jueves, 4 de febrero de 2016

El último café.


     Eran las cuatro de la tarde exactamente. Yo le propuse el día anterior tomarnos un café después del trabajo: él accedió. Por supuesto que lo haría...
   ... siempre era bueno planear algo breve para este tipo de conversaciones y, por supuesto, por eso de ser cobardes por naturaleza, en un lugar público. La soledad no es buena: te hace débil si te gusta el calor.
— Te ves bien— comencé diciéndole, mientras pensaba en que, después de todo esto, él resultaría más atractivo, pero ya no había nada que hacer.
— Gracias, tú también— dijo, como siempre halagándome solo por obligación, cómo odiaba eso.
— ¿Te entusiasma verme después de tanto tiempo?— yo siempre tenía que sacarle las palabras de la boca. Estaba tan cansada de eso.
— Claro, ¿y a ti?
— ¿En qué piensas en este momento?
— Uhm... en nada, ¿y tú?
—Cuéntame algo interesante, vamos, tú puedes.
— No se me ocurre nada.
— ¿De verdad? Haz un esfuerzo.
— Me lo pones muy difícil de este modo— él rió, pero yo estaba algo molesta.
— Ahora lo veo todo más claro— dije, tomando el primer sorbo de mi café. Mi lápiz labial quedó marcado casi simbólicamente.
— ¿A qué te refieres?
— Los días de no verte y saber de ti, eso aclaró mi visión, mi perspectiva de las cosas.
— ¿Y cuál es tu perspectiva de las cosas?— siempre haciendo de mis oraciones una pregunta.
— Siento que ya sanamos nuestras heridas de algún modo. Ahora puedo mirarte y no siento rencor ni remordimiento ni nada en lo absoluto, solo tranquilidad, pero no una tranquilidad generada por ti, disculpa... pero en este tiempo hallé tranquilidad sin ti, mi propia tranquilidad. Ahora puedo mirarte a los ojos y decírtelo. Ahora más que nunca puedo decirte que te quiero.
— Yo también te quiero.
— ...pero quizás este sea el último café que compartamos.
— ¿Tú crees?
— ¿Cómo te sientes?
— Tranquilo, ¿y tú?
— Tranquila, como ya te dije...


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