miércoles, 29 de octubre de 2014

Habíamos quedado en encontrarnos.

   

   Habíamos quedado en encontrarnos a las diez o, como yo le dije, "quizá un poquito antes de las once". Cuando él se apareció, yo me encontraba en medio de un ataque de tos/estornudos, porque me había atacado ese virus retorcido y misterioso que anda rondando las calles de Maracaibo y al parecer de toda Venezuela.

— No se te quita esa tos— me dijo, como dudando si darme un beso en la mejilla o no—... ni lo puntual.

— No puedo evitarlo. No tienes que besarme— le dije, acabando con su duda.

   Él se sentó frente a mí.

— Eso de "quizá un poquito antes de las once" me hizo dudar en cuanto a qué hora era conveniente llegar, así que discúlpame si es tarde en tu mundo, pero en el mío esto es el poquito antes de las once.

— Está bien. Ya estás aquí, ¿no?

— Tampoco sé si es la hora de invitarte el almuerzo o un buen desayuno criollo.

— Podríamos solo hablar, sabes que siempre he salido muy barata... uhm, disculpa, ¿eso sonó terrible?

   Él rió.

— Sí, la verdad sí, pero en fin... no se trata de que sales barata, es que nunca te ha gustado que te regalen cosas.

— No, no me gusta que hombres evidentemente interesados en mí traten de comprar mi cariño con cenas y helados.

— ¡¿Qué?! ¡Es la peor forma del mundo para ver algo tan tonto!

   Intenté reír, pero en cambió me salió un estornudo medio extraño que le ocasionó gracia.

— Creo que es fastidioso salir a comer con alguien y además no me gusta que me vean comer.

— Entonces no sé cuál es el fin de vernos en este lugar y que te hayan traído el menú. Es como ir a visitar al muchacho que está manifiestamente loco por ti, pero solo para sentarte en su sofá y robarle su señal de wifi.

   Reí, seguro para él, malévolamente.

— Cualquier parecido con la realidad...— comencé.

—... ¡es una maldita coincidencia!— terminó divertido.

   Hubo un breve silencio, apenas alterado por un par de estornudos y tres ataques de tos seca.

— La próxima vez, cuadramos para vernos en un estacionamiento.

— Al menos no sería un cliché fastidioso.

— ¿Sabes lo que hacen las parejas en los estacionamientos abandonados, a mitad de la noche?

— Qué bueno que no somos pareja... y tu mente es pura suciedad— le reprendí.

   Rió de nuevo.

— Quiero decirte algo— anunció—, y lo diré ahora porque pareces estar muy tranquila e indiferente. Llevo diez meses conquistándote y jamás, nunca, pensé que estaría detrás de una mujer tanto tiempo, pero lo cierto es que ya te conozco algo y sé que te horroriza comprometerte, así que podemos seguir así hasta que te canses de mí, o hasta que yo me canse de ti. Dolerá tener que decirte adiós, es cierto, pero más aún dolerá saber que, después de ti, me veré obligado a la mariquera sistemática esa de caerle a una chama y pedirle que sea mi novia. Caerle, novios. Caerle, novios. Y así. Me gusta esto que no tenemos tú y yo. Estoy bien así.

   Lo observé unos segundos con intriga y, finalmente, le dije:

— Me gustas mucho, es lo más bonito que me han dicho— y se lo dije en serio, pero él volvió a reír. Se reía de todo. Aún estaba acostumbrado al estereotipo de la sociedad, a seguir la corriente, a reír cuando parecía que debía hacerlo, a molestarse cuando "lo normal" era hacerlo y así, pero a mí me seguía gustando él, con todo y eso.

— Eres muy extraña.

— ¿Sabes qué? Te ganaste un buen almuerzo conmigo, ¡vamos a comer!— me animé, premiándolo, tomando el menú y viendo las opciones.

— Eres increíble— reconoció sorprendido—, haces que esté jodidamente feliz de tener que gastar todo mi dinero.

