viernes, 11 de abril de 2014

Silencio, abismo.

Yo no podía decirle otra cosa. Ambos habíamos caído, sin planearlo, en un juego exasperante: él no decía nada y yo tampoco. No lograba explicarme en qué momento el silencio se nos volvió ley, pero era así... por ese tiempo a ninguno de los dos nos gustaba la mera formalidad de hablar de un día exactamente igual al anterior. Por momentos, llegué a acostumbrarme a saber que él me quería, no necesitaba oírlo de sus labios cerrados que ya no se unían ni para darme un beso. El silencio, sin duda, veterano, excelentísimo señor, él no necesita invitación, se hospedó entre nosotros dos y cada vez que me trato de acercar, su filtro acalla mis palabras, y solo puedo verlo allí, calladito, diminuto como una gota, inmutable, mirándome a veces como queriéndome decir que el silencio es lo único posible y que me he tardado en entender. Y de regreso le digo con la mirada: Sé que me he tardado en comprender. 
El silencio nos había destruido, no quedaba nada más que la vertiginosa historia que nos gustaba contar... además, claro... ¿cómo no lo había pensado? No esta de más decirle a la persona que quieres, que la quieres.

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