lunes, 14 de enero de 2013

Ser tu detonante.



   
   Tú dices: "Ya casi es la hora", y yo respondo: "No, ya casi es nuestra hora".

   Cuando nos acoge el crepúsculo nocturno y un velo de fría neblina cubre nuestros hombros. Cuando, sin pensar, sujeto tu mano con temor y escucho los pasos del viento cada vez más cerca, es allí que pienso en lo que dejamos atrás y vislumbro un futuro prometedor para nuestro amor.

- ¿Cuál es nuestra hora?- preguntaste. 
- Las siete de la noche, las tres de la tarde, las cinco de la madrugada... no lo sé, tú sólo escoge- te respondí distraída. 
   Entonces, noté que mirabas tu reloj y te decidías a decirme con firmeza:
- Las diez de la noche. 
   Dudosa, volteé a verte y sostuve tu mano, fría como acero, entre la mía, caliente como lava volcánica.
- ¿Qué hora tan extraña es esa?- te pregunté. Aunque tu mirada sostenía aún la esperanza de que el sol se quedara en donde estaba y mantuviese esa extraña mezcla de púrpura y dorado en el cielo, sabía que te sentías plenamente feliz, podía verlo, sentirlo, casi hasta olerlo. 
- Esa es la hora en la que suelo extrañarte más. Es a las diez de la noche cuando me cuestiono seriamente el que no vivamos juntos... uhm, ¿entiendes?, quisiera encontrarte en la mañana allí en el baño cepillándote los dientes o sentada en el inodoro. Quisiera poder discutirte tu desorden y que tú sonrías sin vergüenza. Quisiera quitarle tus cabellos a mi peine y en medio de la noche morderte la mejilla mientras duermes- me dijiste distraído, como si le hablaras a una nube en el cielo y no al amor de tus vidas. 
   Mil ideas colapsaron mi cabeza en ese instante, tenía tanto que decir y tan poco tiempo para decirlo. Ya casi se terminaba el crepúsculo y tu mano cada vez se  me tornaba más cálida, quizás hasta más que la mía. 
- En pocas palabras, quieres que sea tu detonante- aventuré. Tú me miraste, primero como preguntándote de dónde había sacado esa tontería, y luego fascinado por lo atinado del comentario.
- ¡Sí! Quiero que seas el detonante de mi vida... eso sería como mi motor. Quiero que seas quien active mis alegrías, mis rabias, mis tristezas, mis inseguridades, hasta mi sed... ¡todo, mujer!- confesaste con vehemencia. 
   Sonreí inconcientemente observando cómo el sol cada vez se sumergía más en la nada, ahora tu mano era como fuego vivo.
- ... debes saber, ante todo, que necesitaré pólvora y fuego para funcionar correctamente- te advertí. 
- ¿Pólvora y fuego, dices?, ¿cuál es tu pólvora? ¿cuál es tu fuego?- dudaste, luciendo dispuesto a pedirle todo lo necesario hasta al mismísimo Dios. 
- Tú- te respondí, alejándome un poco de ti-. A las diez, ambos nos extrañaremos tanto que, rápidamente, tú te convertirás en pólvora y luego en llamas; y yo, por mi parte, detonaré de tanto anhelarte, de tanto extrañarte y desearte cerca.
- ¿Es así como funciona esto?
- … pues, es justamente así.

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