sábado, 19 de junio de 2010

Es tiempo.


A decir verdad, pensé siempre al pasado como una selección preferencial de recuerdos, una línea débil y estrecha entre lo vulnerable y lo innecesario; como cuando ves el mar y te imaginas un final, pero resulta que no existe, que el pasado no se acaba, que los recuerdos no frenan, que aún tratas de recordar el día que naciste; es raro, ¿no? No poder sino sólo imaginar algo que viviste, que sentiste, algo que el mundo te regaló, tu primer respiro, la primera vista al mundo; se supone que cosas como esas hay que recordarlas, que son la primera vez de muchas cosas, de lo que serías y te convertirías, como ese primer sentimiento de esperanza o el ilustre respeto que le otorgaste con inocencia al resto de las personas, pero que luego desplazaste por una cantidad incontable de desiluciones, decepciones y pérdidas de confianza. ¿Cómo puede ser tan fácil recordar lo triste y tan complicado mantener los momentos felices en nuestra cabeza? El pasado, divide una gran parte de nosotros, llevándose en sus brazos momentos inolvidables y pequeños detalles pueriles. Definiría al presente, entonces, como un error tras otro y al futuro como el aprendizaje, como la práctica, el aplicar de las lecciones de la vida, la sabiduría como elixir que marea tus necesidades. Entonces, este presente, siempre será aquel pasado y ese futuro, siempre será un misterio.

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