viernes, 30 de enero de 2015

Imagina volver.

      

     La miré por un segundo, intentando recordar sus dimensiones. Antes la creía amplia, ruidosa, cálida, ahora solo reproducía un silencio odioso y asfixiante, que salía desde lo más profundo de las dos habitaciones y me golpeaba la cara sin piedad. Ahora que regresaba, mi casa era más pequeña, más oscura, más silenciosa. El techo se había caído hacía dos años y el piso necesitaba ser pulido. Mi cama y las de mis hermanas habían desaparecido y en su lugar solo quedaba su figura contorneada sobre el granito, como una sombra inmóvil. 
      Recordé mi inocente infancia, soñé con volver. En la cocina solo quedaba una de las cuatro sillas del comedor, sus patas estaban roídas y me era difícil no respirar el aire de la comida recién hecha de mi mamá. Mi casa ya no era la que fue: el brillo, la calidez, todo se había ido, ahora la gobernaba la humedad de sus filtraciones, el moho incipiente, las telarañas redondeando sus esquinas, las paredes amarillas, el polvo recio sobre los pocos muebles que quedaban y el silencio inmenso de lo que fue un hogar y ahora solo era una simple casa sin risas, sin llantos, sin gritos, sin secretos, una casa muerta, habitada de vez en cuando por mis recuerdos.

Imagínate abandonar tu casa y regresar años después. Más maduro, más realista, más viejo, con nuevas creencias. Tan solo imagínate volver allí y ser atacado por la nostalgia.
¿Qué harías?

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