Hace tiempo que busco
encontrarme contigo. Te he buscado en los distintos cafés y en las merengadas
del menú, en aquel viejo restaurante con la música de fondo y las mesas
grisáceas. Muchas veces ha sido mi misión repetirte como a un plato, volverte a
ordenar como a un té, tomarte a pecho y sin pensarlo, idearte, fabricarte,
condenarme a estar sin ti: pero sólo si esta noche tú no apareces.
Si esta noche tú no apareces,
me entrego entera a la desidia, al abandono, a la soledad marchita, la que
dibuja noches en vela, la que seca labios a punta de sin besos, esa soledad que
segrega, que me bota de la habitación porque asfixia y quema, como bolsas de
plástico y volcanes en erupción, como tú, como yo, que no somos más que manchas
de tinta negra sobre la hoja en blanco: lo tenemos todo para escribir nuestra
historia, nos tenemos mutuamente, sabemos de mil anécdotas, manejamos palabras
complejas, disfrutamos creernos escritores y hasta dibujamos corazones en
llamas… pero esta noche tú no estás, y parece que el resto de ella tampoco,
porque mientras la soledad es quien da las órdenes y mi cobija es el mantel de
tu mesa para los poemas, las lágrimas más me recuerdan que no es la soledad el
principal problema, sino mi agitado corazón que, en busca de consuelo, intenta
acostumbrarse al sinsabor de tu espacio vacío, al ácido de tus zapatos
callejeros, a esa irrevocable necesidad tuya por demostrarle a no sé quién
demonios que eres libre en todo sentido, libre de mujeres, de alcohol, de fiestas,
de libros y poetas. Libre, eso crees tú: libre de todo, menos de la noche,
porque si tú no apareces bajo este cuarto menguante, dejarán de tener sentido
tantas ganas de esperarte.
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