miércoles, 15 de mayo de 2013

Llévate mis ojeras.

La falda fue a dar a la hoguera 
y kilómetros más allá 
aún puedes rozar mis ojeras
sombras impacientes que te esperan
que de alguna forma no desesperan
que me elevan
que me frenan.
Y si llegas: llévate mis ojeras.

    En enero empezó todo, él y yo nos reencontrábamos, de nuevo sus sonrisas, sus manos; de nuevo mi nerviosismo, mis ojos. Había entre nosotros algo que no es fácil describir, de alguna forma él me llenaba sin existir verdaderamente en mi mundo, y, de alguna forma, yo sentía que encajaba en su vida como una pieza extra del rompecabezas, pero que al fin y al cabo era la pieza que unía todo. Él solía tener esa mirada clandestina que, sin percatarte, podía desnudarte sin problemas; y, al siguiente segundo, también llevaba impregnada esa ternura impresionante que volvía cada prenda a su lugar y te invitaba a un abrazo estrecho, asfixiante, cálido.
    De aquellos días sólo recuerdo sus dudas, esos enormes demonios que me lo arrebataban por instantes y de a poco se lo llevaban de mi perfecta burbuja, y es que creo que él y yo éramos un mundo aparte, otro plano, otra dimensión muy distinta de esa que nos mantenía constantemente obligados a seguir una fulana estructura, unas absurdas formalidades, tantas tonterías que de manera silenciosa iba depositando la rutina en la vida de aquellos que no suelen oír, que no difieren.

Llévate mis ojeras
Llévate a tu sombra
la has olvidado en mi habitación
y cada noche ella juega con la temperatura
interrumpe mi sueño
y las ojeras
narradoras 
escritoras
guionistas
ellas cuentan mil historias.
Llévate mis ojeras.

    Llévatelas rápido y lee todo lo que tienen para decir, porque aún sigo pensando que no hay excusas, que no habían motivos suficientes, que de alguna forma lo nuestro no resultaba tan complicado; tú sólo tenías que vencer a tus dudas, mirarme un segundo (por arrogante que suene), rozarme las pestañas con un pestañeo, robarme un beso; ¡qué rabia siento!, porque aún pienso que cualquier cosa habría sido suficiente si tan sólo te hubieras detenido un segundo a pensar; si, para cambiar un poquito las cosas, te detenías tan sólo un segundo, o la mitad de eso, para verme de nuevo con la falda de encaje. Si tan sólo te hubieras dado un tiempo para pensar, yo hoy no estaría cargando con estas largas y profundas ojeras.

Está bien.
No te lleves mis ojeras
que ellas me recuerden que alguna vez te amé.
pero, por favor
no me sigas manteniendo despierta.

    Anoche soñé contigo. Un sillón, una mesa, el jardín plateado del que hablábamos, el aire sólido que creamos, mi rostro descansado, tu amor eterno, todo un gran pasado. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario