Mi devoción.

Sé que estás allí, mi dulce niña. La espera a veces hace olvidar, pero no sabes cuán diferente es contigo.

Últimamente ella y yo nos hemos hecho las preguntas de siempre: ¿A quién te parecerás? ¿cuál será el color de tus ojos? ¿qué gustos tendrás? Quizá, cuando te tenga en brazos, esta devoción por ti crecerá.

Mi amada niña, eres fruto de amor, no puedo imaginar que, en tu llegada, el amor se haga más grande y, aunque no puedo tocarte, ya me hago a la idea de cómo será, ya estoy entendiendo todo ese amor incondicional... Ese amor que está justo en la creciente, a punto de explotar. Tú eres mi pequeña devoción.

Te prometo que, al verte por las noches durmiendo plácidamente, miraré al cielo y le agradeceré a Dios tu presencia, la felicidad tan absoluta y divina que siento por ti y tu llegada.

Mi niña, aunque no he podido ver directamente en tus ojos, sé que serás la niña de los mios, que todo lo demás dejará de importar tanto y que la vida importará más, pues una pequeña me necesita, mi pequeña.

Dulce espera, los meses son sólo eso: Tiempo.

Nada se comparará con tu tan esperada llegada, y las canciones de cuna que ella y yo practicábamos, al fin serán cantadas para alguien. Discúlpame cuando nuestra inexperiencia salga a la luz y tenle paciencia a este par de adultos que tanto te aman y desean proteger. Pinté tu cuarto de rosado, pero hazme saber si te gusta más el amarillo... y llora, mi niña, hazme saber que me necesitas y, cuando quieras estar sola, sonríe, yo cerraré la puerta y te escucharé dormir, devoción mía, porque la dulce espera ya acabó.