— Lo valgo.

— Sí, lo vales. Y nadie lo sabe más que yo murmuró, pero pude oírlo, lo que me robó una sonrisa.


martes, 14 de octubre de 2014

Última instancia.



Y entonces todo está bien.
El sofá se convirtió en el punto intermedio de la casa.
A veces duermes allí tus esperanzas,
a veces emigran a la cama tus anhelos,
lo cierto es que desde allí hasta la calle, 
las paredes y el piso y el jardín guardan un secreto adivinado:
el secreto del fragmento cotidiano,
el secreto que deja de serlo tanto 
por parecerse tanto al mundo.
Del sofá, cada noche,
nace una nueva raíz en tu minúsculo mundo
y de los dedos de tus pies esperma.
Has creado el vicio, 
una relación dependiente:
tú duermes y el sofá te mantiene dormida,
tú respiras y el sofá es tu bomba de oxígeno,
tú amas y el sofá se siente amado.
Mujer, acaba ya de soñar sueños vencidos,
de contarle al sofá tus engaños y desengaños,
que nadie es feliz de ser la segunda opción o la última,
que nadie es, en este caso, nada.


siempre todo, todos, vamos a dar al sofá.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Analogía N° 1.

   "Entonces se oyeron unas campanas sonar: era su corazón alarmado.

- Dile que no estoy- me pidió ella, buscando refugio bajo las sábanas.

- Pero...- preferí guardar silencio y me dirigí a la puerta

   Allí estaba él, ansioso como de costumbre, tembloroso por estar donde estaba en ese momento, pero sobretodo impaciente:

- He estado...- empezó a decir de inmediato, cuando yo le interrumpí:

- Ella no se encuentra dispuesta.

   Él profirió una breve carcajada que pareció salir del centro de su pecho.

- Sabes que no vengo para verla a ella, Natalia- me dijo, ahora levemente divertido.

- No deberías estar aquí, aún tienes tiempo de irte, podrías decir que te perdiste o que...

- No me robes este tiempo con tus balbuceos, por favor- solicitó, ahora serio-. Solo quédate parada allí mismo donde estás, puedes moverte o hacer cualquier cosa, menos irte, ¿de acuerdo? Solo se tú misma.

- ¿Qué?- dudé, echando un vistazo por el largo pasillo, temerosa de que alguien viera a Manuel-. ¿Por qué no me dices ya lo que viniste a decir?

   Él pareció reaccionar de repente.

- ¿Yo? No, no vine a decirte nada- se negó, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón-. Solo vine a verte.

- ¿Para eso me tienes parada acá como una estatua? ¡¿Qué sentido tiene?!- exclamé entre susurros, dándome la vuelta para entrar de nuevo en la habitación, donde ella me esperaba seguro para preguntarme por qué había tardado tanto y si Manuel se había marchado triste por no poder verla.

   De inmediato, Manuel tomó mi muñeca.

- Lo que no tiene sentido es que subestimes el poder de la observación. Mi abuelo decía que todos somos capaces de ver, pero pocos de observar verdaderamente lo que está ante nuestros ojos... hablaba mucho de la esencia de las personas, eso que está más allá de lo que es notable a simple vista. Si tú me preguntas qué sentido tiene tomar unos minutos de mi tiempo para venir a verte, entonces deberás formularle la misma pregunta a un amante del arte, pregúntale a él qué sentido tiene ir a la exposición de arte de su artista favorito. Si le preguntas, por favor dime cuál fue su respuesta, ¿sí? Esa será la mía también."

sábado, 6 de septiembre de 2014

Gustos y disgustos.


