jueves, 21 de marzo de 2013

Ya casi no quedan hombres de verdad.

    ¿De qué vale un hombre que le tenga pánico a las rutas del autobús?, o que, como estuvo la mitad de su vida pagando por ropas de marca, ya no sepa ni qué pasa en su país. ¿De que vale un hombre que me mire de arriba abajo y me desapruebe porque tengo unos kilitos de más o porque no me maquillé en la mañana?, mas aún, ¿de qué sirve el hombre que sólo sabe de lujos y no es capaz de poner un bombillo?, ese hombre, a mi parecer, no vale nada…
    Los he visto, hijitos de papá y mamá, que cuando les nombras las palabras “transporte público” arrugan la cara y aprietan las llaves de sus costosos autos dentro del bolsillo de su bermudas de cuadros, hijos de papi que le rezan al alcohol como a la biblia y profesan o declaran o aseguran una supuesta superioridad ante los demás. Andan por ahí, juzgando todo por las apariencias, menospreciando las aspiraciones de sus semejantes, alardeando de sus logros (que, ¡coño!, son muchísimos) y te miran, o no lo hacen, de hecho no, no te miran, como que les haces perder el tiempo y qué tiempo, ¿el que gastas siendo un arrogante? No me vengas con disparates, sino sabes qué es pasar trabajo, qué es caminarte todo el centro de la ciudad, subirte a un carrito sin vergüenza de preguntar, si no sabes qué se siente pasar sol, sudar el perfume caro, madrugar para ir a trabajar, pasar hambre, si no sabes cómo es, si no lo has sentido, si en vez de ser productivo andas coqueteando de más, manejando tu auto o yendo al mall con tus panas, si no sabes cómo lavar tu ropa ni has leído un libro, si no entiendes que es mejor la victoria cuando te partes la espalda, si no sabías eso, entonces ¿qué clase de hombre has estado siendo? ¡Qué pérdida de tiempo! Y es por eso que no me gustas, no me gustas por eso. NO ME GUSTAS NADA. Punto. 

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