lunes, 19 de septiembre de 2016

Espero que encuentres Cali.

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   ¿Has oído sobre eso? Ese tipo de cosas pasan en la vida real, lo sé, lo viví, y cuando vives cosas así: emigras... y no, no me refiero al concepto meramente jurídico y formal de poner un sello en tu pasaporte, sino de empezar a adoptar nuevas creencias y volar desde ellas. ¿Ves? Solo hay que mirar un poco más allá, porque en las cosas que parecen comunes a simple vista siempre se esconde alguna rareza esperando con ansias la admiración de alguien capaz de entender la verdadera belleza, y no, de nuevo no me refiero al concepto superficial y vacío de ser 'bello', sino a esas cosas que te atrapan y te dejan pensando... pensando aparentemente en tonterías, pero en tonterías que se parecen más a la vida que la vida misma. 
  Oye, admiro tu valor, cuando ejecutabas tu despedida con la torpe meticulosidad humana y luego solo reías porque en el fondo del eco de tus palabras repicaba siempre la voz escandalosa de una abogada loca que te hablaba del dulce aroma de los libros y de la importancia de las dedicatorias. Lucías confundido, pero divertido y eso era todo para mí, en serio... y por eso siempre admiraré tu coraje, así como admiraré los largos viajes convertidos en aventuras y a quienes, como tú, los emprenden con optimismo e incertidumbre, creyendo que la vida siempre tiene deparadas para ellos experiencias misteriosas y maravillosas.
   Admiro el aprecio instantáneo y sincero que adquiere un libro cuando es regalado a toda prisa para ser leído con expedita nostalgia en el camino, y las dedicatorias improvisadas en una pizzería a las diez de la noche, mientras la misma abogada (más dada a las letras que a las leyes) habla del cosmos y la literatura, al evocar su sana locura entre risas.
   Me deleita también esa historia tan familiar y tan tuya, ir a Cali en busca de respuestas que irónicamente has llevado en la sangre desde la concepción. Una historia que fácilmente podría haber escrito el Gabo sobre un venezolano con un pasado atascado en las costas de una Colombia que hizo obligatoria la segregación y la precoz independencia de niñas que como tu mamá ahora buscan nombres, recuerdos y costumbres perdidas en el tiempo infinito del ADN, que no caduca ni muere, sino que por el contrario se fortalece, y lo sabrás tú, tú que soñaste ese viaje la noche anterior y hoy vas rumbo a su materialización. Ojalá así de rápido se cumplieran todos los sueños.
   Admiro el tesoro recién adquirido de la promesa, una mujer que quizás te espera, un cariño cuarteado por el destino y al destino mismo por incierto y por conocido. Necesito estos azares de la vida y tu tranquila sencillez para calmar mi ímpetu. Requiero historias como estas para contar y olvidarme de mis propias lágrimas, cafés con gente interesante, canciones que me hagan sonreír, esperanza... solo esperanza, que tanto vale en este mundo tan lleno de guerra y desidia. Necesito tanto con tan poco en las manos y aún así me siento maravillosamente recompensada, porque admiro las despedidas y a quienes buscan las palabras perfectas (aunque no existan) para ejecutarlas.
   Respeto el adiós y esa capacidad que tiene de navegar en lo profundo de cada quien para hacerlo reconocer lo que tiene en frente como si ya fuera capaz de extrañarlo. Te respeto a ti y la historia que buscas reconstruir, y es por eso que espero que encuentres Cali... y respuestas, y amores, y más libros, y más canciones, y costas, y horizontes y... todo. Encuéntralo todo y luego me cuentas qué tal, porque sé que entonces habrá valido la pena. ¡Encuentra Cali!

espero que pases por aquí de camino a Cali...


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