Me gusta la espera, porque al esperarte presiento que llegarás.
Me gusta el sabor a incertidumbre que me va dejando tu llegada, las preguntas habituales que me hago, el cristal empañado en el baño.
Me gusta el sonido extraño que oigo, como si en el cuarto contiguo hubiera callado de repente y sin pensarlo una celebración estruendosa.
Me gusta también mi independencia, ella me da tiempo para hablar con amigos, para tomarme un café, para indagar las noticias.
A veces, también me gusta no verte llegar, porque tu ausencia me hace extrañarte más, y mientras más te extraño, más te pienso más te quiero más te tengo más te pierdo, más te recupero.
Me gusta la fragancia que despide el aire, jamás nada me sonó tanto a ti.
Me gusta todo, todo lo que me rodea, porque se parece a ti, aunque fuera en la forma o en la textura o en el recuerdo.
Me gusta todo, solo porque me gustas tú.
Me gustas tú, me gusta todo.

... una tarde sentada junto al celular.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

... De la vida.

Aún subsisten, aún sobreviven fragmentos pequeños de aquello que me diste. Y soy hoy una mala creación de aquello que me diste.
Soy, soy muchas cosas, pero sobretodo soy la que no quisiste. Estoy condenada a no amar, y si amo me va fatal. Soy un desastre en el amor.

domingo, 31 de agosto de 2014

Quiero amarte pacíficamente.

                

     Sé que adoras sentirte amado, que estás acostumbrado a ser mi mundo y a que gire en torno a tu estela. Sé que me quieres regalar el mundo y no dudo que lo envolverías con el universo antes de hacérmelo llegar, pero también sé que hay un quiebre interno en el centro de tu cuerpo, y que una bestia absurda y dañina flanquea tus posibles entradas.
     Lloro, me hundo.
     Quiero amarte pacíficamente, quiero creer que de verdad te amo.
    Dile, dile al eco de tu voz que resuene con más potencia, que mientras es débil se hunden bajo mis pies todos los barcos del mundo. Navega, ve y dile al insomnio que te deje dormir, quizás entonces solo así dejarías de mentir. Ve y dile a todos que te sientes abandonado, ve y atraviesa sus ventanas del alma y dime si crees que ellos te toman en serio… y si no lo crees, regresa a mí, llora en mi hombro, déjate caer en mi regazo, acaba ya de maldecir ese olvido inexistente que me imputas y guarda silencio si es lo que quieres, no digas nada si es lo que deseas. No hables, no digas nada. Entenderé.
     Entenderé que me quieres igual. Que me amas igual, pero que no podrás complacerme esta vez, porque tendré que seguir amándote en medio de esta guerra que recién empieza y que quizás jamás termine.
     De igual forma, no olvides que siempre querré amarte pacíficamente. Quiero amarte pacíficamente.

Este es, quizás, una especie de regreso, 
no sé si triunfal, 
pero sí uno muy bien intencionado...
y eso también vale.

martes, 29 de julio de 2014

Amigo, una misión.

     Amigo, dile que, en efecto, me he enamorado de él. Que no es todo una mentira, un engaño, una farsa, dile que, en efecto, me he enamorado de él. Dile que me gusta su sencillez, pero sin hacer tanto énfasis en ello, dile que le huyo a veces porque lo quiero y no sé querer de otra forma sino huyendo. Si te pregunta, dile pausadamente que nunca he tenido una relación seria, y si se sorprende o gira los ojos, ríete como un loco y niega lo dicho. Y luego dile que lo quiero y que es un cariño sin ornamentos, sin intereses escondidos o para pasar el rato, haz énfasis en que lo quiero honestamente, como solo sabe querer quien quiere por primera vez.
     Dile que, en efecto, me he enamorado de él. 
     Invítalo un día, quizás, a jugar al fútbol o a estudiar y empieza a hablarle de mí, que me conoces hace tiempo y siempre he sido una buena amiga, háblale de mis virtudes y, para que no piense mal, roza levemente mis defectos... y luego dile que lo quiero, o mejor, pregúntale qué piensa, aún cuando confiese que me aborrece, cierra los ojos, respira profundo y dile, dile que, en efecto, me he enamorado de él.
     Y si sonríe, desvía la mirada. Y si cree que es una broma, síguele la corriente. No me falles, amigo, solo tienes que decirle que, en efecto, me he enamorado de él.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Un jueves más.

