La miré por un segundo, intentando recordar sus
dimensiones. Antes la creía amplia, ruidosa, cálida, ahora solo reproducía un
silencio odioso y asfixiante, que salía desde lo más profundo de las dos
habitaciones y me golpeaba la cara sin piedad. Ahora que regresaba, mi casa era
más pequeña, más oscura, más silenciosa. El techo se había caído hacía dos años
y el piso necesitaba ser pulido. Mi cama y las de mis hermanas habían
desaparecido y en su lugar solo quedaba su figura contorneada sobre el granito,
como una sombra inmóvil.
Recordé mi inocente infancia, soñé con volver. En la
cocina solo quedaba una de las cuatro sillas del comedor, sus patas estaban
roídas y me era difícil no respirar el aire de la comida recién hecha de mi
mamá. Mi casa ya no era la que fue: el brillo, la calidez, todo se había ido,
ahora la gobernaba la humedad de sus filtraciones, el moho incipiente, las
telarañas redondeando sus esquinas, las paredes amarillas, el polvo recio sobre
los pocos muebles que quedaban y el silencio inmenso de lo que fue un hogar y
ahora solo era una simple casa sin risas, sin llantos, sin gritos, sin
secretos, una casa muerta, habitada de vez en cuando por mis recuerdos.
Imagínate abandonar tu casa y regresar años después. Más maduro, más realista, más viejo, con nuevas creencias. Tan solo imagínate volver allí y ser atacado por la nostalgia.
¿Qué harías?
No hay comentarios:
Publicar un comentario