viernes, 13 de enero de 2012

Esa noche.

    

     Esa noche...
     ... aún la recuerdo, casi borrosa, casi confusa, pero jamás incompleta. Sonaba una canción de Soda Stereo, en el piso un par de copas, mi vestido arrugado, tu camisa rota y esa fue tan sólo la primera vez que te veía. La primera vez.
     Desde entonces creo no dormir, y al ver una botella de champagne me acuerdo de ti, de lo que hicimos, de lo que reímos, de mi falsa indiferencia y tu inexistente timidez. ¿Cuál fue tu truco? ¿Seducirme hasta el punto de enamorarme, usar tus mejores frases con una desconocida, lucirte una noche y en el día sonreír recordando?
     Quizá, pero ¿por qué no me importa?
     Esa noche...
     ... esa noche tan sólo hizo falta una mirada para invitarme al rincón oscuro del salón y arrancarme mi nombre y mi edad de un sólo golpe, casi por inercia. Sin gravedad fui cayendo en tus encantos, hasta que me vi hundida en la locura, en la fascinación de una noche diferente, en el recorrido de tus manos sobre mis rodillas. Yo sólo me sentía abrumada, encantada, seducida hasta el punto de que mi lógica fue eclipsada por el excitante encuentro, y no podía dejar de pensar en tu confianza, en la pericia que desbordaba un beso tuyo, en la cercanía que estalló entre nuestros cuerpos, en tu piel tostada mezclada a mi palidez, en tu cabello negro enredado en el mío castaño, en el sonido de nuestra respiración que se tornaba asfixiante, en la música, en los golpes que recibí de la pared que convertía este encuentro en algo clandestino. Y recuerdo la hora, era la hora exacta para perder la noción del tiempo, mientras un hombre te susurraba halagos al oído. Era la hora perfecta para olvidarse de todo, para sentir el peligro e ignorarlo, para que mi vestido se arrugara y el labial se chorreara, era la hora exacta para no detenerse ni un minuto, para no decir nada e insinuar de todo. Era esa noche nuestra noche, nuestro momento, nuestro fin de semana, nuestro destino.
     Y esa fue tan sólo la primera vez que te veía. La primera vez...
     ... y también sería la última, porque no tiendo a salir con hombres comprometidos y mucho menos en espera de un hijo, a pesar de que a él fue a quien le di mi primer beso y mi primer desliz.

     ¡Qué desliz!

... por cierto, no sabía nada de su bebé y su mujer.
Sólo me enteré demasiado tarde.

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