viernes, 11 de noviembre de 2011

Es tu culpa.

    

     Lentamente deja caer tus mentiras, quédate con tu indiferencia preventiva, con los besos repartidos en mis mejillas y las lágrimas falsas que derramabas mientras me iba. De espacio, déjame ofrecerte mi despedida, cargada de rabia y amor, de alegría y desazón... de odio y rencor. Acércate, regálame cinco minutos de tu tiempo y, mientras te veo, deja caer tus máscaras, la que parecía amable, la que me besaba, la que me abrazaba y la que decía que me amaba. Sólo sé tú mismo y, sin prisa, escúchame atentamente, mírame... mira en qué te has tornado.
     Eres una mezcla oscura, como el traje que viste el cielo en nuestra despedida. Eres incierto, como las estrellas, lejano como el universo. Eres una incertidumbre. Eres inexorable como ese "Hasta luego" que articulaste cuando te di la espalda y que a mí me pareció más bien que sonó como un "Adiós"; eso me estristeció, pero ¿cuánto más podía seguir aguantando?
     Poco a poco observa cómo me alejo, ¡cómo deseo saber lo que sientes! Si te agobia ver cómo me pierdes, si aunque sea sientes el roce lacerante de mi partida, que te carcome el corazón, que te señala como el culpable, que suavemente escala tu espalda y te susurra a oído: "Es tu culpa, es tu culpa".

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