miércoles, 14 de diciembre de 2011

La música del silencio.

  

  Aún soy capaz de escuchar las teclas de mi piano sonar, primero Do, luego Re, luego Mi... Fa nunca sonó, y es que antes de que pudiera llegar a ella, tú soltabas tu guitarra y me robabas un beso, uno de esos que de alguna forma siguen el rítmo de la música del silencio...
   ... y es que aprendimos a considerar al silencio como música, pues era mucho más el tiempo que pasábamos componiendo que el que pasábamos en silencio.
   La escena era siempre la misma, tú en el sofá, yo en mi banqueta, sólo los acordes eran siempre distintos. ¿Cuántas veces me escribiste Te amo sobre las líneas de un pentagrama y como un niño jugueteabas con el sonido de cada mañana?
   Aún recuerdo el dulce sonido de tu música, tus manos en movimiento, domando aquella sonífera guitarra española. Nunca te gustó leer mientras tocabas... y la canción se te olvidaba, pero tú sólo improvisabas.
   Y yo en mi oscuro rincón, dibujando claves de sol sobre una canción escrita por los dos, escuchando la marcha de tu melodía, deteniéndome unas dos o tres veces para mirar através de la ventana y tú siempre me preguntabas: ¿Cómo suena? Y yo sólo te sonreía, pensando que aunque lo intentara, no sería capaz de hallar una palabra indicada para describir tu gloriosa música.
   De vez en cuando la música del silencio sonaba: Tu pie golpeaba el suelo cuatro tiempos, mi lápiz sobre el papel componiendo, los autos rugir en la carretera y los gritos... los gritos de tu guitarra y las quejas de mi piano, que con decepción le decía a tu instrumento: Qué mal acostumbrados estamos.

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