    Hoy, como de costumbre, antes de que mi país despertara y yo me viera obligada al exilio de la ciudad capital, amanecí muy temprano, entre las cinco y seis de la mañana. Era jueves, el día emocionante, el vecino más cercano del viernes, el día que te daba aliento, y yo esperaba el bus en la misma parada de siempre, con la misma serie de oraciones de siempre, implorándole al cielo que mi ruta pasara rápidamente para llegar a la hora a mi clase.

    En el transcurso de unos cinco minutos de estar allí parada el vigilante de un club conocido de la ciudad me ofreció un pequeño banquito de plástico, al cual, desde luego, no pude negarme. Allí sentada, caí en cuenta de que estaba en una especie de círculo de reunión con el vigilante, el señor que vende los jugos y la chicha, el bedel del Banco y una señora que vendía perros calientes un poco más allá. Verme allí, entre esos personajes, me causó sorpresa y diversión.

    Yo, huraña como de costumbre, me senté diagonalmente para darles el mensaje de que no quería entrar en su conversación. De igual forma, estuviera o no estuviera yo allí, los hombres empezaron a hablar:

-Las dos jevitas que yo tengo tienen movistar, y yo las llamo y les envío mensajes rapidito- dijo el vendedor de chicha, el tal Daniel.

- Ah, ¿sí? ¿Una de esas fue la que vino ayer? ¿la flaquita?- le preguntó el vigilante, un tipo con sobrepeso, joven, extrovertido.

- Sí, esa misma- después empezó a explicarle que ella vivía en algún lugar con nombre de fruta que no recuerdo y que agarraba dos rutas para llegar allá. En ese momento pensé que el tipo era un descarado-. Y la gordita no ha venido más porque anda brava...

- ¡Ay! Colombiano marico, ¿qué habréis hecho?

- Yo nada, esa es arrecha.

    Ellos siguieron hablando de casi cualquier cosa y yo no dejaba de pensar en que el tipo no solo tenía dos mujeres, sino que ambas lo visitaban en el mismo sitio y, por si no fuera suficiente, su sitio de trabajo. "Un día de estos te van a agarrar, pendejo", quería decirle, pero después pensé: "¿Y si cada una sabe de la existencia de la otra? Hoy en día hay de todo".

    El vigilante, que me miraba siempre con ojos de "te tengo ganas", me decía muñeca, y yo seria, cero sonrisita, ni lo mirada, quería que el bus llegara rápido para irme.

    En ese momento, la señora empezó a hablar de los hombres bonitos, que eran unos inservibles, que ella prefería los feos y que porque ella no hacía nada con un tipo bello que a la hora de estar solos le pegara y la tratara mal. Sí, por eso ella prefería a los feos. Como si eso fuera decisivo. Yo quería decirle: "Hay tipos bellos y buena gente, pero no nos paran y a usted con esa blusa menos...", pero no, que rata sería decirle eso a una señora. Si a ella le gustan los feos, pues buenísimo, así no se esfuerza tanto.

    En eso, el vigilante le decía que no, que eso no era así, que si a él le ponían a una muchacha bonita (y me miraba, y yo haciéndome la loca, preguntándome dónde estaría el bus) y a una fea, él agarraba la bonita de una, sin pensarlo dos veces, y que porque qué hacía él con una fea. Y yo: "Dios mío, tan feos todos y hablando de mujeres bonitas..."

- Bueno, la fea por lo menos no te monta cachos- dijo Daniel.

- A mí no me importa si me monta cachos- aseguró el vigilante, el que me decía muñeca y me había ofrecido el banquito que no era ni suyo, sino del simpático Daniel-... a mí lo que me importa es que no me deje.

