domingo, 17 de enero de 2016

Enfiteusis.



    Hace unos años contratamos a tiempo indeterminado, o así lo llamaste tú: contratar, aunque, de este lado del mundo, nunca sentí que verdaderamente se tratara de una convención entre dos personas, sino de un pacto diabólico entre un idiota y su agresor.
     Quedamos entonces constituidos de la siguiente manera: tú agresora, yo agredido, pero no dije nada, tu cuerpo me gustaba mucho, tanto, que aún cuando caí en cuenta de que las veintiún cláusulas de nuestro pacto resultaban leoninas única y exclusivamente para mí, decidí seguir callando y amando. Sí, amando. 
     Ese fue el problema, que mucho antes de tener, por seguir con este contexto jurídico, algún tipo de "dominio material" sobre ti, ya yo estaba amándote y sintiéndote mía. Grave error, pero a fin de cuentas yo era el idiota, solo después acepté aquello...
    ...pasaron meses antes de que siquiera me consideraras y, cuando lo hiciste, pasé a poseerte precariamente, aún sin saberlo, ya que, a esas alturas, ¿qué habíamos contratado exactamente? Yo te daba todo de mí de enero a diciembre y tú, todos los años, durante esos cinco años de "tenerte", siempre me demostrabas cariño una sola vez, quizás entre mayo y junio, o a veces en febrero cuando el 14 despertabas de buen humor. El caso es que tú, la mujer más libertina (de alma y espíritu), parecías haber creado esta cínica costumbre de pagarme mis atenciones anualmente con unos besos o un te amo, tal como si se tratase de una renta anual o el pago de un canon.
     Razón por al cual, yo, el idiota, anualmente creía poseerte y disponer de ti, y tú: la causa, el objeto, el sujeto, la agresora y todos los malditos elementos de esta relación, me pagabas con apenas una mirada, quizás cuando la culpa disparaba los impuestos, o no lo sé...
     Lo cierto es que yo, los primeros años de aquel vínculo sin razón, creí ser poseedor material de tu persona, de ti entera, con tus demonios y tus virtudes, con tu pago anual y todo eso, pero nunca pensé que en este mundo tan loco no es suficiente solo 'tener' o creerse tenedor de alguien, ya que más allá de la tenencia material, está esa tenencia espiritual que nunca contraté contigo y tú nunca estuviste dispuesta a discutir, por lo que, aunque tu cuerpo muchas veces fue mío, tu alma, esa víbora escurridiza jamás lo fue... y cómo me río ahora pensando en lo astuta que fuiste: estafadora.
... la próxima vez que se me ocurra enamorarme, 
que sea ella quien se adhiera a mi contrato,
fin.

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