viernes, 11 de abril de 2014

Hablemos de hablar.

  ¿De qué hablamos si no es de hablar? 
  Querías hablar, pues ¡habla!
  ¿Yo qué hago mientras tanto? Seguro esperas que crea en esa fe tuya sin historia, que profane mi escritura y me lance a creerte el futuro que adivinas. Ya que estamos aquí, ¡me han dado una ganas enormes de hablar contigo!
  Anda y dile a tu familia que no valen la pena, criaron un monstruo, engordaron tu ego. Hablemos de que hablas demasiado, nunca dejas oír nada... o, simplemente, a veces no dices nada y siento que tengo que romperte los dientes uno por uno para sentirme mejor. ¡Habla! ¿No querías hablar? Hablemos de tu infidelidad, de la muchacha con la que te encontré y del hombre en el que pienso desde que me enteré, hablemos de ti, de que te conviene ponerte a dieta, o de mí, de que no te creo nada. ¡Hablemos de esto toxico entre los dos! De mi mal gusto para los hombres, de tu carro que seguro te satisface más que yo. Hablemos, hablemos, ¡hablemos entonces! Querías hablar, ¿no? Pues cuéntame del dinero que gastas en tus apuestas o de la maldita malacostumbre de mandarme a callar.
  Hablemos de la imposible tarea que es comunicarnos o del seguro del carro. De la cuenta de la luz, del gas, del canal que quiero ver en la televisión, de tu falsa afición al deporte.
  Ya qué querías hablar, ¿por qué no hablamos de todo eso?
  Y ya que yo he hablado tanto de hablar, seguro acabarás diciéndome que no soy yo, que no eres tú, que no es nadie, pero que te molesta que no me guste hablar...

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