sábado, 5 de febrero de 2011

La espera.


Quizá este abismo de silencio esté volviéndome paranoica, la intriga constante, la posibilidad que merodea en el aire que respiro, la imaginación que se adelanta inescrutablemente al tiempo y se extiende cuanto dure este tormento. Es estar a la espera y vivir la experiencia, condenarse a un sonido que, por ser esta vez y tratarse de ti, sonará más especial; aferrarse a un llamado que, por llevarme en el sendero cruel de la espera, parecerá tu voz sonando en la rivera, con un río que nos atraviesa y unas ganas de inmutar una separación que  no tendrá comparación con nada. Más de una vez me he visto en esta dramática situación, pero no recuerdo la primera ocasión en que tu llamado faltara, no digo que no me has hecho esperar, pero en esa situación mi reloj se vuelve mi peor enemigo, la lentitud se apodera de todo, menos de mi inquietud y por el suelo veo arrastrado mi orgullo y hoy me siento como un rehén de mi propio teléfono. Y la espera continua, y la esperanza no se hace débil y las ganas que crecieron junto al optimismo en cuanto te conocí, no se hacen transparentes, puedes ver en mis ojos el reflejo del tiempo, puedes ver marcada en mi cuerpo la silueta de mi teléfono, puedes oler mi frenesí, el delirio constante de un sí, las ganas de adaptarme al maravilloso sonido de tu voz y vivirte tan así, tan lejano entre sintonías y tan cercano entre alegrias, si prestas atención puedes oír los gritos de mi desesperación... Sólo si...

 ¡Rin Rin!
Este es el sonido de la gloria, de la victoria en contra de La Espera.

- ¿Sí? dije, hablándole al teléfono, tu voz resonó en mi oído como la orquesta de los ángeles de Dios. La espera había acabado.


Para todos aquellos que, de alguna manera, hemos sido víctimas de nuestro propio teléfono, más que de la misma persona de la cual esperamos un mínimo vestigio de recuerdo.





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