    Y yo calladísima, pero sorprendida también, porque no sabía que los hombres pensaban así. Seguro con esa mentalidad no solo le montarían los cachos las bonitas (si es que las consigue), sino también las "feas". Aunque algo bien cierto dijo el gordito, palabras hasta sabias y todo:

- Aquí en Venezuela no hay mujer fea, sino desarreglada, porque todas las mujeres son bellas, y igualitas todas...

- Eso no es verdad- refutó la vendedora, moviendo sus manos en el aire-, no todos tenemos sentimientos iguales. Yo tengo sentimientos distintos a los tuyos y él a los tuyos y ella (yo, que ni la miraba) a los de él, y así...

- ¡No! ¡Eso es una mierda! Todas son igualitas, están repetidas.

    Y yo: ¡Team señora, team señora!". Y el bus llegando, y yo que me levanto del banquito como simulando tristeza por tener que abandonarlos, mientras decía:

- Gracias por el banquito. Chao.

    Y casi que me lanzo al bus. Ya era tarde por la mañana.

    Allí, sentada en el bus camino a la universidad, me puse a pensar en que Daniel, el vigilante, el bedel y la señora estaban allí todos los días, de lunes a viernes haciendo cada uno su trabajo, desde las seis de la mañana hasta sabe Dios qué hora de la tarde. Allí, en esa esquina siempre, todos los días observando, hablando, matando el tiempo, vendiendo un jugo o dos, bajando la cuerda para que los carros de los ricos se estacionen en el club, echándole mostaza al pan... sin lugar a dudas, de algo debían hablar y algo debían conocerse entre sí...

lunes, 12 de mayo de 2014

La visita.

     

     Y yo le dije sálvame, y él, ¿de qué? De la rutina, le respondí. Él se puso de pie, tomó su abrigo y salió de la casa. Contrariada, allí sentada en el sofá con todos mis demonios dando vueltas a mi alrededor, tomé el teléfono y le invité a una amiga un par de copas de vino. No puedo, me hizo saber, tengo visita, y yo colgué sin preguntarle nada más. La noche apenas empezaba y él ya se había ido, ¿qué podía hacer yo sin él? Era la hora de quedarnos hablando puerilidades, de besarnos escondidos, de combatir al receloso fin de la visita con la consciente negación de la existencia de los minutos y segundos. Sí, era la hora de repetir lo mismo de ayer con vergonzante ahínco, pero él se había marchado y yo solo quería mi rutina insaciable y mortal de regreso. Mi rutina de aburrirnos tanto hasta odiarnos, mi rutina de verle repantigado y como ausente sobre el piso, contando las hormigas, esperando la cena. 
     Ahora quisiera decirle que no fueron nunca un error -ni lo serán jamás, para gloria de Dios- esos días que solo se aceleraban cuando le abría la puerta de entrada a mi casa. No serán un error las tardes de examinarnos y contarnos mil historias; y mucho menos serán un error las noches de saberlo acongojado por la preocupación de perderme.
     Sálvame de la rutina, le había dicho hacía tan solo un par de minutos. Ahora, acudiendo a la perspicaz y dolorosa ironía de la vida, yo quería pedirle que me salvara con nuestra rutina. Que viniera y siguiera contando hormigas (las más grandes valen por dos). Ven, quería decirle, prefiero la confortable incomodidad de tu presencia rutinaria, que el vacío perpetuo, inmenso e infinito de tu ausencia indefinida. Ven, quería decirle, pero no lo veía.
     Media hora después de culparme por mi conducta dolosa, él tocó la puerta. ¿Flores?, reconocí, tomando el ramo de dalias de sus manos perturbadas por el frío exterior. Flores, reconoció, como dudando de lo que hacía. Flores, acepté. Nunca te regalo flores, me dijo. Reí un poco frente a él, era cierto, él nunca me regalaba flores, no porque fuera descuidado, que lo es, sino porque siempre habíamos dado por hecho que las flores no eran un regalo aceptable, cuando había tantos libros por leer y tantos chocolates para comer.
     Después de poner mis dalias en agua y volver a su lado en el sofá, quise informarle sobre algo: Hay un largo camino de hormigas en la cocina, deberías contarlas mientras está lista la cena, pero él no me obedeció esta vez y fue directo a los besos furtivos. Las demás cosas podían esperar, pues teníamos todavía el día de mañana para volver a empezar.

jueves, 8 de mayo de 2014

Enmanuel.


