miércoles, 21 de agosto de 2013

Manuel y esa mujer.

   

   Esa noche Manuel se despertó impaciente, algo sonaba allá afuera. Por momentos él creyó que se trataba del tumulto y los vecinos, pero, al asomarse, no halló nada más que un vacío sepulcral y dos copas de vino que habían olvidado junto al banco de madera esa misma noche. "Maldita sea", refunfuñó, resignándose a ir por ellas, sobre las cuales se reflejaba la luz del bombillo y el brillo del vino olvidado. Cuando esa mujer lo visitaba, todo resultaba ser siempre un desastre, menos la hora de sentarse afuera a hablar pendejadas y tomarse un vino. "Maldita seas, mujer", pensó, volviendo a la cama a las tres de la mañana.
  Esa madrugada Manuel no durmió y tampoco intentó hacerlo, estaba sumido en sus propios pensamientos, preguntándose por qué coño ahora la extrañaba a ella si tanto fastidio ella le ocasionaba, si a veces hasta la había obligado a abandonar la casa, porque ella hablaba de hombres y fantasías sexuales como de su día y la cena. Esa mujer con su piel de canela y sus ojos como de gacela, enormes y negros y profundos y cínicos, pero sobretodo cínicos, siempre hablaba de otras espaldas y otras manos frente a Manuel. Sus ojos siempre le echaban vistazos breves a Manuel, así como por encima del hombro, así como que "no eres algo muy interesante de ver" y, desde luego, Manuel sabía eso y no necesitaba que esa mujer pretenciosa se lo recordara. Manuel era apenas un técnico en algo, no tenía título universitario y la casa donde vivía alguna vez le había pertenecido a sus abuelos en vida, era flaco como lapicero y ojeroso por el sueño interrumpido, el dinero faltaba muchas veces en su cartera y, aunque planeaba viajar por el mundo, no sabía siquiera cuál era la capital de su propio país.
   Manuel era un don nadie, un hombre sin intereses personales ni buenos gustos, ¿por qué esa mujer decidía pasar el tiempo con él aunque sólo fuera para despreciarlo y dejarle el vino seco pegado a las copas en el patio? ¿por qué ella, preciosa, cara, rubia natural, con ojitos verdes, ella, la profesional, la de las faldas ceñidas y los senos operados, por qué esa niñita malcriada lo veía a veces con ternura?, y vaya que le había costado a Manuel darse cuenta de eso, y es que esa mujer a veces, ya después de cinco copas y el primer botón de la camisa desabrochado, miraba con dulzura venenosa, y te picaba con su almíbar y su cianuro, y te dejaba pensando que quizás no era tan mala como sus ojos señalaban a la luna. Esa mujer te convencía de que amarla era peligroso y cansaba, pero que valía la pena porque los lunes te dejaba contar sus lunares y acariciarle la espalda. Las manos de Manuel no habían tocado superficie más suave que la de esa mujer y se cree que, en gran parte, esa era la razón para mantenerla tan cerca.
   Esa mujer decía que Manuel era su amigo y a Manuel le gustaba pensar que a veces eran novios y otras veces enemigos, eso mantenía el suspenso en su extraña amistad, si es que se le puede decir así. A veces ellos mismos creían que no se decidían a estar juntos porque él no quería estar junto a una perra como ella, y ella no quería presentarle a sus padres a un bueno para nada como él.

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