viernes, 30 de julio de 2010

Hicimos del silencio la ley.



Que era como la oscuridad nuestro silencio: misteriosa, tranquila, intrigante. Cuando no decíamos nada, lo sabíamos todo; era como jugar a las escondidas y saber tus escondites. Nuestros silencios perduraban, por que nos decíamos más con la mirada y todo con el cuerpo; por que recuerdo tus gestos y era eso mejor que el que dijeras una palabra. Fue allí cuando hicimos del silencio nuestra ley, del misterio que nos deja el premio. Debíamos investigarnos y eso era mejor que romper el hilo silente de la ausencia de tu voz. Preferíamos quebrar aquello sólo con caricias y besos, las palabras nos parecían innecesarias, escenas imaginarias, una condena eterna que te ata por siempre a cualquier error. Preferíamos el silencio, por que lo hacíamos nuestro, por que invadíamos la habitacion sin escándalos, por que me acariciabas las mejillas y sonaba exquisito, por que te miraba a los ojos y tus pestañeos ya eran ruidosos. Fue entonces cuando hicimos del ruido nuestro esclavo y lo penalizamos todo con silencio eterno. Nuestro propio silencio.

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