Enmanuel habla muy poco. Tiende a balbucear algunas palabras. Enmanuel es callado y misterioso, pero quiero fundirlo en un abrazo tan cálido como su ecuánime sonrisa. Enmanuel podría ser mi hermanito o tan solo un muy buen amigo, yo le enseñaría a gritar y él me enseñaría a callar. Yo le daría clases de rebeldía, él me guiaría hacia los insospechados caminos de la meditación. Quizás saldríamos a correr juntos y leeríamos los mismos libros. De seguro Enmanuel entendería el miedo que me dan los hombres y se reiría un poquito disimuladamente, para no herirme. Yo le contaría a Enmanuel del viaje en bus, del poema que leí el día anterior, de que mi papá era fotógrafo y él seguro sospecharía que oculto algo. Tan suspicaz, tan astuto mi callado y curioso Enmanuel. Yo te enseñaría a correr y te buscaría una novia, de seguro movería el universo para hacerte feliz. Enmanuel, yo escalaría montañas, nadaría océanos completos solo para seguir admirando la paz que desbordas. Habla un poquito más alto, Enmanuel, sonríe más de vez en cuando, quizás dos o tres veces cada hora, camina erguido, Enmanuel, mándale saludos a tu hermanita, abrázame, amigo, tan solo se tú mismo, se Enmanuel.

jueves, 24 de abril de 2014

Cápsula del tiempo.

   

   Seguro te conté alguna vez de esa época dorada, las tardes de costura y los mojitos cubanos que iban y venían, mamá nos hacía vestidos, nosotras modelábamos casi ebrias, reíamos, gritábamos, soñábamos. ¿Recuerdas? Salíamos a tomarnos unos cócteles, la menstruación nos ponía de mal humor y sudábamos a causa de los nervios. Enamorarse era para gente grande y nosotras apenas teníamos veintitantos, la edad justa para empezar a tomar alcohol, pero no para los hombres, eso es claro; a fin de cuentas, emborracharse era mucho más seguro.
   Bailábamos como adictas al crack, no teníamos dinero, no mentíamos porque no decíamos nada. Tú, sin dudas, debes recordarlo: Fun, Los enanitos verdes, King Chango y The Corrs. Mojitos iban y venían. Hombres alejábamos, fundíamos juegos de video, nos maquillábamos, nos peinábamos. 
   Colombia, Corea, Nueva York, juntas en París, la mayor parte del tiempo soñábamos. Aura, ustedes saben. Nuestro propio negocio, mis libros, tu línea de ropa, ¡las malditas leyes! Cero jefes, ¿de acuerdo? Ya hablamos de eso. Ustedes deben recordarlo, las conversaciones hasta las cinco de la mañana, el vino de fresa, el de parchita, los granjeros, "por favor bájale un poquito de volumen", "vamos a complicar las cosas". No lo olvidaron, yo lo sé.
   Nos llevamos en la piel. Esmaltes de uñas, lentejuelas, ¿zapatos altos o bajos? Marquesa de chocolate, donitas azucaradas, los kilos de más... todo lo llevamos tatuado en la piel. Yo tengo sus nombres aquí dibujados, uno en cada brazo, ¿y ustedes? ¿ustedes recuerdan esta serie de anécdotas que conforman nuestra humilde cápsula del tiempo? Díganme, ¿aún recuerdan ustedes esa joven adultez que compartimos?

... para dos, de tres.

viernes, 18 de abril de 2014

Sigamos no diciéndonos nada.


