones.
— Eres increíble— reconoció sorprendido—, haces que esté jodidamente feliz de tener que gastar todo mi dinero.
— Lo valgo.
— Sí, lo vales. Y nadie lo sabe más que yo— murmuró, pero pude oírlo, lo que me robó una sonrisa.