domingo, 15 de abril de 2012

Cállate y escucha.

    Siempre fuiste para mí no más que un misterio, la sombra de una duda, la escapatoria perfecta, no más que un amor pasajero, un encuentro furtivo, un cómplice para la vida, para la insensatez, para mi egoísmo. Por eso ahora te digo: "Cállate y escucha"; mira el desastre que ahora soy sin ti, sin tus celos, sin tu voz áspera.
    Cállate y escucha. ¿Oyes eso? Ese es el sonido desesperado de un beso que suplica libertad, un beso en desuso, un choque de labios genuino, una mentira coloreada con tus gestos, desdibujada sobre miles de anhelos, fulgurante, casi tan perfecta como una pintura, un arte, una lagrima vacía, seca, sin dirección, sin razón. 
    ¡Cállate y escucha! Nada somos ya y nada seremos. A penas hoy he vuelto a ver mi reloj, han pasado siete días desde entonces y ya no tengo que pedirte silencio... ya no estás, el silencio en cambio parece que debe callarse. Es agudo, me frustra, me golpea con frialdad. Me da rabia ya no poder hablarte, ¡a la mier** la elegancia y la educación! No soy más que una idiota sin tu amor.
    Donde sea que estés ahora: "¡Cállate y escucha!", que no sea un suspiro este grito entrecortado, estas palabras reprogramadas, que ardan mis entrañas y te traiga de vuelta quien sea que se crea capaz de manejarte. 
    La brisa es fría y mi habitación está vacía.
    ¿Qué hice mal?
    ¿Por qué me deshice de ti?
    ¿Por qué ahora te extraño tanto que quema?
    Desde hace un par de semanas, todo lo que escribo va dirigido a ti, ¿por qué no vuelves a intentarlo?
    ¡No respondas eso! Tan sólo cállate y escucha. Escucha lo que mi silencio tiene para decir.

Cuando la culpa es toda tuya, tuya, tuya...
mía, tuya, mía... mía... mía.

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