martes, 28 de mayo de 2013

Sólo si esta noche tú no apareces.

     Hace tiempo que busco encontrarme contigo. Te he buscado en los distintos cafés y en las merengadas del menú, en aquel viejo restaurante con la música de fondo y las mesas grisáceas. Muchas veces ha sido mi misión repetirte como a un plato, volverte a ordenar como a un té, tomarte a pecho y sin pensarlo, idearte, fabricarte, condenarme a estar sin ti: pero sólo si esta noche tú no apareces.
      Si esta noche tú no apareces, me entrego entera a la desidia, al abandono, a la soledad marchita, la que dibuja noches en vela, la que seca labios a punta de sin besos, esa soledad que segrega, que me bota de la habitación porque asfixia y quema, como bolsas de plástico y volcanes en erupción, como tú, como yo, que no somos más que manchas de tinta negra sobre la hoja en blanco: lo tenemos todo para escribir nuestra historia, nos tenemos mutuamente, sabemos de mil anécdotas, manejamos palabras complejas, disfrutamos creernos escritores y hasta dibujamos corazones en llamas… pero esta noche tú no estás, y parece que el resto de ella tampoco, porque mientras la soledad es quien da las órdenes y mi cobija es el mantel de tu mesa para los poemas, las lágrimas más me recuerdan que no es la soledad el principal problema, sino mi agitado corazón que, en busca de consuelo, intenta acostumbrarse al sinsabor de tu espacio vacío, al ácido de tus zapatos callejeros, a esa irrevocable necesidad tuya por demostrarle a no sé quién demonios que eres libre en todo sentido, libre de mujeres, de alcohol, de fiestas, de libros y poetas. Libre, eso crees tú: libre de todo, menos de la noche, porque si tú no apareces bajo este cuarto menguante, dejarán de tener sentido tantas ganas de esperarte.

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