Estoy sentada en el suelo, a mitad de un largo pasillo con paredes de ladrillo y puertas pesadas de un color azul eléctrico, frío como hielo. Mientras escribía un poema improvisado, un chamo se asomó por la puerta de su salón y le lanzó un beso a una amiga suya que pasaba por allí, luego se giró hacia mí y dijo:
- Para ti también- y me lanzó un "¡muack!" acompañado de una sonrisota de estudiante feliz.
Siquiera lo pensé, ¿aquello a qué venía? Tan sólo me hallé buscando en mi cabeza, en los restos de memoria que me sobran producto de experiencias, ese rostro jocoso que estaba frente a mi, pero, al no encontrar nada, solté lo primero que se me ocurrió:
- ¿Quién soy vo?- le pregunté entre risas.
El chamo cerró la puerta, mientras aún seguíamos riendo. Segundos después, regresó y me preguntó, haciéndome saber que no me había escuchado:
- ¿Cómo?
- ¿Quién soy vo?- repetí.
El chamo me regaló una cara de sorpresa y decepción de la cual me sentí culpable.
- No, mentira- le dije, volviendo a sonreír, buscando con desesperación regresar esa alegría pasada a su rostro. El chamo correspondió a mi búsqueda y volvió a perderse dentro de su salón de clases.
Luego de eso, tan sólo unos minutos después, otro chamo, supuse que un amigo suyo, se asomó por la gran puerta azul.
- ¡Pssi, pssi, pssi!
Me giré para encarar a quien, con tanta insistencia, me llamaba, y el nuevo chamo, el amigo del anterior, me lanzó otro beso. Esta vez sólo subí mis lentes por el puente de mi nariz y lo ignoré, volviendo a lo que escribía.
El chamo, al verse ignorado, cerró la puerta. Pensé que finalmente me había quedado sola, pero de nuevo él regresó y me preguntó:
- Mi vida, ¿tú ves Constitucional?
A lo que yo respondí con una sonrisa tiesa:
- Ni siquiera estudio Derecho.
De nuevo me quedé sola, ¿sería mucho pedir que me dejaran escribir mi poema en paz? Frustrada, abandoné el poema y empecé a escribir esto que hoy comparto con ustedes; pero, antes de siquiera llegar a la mitad, la clase del par de amigos culminó y todos empezaron a salir. Por alguna razón, no sé exactamente por qué, me puse de pie; quizá lo tomé como un método de defensa, si esos chamos se me acercaban: ¿estaría yo allí sentada en el suelo luciendo diminuta? ¡Pero por supuesto que no!
De repente, me vi allí sosteniendo mi bolso con fuerza y mirando de aquí para allá. Entonces, uno de los dos chamos, no sé si el primero o el segundo, exclamó:
- ¡Flaca, lánzame un hueso!
A lo cual respondí con una carcajada.
¡Já!
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