Tú dices: "Ya casi es la hora", y yo respondo: "No, ya casi es nuestra hora".
Cuando nos acoge el
crepúsculo nocturno y un velo de fría neblina cubre nuestros hombros. Cuando,
sin pensar, sujeto tu mano con temor y escucho los pasos del viento cada vez
más cerca, es allí que pienso en lo que dejamos atrás y vislumbro un futuro prometedor
para nuestro amor.
- ¿Cuál es nuestra hora?-
preguntaste.
- Las siete de la noche, las tres de la
tarde, las cinco de la madrugada... no lo sé, tú sólo escoge- te respondí
distraída.
Entonces, noté que mirabas tu reloj y te
decidías a decirme con firmeza:
- Las diez de la noche.
Dudosa, volteé a verte y sostuve tu mano, fría como acero, entre la
mía, caliente como lava volcánica.
- ¿Qué hora tan extraña es esa?- te
pregunté. Aunque tu mirada sostenía aún la esperanza de que el sol se quedara en
donde estaba y mantuviese esa extraña mezcla de púrpura y dorado en el cielo,
sabía que te sentías plenamente feliz, podía verlo, sentirlo, casi hasta
olerlo.
- Esa es la hora en la que suelo
extrañarte más. Es a las diez de la noche cuando me cuestiono seriamente el que
no vivamos juntos... uhm, ¿entiendes?, quisiera encontrarte en la mañana allí
en el baño cepillándote los dientes o sentada en el inodoro. Quisiera poder
discutirte tu desorden y que tú sonrías sin vergüenza. Quisiera quitarle tus
cabellos a mi peine y en medio de la noche morderte la mejilla mientras duermes-
me dijiste distraído, como si le hablaras a una nube en el cielo y no al amor
de tus vidas.
Mil ideas colapsaron mi
cabeza en ese instante, tenía tanto que decir y tan poco tiempo para decirlo.
Ya casi se terminaba el crepúsculo y tu mano cada vez se me tornaba más
cálida, quizás hasta más que la mía.
- En pocas palabras, quieres que sea tu
detonante- aventuré. Tú me miraste, primero como preguntándote de dónde había
sacado esa tontería, y luego fascinado por lo atinado del comentario.
- ¡Sí! Quiero que seas el detonante de
mi vida... eso sería como mi motor. Quiero que seas quien active mis alegrías,
mis rabias, mis tristezas, mis inseguridades, hasta mi sed... ¡todo,
mujer!- confesaste con vehemencia.
Sonreí inconcientemente observando cómo el sol cada vez se sumergía más
en la nada, ahora tu mano era como fuego vivo.
- ... debes saber, ante todo, que
necesitaré pólvora y fuego para funcionar correctamente- te advertí.
- ¿Pólvora y fuego, dices?, ¿cuál es tu
pólvora? ¿cuál es tu fuego?- dudaste, luciendo dispuesto a pedirle todo lo
necesario hasta al mismísimo Dios.
- Tú- te respondí, alejándome un poco de
ti-. A las diez, ambos nos extrañaremos tanto que, rápidamente, tú te
convertirás en pólvora y luego en llamas; y yo, por mi parte, detonaré de tanto
anhelarte, de tanto extrañarte y desearte cerca.
- ¿Es así como funciona esto?
- … pues, es justamente así.
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