jueves, 3 de marzo de 2016

Efecto placebo.


Todos me dicen que le pienso de más,
que cuando me distrae el día mis ojos proyectan la imagen más nítida de él,
que, al suspirar, el aire canta su nombre,
y yo no me doy cuenta.
¿Ellos qué saben?
Ayer llovió y estamos viviendo una de las peores sequías.
Son esos acontecimientos inesperados los que le traen de regreso,
como esa última vez que me levanté temprano para ir al trabajo.
También, he de traerlo al presente para usarlo como mi propia medicina
pues pensándole se dispara el efecto placebo de su sonrisa, 
el remedio ficticio de sus caricias,
sus manos en mi cintura
mi cintura en sus manos.
No soy yo quien le piensa a diario, 
sumida en la más escalofriante devoción, no.
Son sus recuerdos que imploran ser revividos
y causan en mí a veces una paz de irreverencia y descontrol,
y una guerra de obediencia y avenencia.
Son todas las excentricidades y discrepancias, 
la puntualidad de los impuntuales,
los días oscuros,
los años bisiestos, 
las estrellas fugaces,
el frío que quema,
son estas rarezas del universo las que claman su nombre
y producen en mí el efecto placebo de quererle sin trabas.
Sin trabas quererle sin decir nada.

al hombre
que no puedo querer.

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