sábado, 27 de noviembre de 2010

¡Voltea!

Vas, ojos pardos, sangre fría, largos cabellos negros. Ves el cielo, espías las nubes, sueltas suspiros al viento, en tus ojos se refleja el sol y en tu cuerpo sus rayos.
Caminas, brazos fuertes, piernas largas, una espalda perfectamente amplia. De repente cantas una canción y esperas ser ignorado.
Hey, voltea, sal de tu trance, libérate de las ataduras que tú mismo has atado a tu alrededor, desea el cuerpo de una mujer, no sigas siendo amante del vacío, del inexpresivo roce peculiar de las horas, de lo trillado de los amaneceres y lo trivial de este repetitivo lugar.
No lo sabes, pero me mantienes en agonía. Es como estar al filo de la muerte, pero jamás atravesarlo. Es como estar al borde de la locura, pero jamás caer. Voltea, deja a la lluvia caer despacio y, como las miles de diminutas gotas de agua celestial, sé libre de este ambiente, de este paisaje, de este confuso presente.
Ábreme tu corazón.
Sé que no me has visto, pero voy a gustarte, le gusto a muchos hombres, le agrado a todos, menos a las mujeres, pero eso no va a estorbar. Estas mejillas mías pueden ser tu debilidad y mis labios gruesos son arrebatadoramente provocativos, pues juego con ellos como con mi ropa y eso le gusta a los hombres. Puedo fundirte en un beso caliente.
Hey, voltea, fíjate a tu alrededor. Mira a la mujer que te observa directamente a los ojos y entiende que esta libertad es un encierro sin tu atención.
Eres el único que no me ha visto, todos lo han hecho.
Hey... Voltea.
Mírame.
Vivir es estar junto a ti, así que aún no sé qué es vivir. Sólo lo creo así.
Deja de mirar el cielo, observa mi sonrisa cansada, tonta, falsa y destruida, pero que sigue allí, esperando que te gires y la encuentres.
Tan sólo una mirada de soslayo. Sólo eso hace falta para que te des cuenta que una mujer absurda y empapada te observa.
Hey, voltea, mírame, desea el cuerpo de una mujer, entiende mi alma.
Voltea, por favor.

Este poema se lo regalaré a Carlos Y.
Espero te guste.

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