lunes, 4 de marzo de 2013

Recuerdo acústico.



   Me gusta a veces la soledad, cuando no trastoca o revuelve mi tranquilidad, cuando los platillos acallan reclamos pasados y de nuevo encuentro tus anillos en mi pobre memoria juvenil.
   No debería ser así.
   No debería yo recordarte de vez en cuando y quedarme pensando un rato en aquella frágil oscuridad de la madrugada, pero a veces sólo allí te encontraba y, en efecto, sólo allí te soñaba; aún así sigue resultando una delicia y un castigo que tus ojos me acompañen hasta esos rincones malditos de mi inocente soledad, pues con ellos la música se detiene, y las paredes se desvanecen, corazones desaparecen lentamente, dejándome a solas con tu bestial sonrisa, la que cuenta el inicio e inventa un final feliz, sólo por la ocasión, sólo porque nadie mira. Deberías alejarte de mí.
   Después del primer beso y tantos errores, ya no tengo nada que entregarte, aunque la noche a veces me secuestra y te sueño, o te veo en pesadillas; y te respiro, o me ahogan tus encías; sí, aunque a veces la noche llega sin avisar y el agujero de tu camisa morada me señala, o a veces tu boina me asfixia, y rememoramos un complot de señales, sin querer, mi cabeza y yo. Sé que pude pedir auxilio, pero el platillo… pero la batería… pero la música… pero mi olvido, todos andan colisionando entre sí, y me da terror que acabe yo en medio de tanto ensayo y error, en miedo de tanto drama y dolor…
   … No debería ser así. Tú no deberías ser así.
   A fin de cuentas, la música no me debería saber tan amarga y a la vez resultar tan placentera, que si acaricia que si grita; vamos una vez más, baterista. Ya lo he dicho: No debió ser así.

Este poema lo escribí en base a una historia muy personal, que, aunque fue muy corta y aún la considero inconclusa, significó mucho para mí.

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