domingo, 23 de septiembre de 2012

Tan definitiva, esa noche.

    No era real tu mirada esa noche, no se aproximaba mi intachable felicidad a la que podría haberme dado un hombre que estuviera dispuesto -en serio dispuesto- a darlo todo por mí. Esa noche mi escondite fuiste tú y hoy sigue siendo efectivo considerarte mi más profundo secreto, mi más vergonzante historia, el motor que impulsa acciones que no nacen del cerebro ni de la lógica, sino del corazón y su intuición; y me siento morir cada vez que la espera se frustra, cada vez que reconozco que no te importo tanto, siquiera un poco. Siento morir cuando entiendo que las promesas que me haces no son tan importantes como para esforzarte por cumplirlas, y de allí derivan otras lágrimas atascadas en mi orgullo, incrementando la profundidad de mi tristeza, golpeteando las puertas del alma para encontrar una salida, la más fácil, la más sencilla escapatoria... pero no consumo alcohol, no escucho música de desamor, entonces ¿cómo? ¡¿cómo vivo el despecho decentemente?! Quizá la respuesta sea recordando... siempre recordándote.
      Esa noche tus labios sabían a cerveza y traición, pero no me importó, te di ese beso llena de pura pasión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario