martes, 17 de mayo de 2016

Salí con un adolescente.

   El sábado pasado fuimos a una fiesta. Él, cinco años menor que yo y encaprichado conmigo, quizás estaba entusiasmado con la idea de exhibirme ante sus amigos y jactarse de su 'conquista'. De seguro les había dicho que iría con una abogada, mucho mayor que todos y para nada comparada con 'las muchachas del salón'. La verdad, dudo que le hayan creído, pero lo cierto es que esa noche él tuvo a su abogada de veintidós años colgando de su brazo, y la sonrisa de colegial orgulloso no le cabía en la cara. Cuánta risa me causaba eso. Muchos dirían que fue una idiotez ir a esa fiesta con un adolescente de diecisiete años, pero la pasé tan bien, recibí tanta atención... ¡já! Tanta atención solo por ser cinco años mayor.
— Gracias por venir— me dijo luego de un rato bailando. Se movía con la impericia característica de su edad.
— Gracias por invitarme— le dije, con la tranquilidad de quien ha ido a varias fiestas en su vida y, a diferencia de él, ya no se sobreexcita por la música, el alcohol y esas vanalidades.
— Todos me preguntan si eres mi novia.
— ¿Y qué les dices?
— Que esta noche lo serás— me dijo con una sonrisa pícara.
   No pude evitar soltar una carcajada frente a él, la verdad me ocasionaba risa y ternura su extrema seguridad, esa altivez que manejaba, como si lo hubiera podido todo esa misma noche. Recuerdo haber meditado al respecto al llegar a mi casa para descansar, y es que a esa edad todos queremos comernos el mundo, nos creemos capaces de cualquier cosa, simplemente no hay límites. A esa edad todo sentimiento, todo acontecimiento, cualquier situación se vive al máximo: el máximo de adrenalina, el máximo de dolor, el máximo de frustración, de amor, de deseo. Cuando somos adolescentes todo lo deseamos el doble, y hasta el triple... y es por eso que verlo tan seguro de algo que podía bien ser una locura me dejaba sonriendo frente a él como si volviera a tener dieciséis. No se siente para nada mal gustarle a alguien lo normal, pero imagínense multiplicar eso por mil.
— Estás loquito— ¿qué más podía decirle?
— Ujum— aceptó, limpiando un poco de sudor de su frente—, por ti.
   Volví a reír. 
— Sabía que dirías eso.
   Reía tanto con él, por su picardía de púber, sus ojitos brillantes, sus manos inexpertas, su cabello despeinado, la delgadez de quien no hace más que soñar y dormir. Qué hermoso era verlo sonreír con tanto desconocimiento, verlo mirar a su alrededor y poder leer en sus gestos que estaba seguro de que se encontraba en el mejor lugar posible, sí, allí, esa noche, en el patio de la casa de un amigo suyo de la escuela, bailando con la abogada esa corruptora de menores, tomándose una cerveza o dos (aunque le recomendé que no lo hiciera), ¿pero cómo privar a este excitado adolescente de tomarse una cerveza? Si es que esa simple acción por ser prohibida le parece la gloria absoluta. Ay, qué encantador verlo poniendo toda su atención en mí, aunque solo fuera para decir que salía con alguien mayor. Igualmente, ¡cuánto me divertí esa noche!
— No vayas a molestarte conmigo si te robo un beso— me dijo, y aunque sus palabras sonaron firmes, sus manos en mi cintura delataban su nerviosismo.
— Deja de inventar cosas— ¿qué más podía decirle?
   Resulta que en mi mundo y a mi edad besar a alguien tiene un significado más profundo, pero allá él con su entusiasmo, allá él con su sonrisa de quinceañero y su falsa vanidad, allá él, tan joven y llenándome de tanta vida...

1 comentario:

  1. así es mi querida alana, y espera a llegar a los 40. ya no querrá robarte un beso, querrá robarte toda, y te sentirás aun mas llena de vida, aunque eso dure solo un instante.

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