viernes, 15 de octubre de 2010

La noche.


Se ausenta la claridad.
Se desvanece mi seguridad.
Fría noche, azotada por brisas crueles de viento, iluminada por la luz mortecina de la luna, esperaré a que te marches y con eso vuelva mi esperanza. Deja a tu misterio marchitarse mientras es ignorado.
Noche, que sus ojos sean los únicos que brillen en tu presencia, mientras los árboles danzan en tu nombre y las calles vacías reproducen el eco de tu silencio. Pero si llueve, sólo si lo hace, báñame, límpiame; téntalo para que venga y juntos ser por siempre en tu imponencia.
Tú, vaga e ilusa soledad. Sólo somos tú y yo.
Noche, lóbrega noche, no acabes nunca que mañana debo trabajar.

- La lluvia era el motivo para quedarme un rato, pero tú eres el motivo para quedarme por siempre- su voz resonó con profundidad y tú, mi noche, te sentiste celosa.

- Mañana debo trabajar- le dije, frunciendo los labios.

Él sonrió.

- El mañana es una buena excusa, pero en realidad nunca sabemos con exactitud qué va a pasar "mañana"- dijo, mirando en mis pupilas.

- No entiendo.

- Al llegar a tu casa dormirás. Al despertar irás al trabajo, después comerás. La verdad es que muchas cosas pasan mientras hecemos esas actividades, pero cuando nos preguntan, sólo decimos: Trabajé o comí.
  " Puede que mañana, mientras trabajas, puedas también estar muerta de sueño, pero más viva que nunca por dentro, por que planeo estar allí.

Ladeé la cabeza.
"Noche, ayúdame", pensé.
Sigues fría, taciturna, llena de callejones oscuros como la luna llena luce sobre nuestras cabezas en su propio reinado.
Lo míré. Él a mí.

- La oscuridad de la noche es la excusa perfecta para explicar... una pérdida- susurré, tomando su mano.

Fuiste nuevamente azotada, pero esta vez sin dolor, sólo para llamar mi atención.


Carta para la amante de la noche, la soñadora de la luna, la cómplice del misterio.

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