martes, 22 de enero de 2013

La luna a mis pies.

     

     Resulta que esta noche me duelen los pies, no me viene bien la caminata, prefiero echar un vistazo por sobre el alféizar de mi ventana, a ver si te hallo, a ver si me hallas. Si te hallo, tú me buscabas. Si me hallas, yo te buscaba, pues... resulta que esta noche ya no duelen tanto mis pies.
     Fría mañana, soledad que amortigua y a la vez frena, si digo colapsar, tú dices: pero si seguimos en movimiento, y es cierto, seguimos peleándole a la luna, seguimos insistiéndole al tiempo para que no pase, para que se detenga a las tres de la tarde y nos acoja por las noches en un viaje interminable.
     Mira pues, resulta que esta noche el dolor ya pasó, y la tarde se congeló, y la luna me habló, me ha dicho que no te busque, que tú no me buscas. ¿Puedo confiar en la luna, acaso? ¿no es ella la amante solitaria? ¿cómo confío en una solitaria recelosa, deseosa de afecto, ausente de amor? No es la luna ausente de amor, dirías, es la luna quien más amor recibe, porque los amantes, como tú y como yo, suelen perderse bajo su luz para amarse, para encontrarse, para fundirse, para condensarse... Confía en ella, ¡con los ojos cerrados!

Amiga, fragrante,
sumisa, huidiza, amiga,
luna, te dicen muchos, 
amiga te digo yo:
No vengas a buscarme
que aún me quedan para darle
muchos besos, muchas tardes.

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