martes, 6 de septiembre de 2016

Prohibido leer entre líneas.

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   Confieso que pensé que Manuel solo quería llevarla a la cama, conocerla allí extendida sobre las sábanas blancas de un buen hotel marabino y 'matarse las ganas'. Pensé que Manuel no sufría, sino que solo deseaba con morbo poder tocarla para olvidarse de una vez por todas de ese asunto con nombre de mujer... sí, pensé tantas veces que Manuel saldría ileso de esa historia sin comienzo, que no me preocupé pensando en que esas bromas entre nosotros o esas miradas de él tan dedicadas a la ardua labor de observarla, se convertirían en esto que hoy Manuel se atrevió a resumir en dos palabras que juntas y en su situación solo pueden significar una cosa: Catástrofe amorosa.
  'Necesito verla'. Sí, él usó esa palabra. Necesidad. Manuel necesitaba ver a la mujer que lo hacía temblar tanto como su pareja, esa misma que no podía sacarse de la cabeza y aparecía ante él a veces convertida en sonidos o fragancias. 'La extraño demasiado', continuó, y su preocupación se hizo extensiva a mí. 'No es normal necesitar ver a alguien', le dije. 'No lo es', reconoció, consciente de su problema, '...al menos no lo es en mi situación'.
  Sí, Manuel tenía 'una situación', con otro nombre de mujer y varios meses de antelación. La situación de Manuel, por suerte, no sabía nada de la otra mujer y Manuel no pensaba decirle. '¿Qué quieres hacer?', le pregunté, observando el surco que formaban en su frente las arrugas causadas por la preocupación. 'Decirle cómo me siento', me dijo, entre firme y dudoso. Yo solté un suspiro, viendo escenas rápidas y contundentes reproducirse en mi cabeza. 'Dile', terminé por soltar. '¿Y después qué?', me preguntó con una exhalación. 'Eso nadie lo sabe'.
   Manuel quería poder quitarse el peso de ese gusto prohibido de encima, poder decirle a ella, mirándola a los ojos, que ellos no eran amigos nada y que él el noventa por ciento de las veces solo pensaba en besarla. Manuel quería, no solo para él, sino para los dos, poder hablar libremente de esa necesidad suya por ella, y que la verdad acabara de una vez por todas con esa costumbre tan cobarde suya de callar siempre lo que en verdad siente. Sí, Manuel quería para él, tanto como para ella, que las lecturas entre líneas fueran erradicadas entre ellos y que pudieran hablarse con absoluta sinceridad, porque lo de él no era un amor platónico o un requerimiento carnal, lo suyo era cariño, quizás vestigios de amor en su etapa menos grave y dolorosa. Sí, eso de Manuel era el comienzo del infierno, eso me quedaba claro, pero a veces -y créanme que lo sé-, al corazón hay que darle las palabras que precisa, y no solo dárselas, sino permitirle gritarlas a la persona indicada. Sí, al corazón hay que darle palabras, alas, libertad quiero decir, dárselas y luego atenerse a las consecuencias, porque no hay nada que alivie el mal del silencio como poner las palabras correctas en el orden correcto, para ser entregadas a la persona correcta.
   Así que dile, dile, Manuel, y ya después veremos cómo se va todo a la mierda...

al hombre que morirá de una arrechera.

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