miércoles, 15 de febrero de 2012

Mentiras de acero.

   Recuerdos de una caja de música, pasillos vacíos, salones llenos, instrumentos desafinados, luces espesas, mesas y sillas rotas, sentimientos ocultos, culpas invisibles, prejuicios de hielo, lluvia de dudas: mentiras de acero.
   Allí está él, cada día de cada semana, toca su guitarra y me regala una mirada, da un par de pasos y lo intenta de nuevo. ¿Qué buscas? ¿Qué buscas cada vez que miras en mi dirección? ¿Algo te intriga?
   Se supone que no debemos mirarnos, tú en tus clases, yo en las mías. Ese era el acuerdo, pero cada vez se va tornando más complicado cumplir las reglas; aunque acepto que, al igual que tú, he querido romperlas cada tres segundos.

   Un día llegué más temprano de lo normal a mi clase, no había nadie alrededor, sólo yo y mis ganas de regresar a la cama y seguir durmiendo, pero de la nada te vi aparecer frente a mí, bajabas las escaleras lentamente. Recuerdo aquella mirada que nos dimos, iba cargada de misterio y deseo, de rebeldía y necesidad. Se supone que no debíamos mirarnos así cuando estuviéramos en tu área de trabajo, pero sólo éramos nosotros dos, ni siquiera habías traído tu guitarra.

- Llega temprano, alumna- me dijiste, desenvolviéndote muy bien en tu rol de profesor. Yo asentí con la cabeza y desvié la mirada, eso fue inconsciente.

- No podían traerme más tarde- te dije, volviendo a esquivar la mirada. "¡Deja de hacerlo!", me gritaba mi cabeza.

   Tú guardaste un breve silencio y te sentaste a mi lado en la banca, excediendo los límites que nos habíamos planteado en cuanto a cercanía en lugares peligrosos como este, así que me alejé de ti lo más que pude, pero tú volviste a recortar la distancia. Me di por vencida y volví a esquivar la mirada. ¡Demonios!

- ¿Mi suegro estaba ocupado?- me preguntaste entonces.

   Me puse de pie rápidamente, atemorizada, mirando a mi alrededor para asegurarme de que nadie nos había escuchado.

- ¡No juegues con eso aquí!- te reprendí-. Sabes a la perfección que es peligroso.

- ¿Es peligroso que un profesor charle con su alumna?- preguntaste capcioso.

- No, es peligroso lo que sale de tu boca. Pueden escuchar y malentender todo, y...

- ¿Malentender?- me interrumpiste-. ¿No será lo correcto decir que pueden "entender" todo?

- De igual forma, no se lo tomarían bien- la forma en que me mirabas aún seguía congelándome hasta los huesos, me llenabas de una dulce sensación de alivio.

- Tranquila, no hay nadie alrededor- me calmaste, poniéndote de pie y acercándote a mí-. No quiero que vivamos llenos de temor, no hacemos nada malo.

- No digo que sea malo, sólo que otros no lo entenderían- de nuevo esquivé tu mirada electrizante y oí cómo se te escapó una risita.

- ¿Esquivas la mirada de mí, a propósito?

- No puedo evitarlo.

- No lo haga más, alumna, sabe que eso fue lo que me volvió loco por usted.

   Miré alrededor antes de golpearlo levemente en el hombro y él sonrió con dulzura, de nuevo me miraba como si quisiera comerme y de nuevo yo me derretía por dentro. Cuántas ganas tenía de abrazarlo y besarle, cuántas ganas de tocarlo y no sentirme culpable me invadían en ese instante.

- Estás hermosa hoy- me susurraste, acercándote más hacia mí, aproximadamente a unos diez centímetros de mi rostro. Claro que tú eras más alto que yo, pero de igual forma tu respiración me rozaba y tu mirada secuestraba la mía sin piedad.

- Es decir que... ¿ayer no lo estaba?

- Sí, pero no más que hoy. Eso es justamente porque cada día me gustas más.

   Enarqué una ceja y le sonreí con ingenuidad.

- Creo que estás demasiado cerca...

- Entonces, ¿por qué no se aleja, señorita?- me retaste.

- Porque Te amo.

   De repente alguien bajó por las escaleras y ambos nos dimos media vuelta. En ese momento pensaba en que sólo un estúpido no se daría cuenta de lo que estaba pasando entre mi profesor y yo, casi sentía que el techo de la sala nos caería encima debido a los pesado que se sentía el aire que nos rodeaba.

   Era el director de la escuela.

- Buenos días, director- le saludaste, actuando muy mal tu naturalidad esta vez. En otras ocasiones parecías más relajado, pero yo acababa de decirte que te amaba... POR PRIMERA VEZ.

- Buenos días, profesor- dijo tu jefe sonriendo-. Estoy muy contento con la invitación que le hicieron a nuestra escuela para el festival musical de invierno, ¿usted no?- el director se agachó para buscar unas cosas en un archivador.

   En ese punto, tomé mi morral y me di media vuelta para huir de la escena, pero entonces tú voz volvió a resonar en la sala: esta vez llena de vida y energía.

- Yo también- dijiste en tono alto y preciso. Fue cuando me di la vuelta y me encontré nuevamente contigo que me percaté de que no mirabas al director, sino a mí-. Yo también- repetiste-. Yo también... y mucho. Muchísimo.

¿Qué hacer con este amor
 y sus mentiras de acero?


4 comentarios:

  1. Por un momento te odié. Me hiciste recordar algo que me paso hace tiempo ya, algo muy símilar a la ultima escena de esta historia. Yo dispare la declaración mas sincera y tonta de un "te amo" a unos ojos que me miraban a cuatro metros de distancia... Después de una larga pausa,ella me pronunció las palabras mas dulce que yo he oido: Yo tambien... Yo tambien Te amo.

    Los diálogos te van como anillo al dedo, Colega. Admiro mucho eso: El poder de los diálogos.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Uff, pero esa anécdota tuya está para escribir un poema que describa hasta la hora exacta, el tipo de mirada... ¡el clima! Jajaja.

    Gracias, colega, disfruto haciendo los diálogos; y lo mejor de todo es que salen al natural, no hay planes previos.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  3. ¡Me Encaantaa! . Y dime, ¿Para cuando el libro? :)

    ResponderEliminar
  4. Si te refieres al libro que amplíe esta historia del amor entre un profesor y su alumna, créeme que llevo meses con la idea en la cabeza y aún no me decido a empezarla. Pero lo haré, en su determinado momento lo haré... pues simplemente me encanta la idea. ¡Saludos!

    ResponderEliminar