martes, 29 de mayo de 2012

Juego de azar.

... últimos segundos de vida de "la luz".
     
     ¿Ves esa pequeña luz? ¿Puedes verla desde aquí? ¿Acaso tú, creador y destructor de esa luz, puedes ser capaz de verla, de presenciar su lenta y dolorosa muerte? ¿Puedes, de verdad, seguir aquí, junto a mí, observando desde lejos cómo mi más preciada luz se convierte pausadamente en oscuridad?
     Parece que no sientes nada, que, semejante a mí, has perdido el impulso de dar una buena batalla por nuestro amor invisible, nuestro amor inexistente, este amor que no llena vacíos y proviene de un tercero, de un cuarto, de un ángel convertido en mortal, de una ilusión vuelta pedazos. 
     Tú nunca lo diste todo. Yo, en cambio, entregué hasta mi aliento, le regalé mis ganas al azar para ver qué pasaba, para entender la lógica de un amor que llegó a mi puerta como un correo sin destinatario. Ese amor desconocido fue llamado por mí, durante largos meses de íntima miseria: "La cosa", y qué simpatía sentí al descubrirte allí, entre dudas y prejuicios, entre noches en vela y desayunos incompletos, ¡qué bueno fue verte allí! Cumpliendo el papel de quien ha lanzado ese correo al viento y, con la inocencia de un niño travieso, esperó a ver quién le regresaba su mortal contenido, en forma de prohibición nefasta, dejando de lado el motivo principal, comprendido en juegos de infante y suerte inexistente, y esta vez siendo un puro y exquisito amor, el más imperfecto sentimiento, el más buscado por el hombre, el más odiado y anhelado.
     ¿Cómo vine a ser yo quien recogió tu correo y lo abrió quién sabe cuándo y quién sabe dónde?
     ¿Cómo vine yo a convertir esa mirada de niño en los deseos reprimidos de una mujer?
     He dicho ya que la suerte es inexistente; pero, si hay alguna posibilidad de que exista en realidad, permíteme hacer una exclamación en nuestro honor: ¡Qué suerte tan irónica la mía! 
     Entonces, así, como quien no quiere la cosa, ve dejando leves secuelas en mí, hipnotízame para que mis manos, llenas de zozobras e historias de caricias furtivas, ignoren el hecho de que nuevamente envuelven la caja de tu correo y escriben allí, justo donde dice Destinatario, y hay dos puntitos, uno encima del otro, allí mismo escriben tu nombre. 
    El proceso es lento, pero ha dejado de ser doloroso, porque estoy drogada con la mezcla de sentimientos encontrados, además, La Cosa no deja de burlarse de mí, y, en vez de llorar, he de sonreír con cierta ironía, con cierta burla, pues tu juego de azar me hizo daño y a ti te fortaleció, a ti te agregó hombría, a mí me dejó destruida.
    De nuevo te pregunto, ¿ves esa luz? ¿sabes de qué se trata ese resplandor? ¿esa lucecita que tiernamente sigue luchando por su existencia, te parece conocida? ¿esa rodeada de tempestades y cansancio, a ti, creador y destructor de ella, no te parece la más inocente y sincera luz que hayas visto alguna vez?

Carta para el creador y destructor de una luz tenue de esperanza.

Att: La mujer que recibió tu amor, 
como quien recibe un correo  por equivocación.

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