martes, 28 de mayo de 2013

Tu hija, la masoquista.

   "Esos ojos, esos ojos tuyos, deben parecer extraños, viejos y cansados, más de una vez he imaginado verlos por un rato, y siguen resultando un misterio esos ojos claros, esos ojos lejanos, mis ojos en un hombre, mis ojos y los tuyos, siguen resultando un misterio.
   Quisera poder descubrir por mí misma lo que dicen tantos, verte, aunque sea en fotos, descubrirte como a un héroe o, en el peor de los casos, como a un villano; a fin de cuentas, da igual. He pensado más de mil veces tus posibles nombres: José (uno de los más comunes), Manuel, Edgar, Ricardo... "¿cuál es tu nombre?", sería mi primera pregunta, pues creo que obteniendo su respuesta lograré acalarar varias cosas que se han quedado en la oscuridad en estos últimos años de tu ausencia, y que, con afán, he ido coleccionando como estampitas o tarjetas de béisbol, siempre optimista, positiva, segura de mis posibles hallazgos, de que no hay cosa en este mundo que no pueda lograr con una buena dosis de esperanza y perseverancia; aunque, debo cofesarlo, Carlos o Juan o Eduardo, que a veces mi espíritu decae, y dejo de imaginarme junto a ti, o siquiera cercana a tu presencia física, a veces me ataca el miedo de que te hayas ido lejos, muy muy lejos, mucho, tanto que mis manos no puedan alcanzarte, sino en oraciones, sino para pedirle permiso a Dios y así poder hablarte antes de dormir cada noche. Esos son mis temores.
   Confieso que sólo me siento así de vez en cuando, no todo el tiempo, pues me ha tocado continuar con mi vida, estudiar, trabajar, enamorarme de hombres que quizá son como tú, pero que no lo sé (porque jamás te he visto), cuidar a mi mamá, esa mujer solitaria, que sólo te invoca a través de epítetos como: -esa basura de hombre- o -ese bastardo-, mientras, al compás de esos infinitos insultos, te liga a la culpa eterna por todo aquello que no sale como debería en casa: -la nevera se dañó y es todo culpa de ese bastardo- o -hay que pagar la luz y el malnacido de su padre nos abandonó-. Confieso, a veces, mientras oigo sus quejas escondida tras la puerta o por accidente cuando ella no me ve llegar, imploro al cielo que se le escape tu nombre sin querer, aunque parece que ella lo ha borrado de sus labios para siempre, o al menos lo hicieron el odio, el rencor, la rabia reprimida alojada en sus manos cansadas, en ese centenar de años de una pesada soledad, sin poseer otro hombre dispuesto a amarla (porque supongo que tú lo hacías) o al menos algún hobby, alguna afición a los juegos de cartas o a las compras nerviosas, ¡qué se yo! El hecho es que me ha tocado lidiar con ella y contigo, aunque estén ambos tan separados, tan distantes, tan llenos de polvo y desidia, aunque, por tu propia decisión, hoy estemos los tres tan alejados físicamente, pero cercanos en la rutina, en el día a día, en la angustiosa tarde llena de tráfico y sus maldiciones, en las comidas calientes que prepara mi mamá y presumo que alguna vez tú también probaste, hasta en las cortinas de la sala ya marchita y abandonada, porque me hacen pensar que, alguna vez, fueron esas mismas cortinas las que no te dejaron ver qué hacíamos dentro, si, por alguna desconocida razón, la curiosidad te hacía querer asomarte en nuestro mundo.
   Noel, Daniel o Leandro (me gusta imaginar tu nombre), ya sabrás que cada vez que me veo al espejo te veo a ti, pues estos ojos verdes que he heredado no los veo reflejados en mi madre ni en el resto de su familia, lo que me hace creer que tienes bellos ojos como los míos. Sería este buen momento para agradecerte por ellos, porque aún los considero mi mayor cualidad física, por otro lado, creo haber sacado tu larga nariz, y he tenido que aprender a vivir con las burlas que ella ha traído a mi vida desde el preescolar hasta hoy en la Universidad; y, ya que hablamos de ello, quiero que sepas que hay un tal Miguel en mi salón que dice estar muy enamorado de mí. Debo confesar que a mí también me gusta, pero he estado indispuesta últimamente, me refiero a que no quiero enamorarme de otro hombre sin antes haber conocido eso que los psicólogos o los especialistas llaman "el primer amor de una niña", es decir, tú. Pasar por esto me ha dado ganas de que me des un empujoncito o que me reprendas por ver a otro hombre, a fin de cuentas cualquier cosa me haría feliz. Miguel es buen muchacho, pero ¿cómo le explico que espero enamorarme de alguien más? De alguein cuyo nombre desconozco, cuyos ojos llevo pegados en la cara para la eternidad, de alguien que no parece considerarme en lo absoluto, ¿cómo se lo explico? ¿podrías tú al menos responder esa pregunta si llegamos a vernos alguna vez? Hasta ahora, lo único certero es que Miguel se cansará de esperarme y hasta entonces yo estaré buscándote aún, intentando descifrarte en los quejidos de mi madre, en sus dolencias, en cada bombillo que queme adrede, en cada cable de la lavadora que desconecte con intención, allí seguiré buscándote, siempre, mientras tenga aliento, mientras me queden fuerzas, mientras aún sea joven como para encontrarte con vida: siempre estaré buscándote.
   Como punto de partida ya tengo un par de ojos verdes."

Para, mi amado papá
De, la masoquista de su hija.

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