sábado, 15 de septiembre de 2012

Sacas lo peor de mí.

    Tu sonrisa, tus caricias, tus besos, tu mirada, tú, tu esencia, quién eres, el hombre que asalta mis madrugadas, el tonto cuyo nombre rima con el mío y de forma absurda ha convertido esa casualidad en un suceso magnífico. De nuevo te repito, tus caricias, que se desprenden de tus manos, suavidad inhóspita, esa sutileza que Dios dio a tus manos, ¿de dónde la sacas? ¿has vendido tu alma para conseguirla? Es tan bueno sentirte cerca, que hasta lo creo pecado, pero es demasiado difícil conseguirlo para clasificar como tal. Tú, todo esto que acabo de nombrar y proviene de ti: saca lo peor de mí.
    Te quiero comer a besos, ¡quítate la camisa!, di algo que me de risa, jala de mi cabello. Anda pues, tú, experto en las caricias, acaricia mi cintura, que si esta noche acaba, aún nos queda el día de mañana...
    Olvida entonces el peligro, o mejor aún, que éste acelere tu deseo, que agite tu adrenalina. Conviértete, conviértenos. ¿Cómo es posible que diga esto? Creía en la fidelidad hasta que tú usaste tu adictiva suavidad, suavidad de caricias que viene y se extiende a tus labios, que vienes y usas en los míos... y de repente olvido lógicas, dejo a un lado mi inocencia, ¿dónde quedaron las enseñanzas de mamá? 
    Allí en mi almohada, cuando no estás y empieza la culpa mortal.

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