  Ya que nos gustamos tanto y no podemos decirnos nada, sigamos jugando a engañarnos. Yo seguiré gustándote en secreto. Tú seguirás gustándome igual.
 Ya que no puedo reclamarte nada, seguiré diciéndote que no importa, que eres libre, que entiendo. Tú, por tu parte, buscarás otras palabras para decirme que me quieres. 
  No digamos nada. Sigamos ocultando esta verdad que nos golpea a ambos en la cara y es más cruda que este vacío que siento al no tenerte cerca, aunque tú estuvieras por tu lado y yo por el mío.
  Y yo, ya que no tengo cara para decirte que te extraño, seguiré simulando orgullo y simpatía. Tú, seguirás viviendo tu vida como si algo faltara en ella, pero, claro está, sin poder decirme que soy yo lo que te falta.
  Sigamos ocultándonos esta verdad que nos toma de los brazos y nos lanza al abismo. Sigamos no diciendo nada y alegrémonos, riamos, bromeemos cuando el acartonado disfraz de nuestra amistad nos lance en el pecho las formalidades que tanto solemos usar.
  Yo, por mi parte, no diré que me haces falta. Tú, allá donde estás, negarás a todos que otra mujer te hace pensar.
  Sigamos no diciéndonos nada. Tú seguirás gustándome igual. Yo seguiré gustándote igual.
  A mí, la soledad me seguirá comiendo desde adentro hacia afuera. A ti, la rutina seguirá absorbiéndote poco a poco, día tras día... mi amor.

viernes, 11 de abril de 2014

Hablemos de hablar.

  ¿De qué hablamos si no es de hablar? 
  Querías hablar, pues ¡habla!
  ¿Yo qué hago mientras tanto? Seguro esperas que crea en esa fe tuya sin historia, que profane mi escritura y me lance a creerte el futuro que adivinas. Ya que estamos aquí, ¡me han dado una ganas enormes de hablar contigo!
  Anda y dile a tu familia que no valen la pena, criaron un monstruo, engordaron tu ego. Hablemos de que hablas demasiado, nunca dejas oír nada... o, simplemente, a veces no dices nada y siento que tengo que romperte los dientes uno por uno para sentirme mejor. ¡Habla! ¿No querías hablar? Hablemos de tu infidelidad, de la muchacha con la que te encontré y del hombre en el que pienso desde que me enteré, hablemos de ti, de que te conviene ponerte a dieta, o de mí, de que no te creo nada. ¡Hablemos de esto toxico entre los dos! De mi mal gusto para los hombres, de tu carro que seguro te satisface más que yo. Hablemos, hablemos, ¡hablemos entonces! Querías hablar, ¿no? Pues cuéntame del dinero que gastas en tus apuestas o de la maldita malacostumbre de mandarme a callar.
  Hablemos de la imposible tarea que es comunicarnos o del seguro del carro. De la cuenta de la luz, del gas, del canal que quiero ver en la televisión, de tu falsa afición al deporte.
  Ya qué querías hablar, ¿por qué no hablamos de todo eso?
  Y ya que yo he hablado tanto de hablar, seguro acabarás diciéndome que no soy yo, que no eres tú, que no es nadie, pero que te molesta que no me guste hablar...

... De la vida.

Escribiendo, porque si no escribo te pienso y si escribo, te escribo.

Silencio, abismo.

Yo no podía decirle otra cosa. Ambos habíamos caído, sin planearlo, en un juego exasperante: él no decía nada y yo tampoco. No lograba explicarme en qué momento el silencio se nos volvió ley, pero era así... por ese tiempo a ninguno de los dos nos gustaba la mera formalidad de hablar de un día exactamente igual al anterior. Por momentos, llegué a acostumbrarme a saber que él me quería, no necesitaba oírlo de sus labios cerrados que ya no se unían ni para darme un beso. El silencio, sin duda, veterano, excelentísimo señor, él no necesita invitación, se hospedó entre nosotros dos y cada vez que me trato de acercar, su filtro acalla mis palabras, y solo puedo verlo allí, calladito, diminuto como una gota, inmutable, mirándome a veces como queriéndome decir que el silencio es lo único posible y que me he tardado en entender. Y de regreso le digo con la mirada: Sé que me he tardado en comprender. 
El silencio nos había destruido, no quedaba nada más que la vertiginosa historia que nos gustaba contar... además, claro... ¿cómo no lo había pensado? No esta de más decirle a la persona que quieres, que la quieres.

sábado, 25 de enero de 2014

Par de frustrados, enamorados.

