miércoles, 21 de septiembre de 2016

Celos de querer y no tener.


   No quiero compartirte con nadie... pero no puedo evitarlo, ¿sabes? Es frustrante no poder controlar quién te ve, quién te desea (aunque sea en silencio) o siquiera quién te piensa con intenciones de acercarse a ti para intentar romper las barreras que alzas ante el mundo, pues pienso que, si una vez yo fui capaz de hacerlo, otros pueden lograrlo también y entonces eso significaría que te perdí, quizás para siempre, aunque la verdad nunca fuiste verdaderamente mía, sino de tu loca libertad e independencia, que por más que me encantaba eso de ti, también me mantenía intranquilo, porque te conocí tímida e impulsiva, callada y conversadora, te conocí sin maquillaje y con él, de mal humor y dispuesta a seducir a cuanto hombre se te atravesara, te conocí de tantas formas y maneras que no era capaz de adivinar en qué momento te irías de mi lado sosteniendo la mano de otro pendejo que, como yo, se hubiera enamorado de la belleza de tus alas, de tu incapacidad para el romance y la profunda sensibilidad de tu corazón, imperceptible para muchos y tan evidente para mí.
   Sí, sé que he dicho que no quiero compartirte con nadie, pero quiero verte feliz... aunque eso signifique verte con otro idiota, y no con este que te celará hasta el final de sus días, preocupándose por tu bienestar, preguntándose con quién bailas, con quién compartes tragos o a quién llamas por la madrugada en busca de seguridad, porque te conocí insegura, torpe y perfecta, adiestrada por la vida para responder inteligentemente a cada una de mis estupideces sin dejar de ser dulce y amarga a la vez, deliciosa, lo mejor de ambos mundos: el que te acaricia y el que te golpea.
— Nunca dejaré de sentir celos— te digo, cada vez que salimos a bailar en grupo o me entero de que andas repartiendo por la calle, con esa indiferencia tan tuya, todos tus encantos—... aunque ya no sienta nada por ti.
— ¡Já!— responderías con ironía, siempre intentando pensar mal para no equivocarte.
   La vida después de nosotros te había hecho más cruda y realista de lo que alguien pudiera imaginar, con tan solo veintidós años.
— Los celos y el querer son la misma cosa— pensarías, seguro—, van tomados de la mano. Todos sentimos celos de tanto imaginar, pero mira... tú tienes una ventaja.
— ¿Cuál?— esperarías que preguntara.
— Me demoro mucho en querer a alguien, así que despreocúpate.
— ¿Y cómo sé que justo ahora no andas enredada con otro pendejo?
   Tú me mirarías, siempre siendo conmigo tan tú, que al menos podía restregarle eso en la cara a los 'recién llegados', y finalmente me dirías:
— Ese es el asunto: nunca lo sabrás— y sonreirías, orgullosa de ser tan reservada y guardar tanto misterio, el mismo que durante años completos de dudas e incertidumbre me daba ganas de arrancarme el cabello de la cabeza.
   ... pero así eras tú: difícil de marcar, pero tan jodida y libre que a veces me hacías sentir miedo de nuevo, porque siempre sentiré estos celos del quererte, celos de necesitarte a veces, celos de no saber de ti e imaginar cada mierda más bizarra que la otra, celos de no saber si ya te enamoraste, si besaste a otro, si sigues usando esa falda de encaje para hipnotizar otros ojos... no sé, celos... simplemente celos del querer. Querer verte feliz -aunque sea con otro-, pero sin tener que perderte, ¿entiendes? Celos porque tu dulce locura puede enamorar a otro hombre con la rapidez más fastidiosa que pudiera concebir, sí: celos, porque no quiero compartirte con nadie...
... y porque, en mi cabeza, seguirás siendo siempre mía.
a nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario