viernes, 16 de diciembre de 2011

Escasos diecisiete.

    Recién acababa de llegar al lugar, me sentía abrumada ante la situación, era tarde y tenía algunos malos presagios, pero aún así sonreía, porque me gusta hacerlo y es mejor que poner una mala cara. No recuerdo aún cómo fue que llegué a sentarme a su lado, pero yo sólo estaba allí, nerviosa, temblando, sintiendo cientos de cosas y pensando en miles. Él lucía confiado, estaba acostumbrado a esas situaciones.
    Entonces, una mirada... sí, y luego una sonrisa, sólo conversábamos, él me alentaba a hacerlo bien y me hablaba de sus experiencias, de sus comienzos, de su vida. ¿Dónde vives? Preguntó, ¿desde cuándo estás aquí? Tontas preguntas que consideré inocentes. Él era obviamente un hombre mayor, quizá siete años más o seis, no lo sé. Yo llevaba un corto vestido negro, sandalias altas, el cabello castaño suelto sobre mis hombros y sonreía, no sólo por hacerlo, sino porque era agradable pasar tiempo con él. Hizo tantas preguntas, inocentes e indefensas; pero fue cuando me preguntó mi edad que caí en cuenta de que había algo más en sus intenciones y, siendo sincera, eso no me molestó. Quería ser de esas chicas que cumplen la regla de despedirse primero y créanme cuando digo que lo intenté, sólo que no pude llevarlo a cabo. Cuando solté el "diecisiete", él intentó ocultar su sorpresa, pero aún así pude notarla. Aunque seguía siendo un total desconocido para mí, sentí su culpa. Hubo un silencio incómodo, ¿por qué coquetear con él? ¿Por qué me gustan los hombres mayores? ¿Qué edad pensaba que tenía? Tantas preguntas pasaron por mi cabeza que, en menos de un segundo, me vi de pie, diciéndole "Hasta luego" con una rápida sonrisita, él correspondió aquello con cierta incomodidad.
Esa fue la primera vez que deseé ser mayor. De serlo, ¿qué habría pasado entre nosotros? ¿Hubiera pedido mi número? ¿Él acaso continuaría seduciéndome... y yo seduciéndolo a él?

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