  Manuel, pregunté por ti.
  He andado tras tu pista desde que te fuiste, en principio con intensidad y ahora más por curiosidad que por necesidad de tenerte. A veces la satisfación que me proporciona tu aparente felicidad me roba una sonrisa involuntaria, aunque muchas veces te anhelé primero aquí, junto a mí, siempre aquí. Qué suerte de enamorados tenemos nosotros, Manuel, qué suerte de trágicos enamorados.
  Manuel, pregunté por ti.
 El silencio me responde cada noche, la mañana me trae una amnesia selectiva y maldita. Cuídame, Manuel, como un día prometiste que lo harías. Quiéreme, Manuel, somo decías, como gritabas.
  Manuel, pregunté por ti.
  Qué misterio el que te acompaña y qué intriga me ocasiona no saberte. Debes imaginarte que ando tras tus pasos, recogiendo pistas, acumulando espacios. Qué suerte la de nosotros, par de frustrados, hoy yo ando como medio anestesiada por tus recuerdos, ellos a veces te señalan y otras veces te duermen, silencioso ausente.
  Manuel, he preguntado por ti a todos estos muebles vacíos. Nadie, aparte de ellos, debe conocer de esta suerte de distancia que dibujamos o de este par de frustrados brazos, lánguidos brazos que se enredan de vez en cuando, y sobretodo cuando te hallo.
  Manuel, he preguntado por ti y me han respondido que aún no eres del todo feliz.

viernes, 3 de enero de 2014

Caramelos.

   

   Yo era simple. Yo no andaba regalando caramelos por ahí a todo el mundo y ya sabes... sabes que a todos nos gustan los dulces y más si son regalados.
   Me matas. Me matas con toda esa planificación, con tu predisposición a enamorarte. A ti solo te gustan todas y tú le gustas a todas. No me trates como una bebé, le causas caries hasta a mujeres de cuarenta.
   Hey! Mira este desastre nada más, eres como un tornado, cuando llegas arrasas con todo y sólo das la típica excusa de que la cocina no funciona y el agua está fría. Hey! Solo das vueltas por toda la ciudad con tu nuevo par de zapatos, ¿y yo? Yo me recojo la falda para correr por todas las calles y avenidas: ¿dónde estarás? ¿dónde te metes siempre? Yo era tan, tan simple y tú... arg! Tú te paseas por la gran ciudad alardeando tu nuevo accesorio.
   Hey! Brillo más que el sol, debo valer más que un diamante, llena de sangre y riñones. Seguro debo valer más que la prostituta que recogiste el otro día en aquella esquina.
   A ella no le diste caramelos, le diste dinero como para que se comprara una hamburguesa y dejara de fastidiar. A ella no la miraste, le diste de comer.
   Malditos caramelos, cariño. Los quiero todos para mí, dámelos antes de que te vayas y vuelva a ser yo una especie de reloj de marca o una chaqueta de alguna edición limitada. 
   Quiero morir, cariño y dejar de perseguirte el resto de mis días. Quiero pintarte en la pared.
   Deja de irte cada vez que te tengo en la palma de mis manos. Dame otro par de caramelos y dime cómo soportar tu ausencia, cuando no puedo sujetarte, cuando no me demuestras cómo aceptar mi soledad. Cállate, y dime, ¿cómo conservo estos caramelos un poco más?

... inspired by Paolo Nutini.