martes, 20 de diciembre de 2016

El hombre honesto y ambiguo.


— Yo voy— le dijo a mi hermana con firmeza—, pero solo si ella va conmigo— y sus ojos sobre mí.
— Perfecto— le respondió ella, vendiéndome por una hamburguesa.
   Yo, llena de estupor, resolví ponerme de pie entre tumbos para acompañarlo hasta ese sencillo e improvisado puesto de hamburguesas al que ya habíamos ido un par de veces antes.
— Igual no pasará nada— solté con seguridad.
   Él dejó escapar una de sus sonrisas, empezando a seguirme, sabiendo que efectivamente nada sucedería en el camino, a menos que yo lo permitiera. Llevábamos mucho tiempo conociéndonos y ambos podíamos ser tan sinceros como fuera posible.
— Ponte el cinturón— le ordené, apropiándome de su cuba libre, el cual coloqué sobre el tablero sin quitarle mi mano de encima.
   Él arrancó, no sin antes colocarse el cinturón y adoptar cierta postura arrogante.
— ¿Será que puedo tomar de mi trago?
— No— le dije, sin soltar el cuba libre.
— ¿Y si pongo mi mano aquí?— me preguntó, colocando su mano sobre la mía y acariciándola, pensando que con eso lograría intimidarme como de seguro hubiera sucedido en el colegio... claro que en aquel tiempo no estaríamos hablando de un cuba libre.
— No me intimidas con eso— le dije relajada, sin inmutarme en lo absoluto.
   Él me lanzó una mirada y, volviendo su atención a aquellas calles tan oscuras y desoladas por las que manejaba, me confesó lo siguiente:
— He estado con muchas mujeres desde la escuela, las he besado, me he acostado con ellas, las he invitado a bailar, las he tocado tanto... y nada de aquello se compara con esto— y, mirando su mano sobre la mía, soltó una risita irónica—, ¿por qué me pasa eso?
   Yo, algo alcoholizada y sin ánimos de ponerme a filosofar, lo dejé hablar, dejé que se desahogara, solo eso. Ese muchacho llevaba días intentando concertar un encuentro solos él y yo, así que yo simplemente le decía "No lo sé", mientras mi mano pegada al cuba libre era su excusa perfecta para tocarme, aunque solo fuera de esa manera tan tonta.
— Creo que si llegara a besarte alguna vez, yo...— y entonces sonreía, como si se imaginara aquello en su cabeza, y yo lo miraba con tanto cariño que a veces me distraía verlo tan sincero y enamorado de mí—, creo que ese día sería el hombre más feliz del mundo.
— Creo que estás exagerando un poquito— le dije, y su mano aún sosteniendo la mía sobre aquel tablero.
— Sabes que no— me dijo, ahora serio—, en estos días ya no se conoce gente como tú y tus hermanas, ustedes son otra cosa, y por eso es que te quiero tanto.
— Yo también te quiero.
   Y entonces hubo un silencio.
— ¿Ya puedo tomar?— dudó.
— Hasta que no vea una hamburguesa frente a mí, no tomas nada— le dije, mientras levantaba el trago del tablero, con la firmeza de una buena broma entre dos personas que tenían mucho tiempo de conocerse y quererse.
— Qué problema contigo, Alana, yo siempre como un güevón termino haciendo lo que te da la gana.
— Así es la gente cuando está enamorada.
— Yo no estoy enamorado de ti— me dijo, y eso era lo que me decía siempre, y yo solo podía reírme como si no hubiera un mañana ante la ambigüedad de sus acciones.
— Claro claro...— dije, mientras él se estacionaba en un puesto ambulante de hamburguesas y tomaba finalmente ese tan deseado y amargo trago.

tú otra vez.

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