jueves, 31 de octubre de 2013

Mi país.

   Supongamos que eres un país.
   Puedes ser China o Brasil, o solo Corea del Sur o una pequeña isla en el Mar Caribe.
   Tú, de hecho, puedes ser tu propio país.
  Has conseguido un espacio en la tierra y te has adueñado de él, hablo de mi corazón, desde luego. Cada mañana al salir a la calle a caminar bailas tu propia música. La flor típica la llevas plantada en tus labios y de forma de gobierno has elegido la monarquía absoluta. Eres rey. Monopolista. Capitalista. Tu moneda es la de más alto valor económico. Tu moneda es tu sonrisa, con ella consigues todo lo que quieres y hasta más. Compartes frontera a veces conmigo, a veces con otras mujeres. Idioma oficial: el de la seducción. Gentilicio: Tú y yo.
   Yo: Ministro de turismo.
   Sí. Eres tu propio país y el mío también.
   Déjame explotar tus riquezas, robarte el tesoro nacional, conocer de punta a punta tu geografía y, mientras tanto, procura no precipitarte, mantén el clima cálido que poco a poco iré llegando a tu Capital.
   Plato típico: tus besos. Déjame probarlos directamente de la bandeja.
   Déjame beber del petróleo en tus pupilas.
   Déjame explotarte.
   Y después... después propongo un golpe de estado para cerrar tus demás fronteras y que te quedes solo conmigo. Gobernaré tus brazos, dirigiré tus impulsos, controlaré tus relaciones internacionales y dominaré tu pecho antes de que se agite como un terremoto por la duda.
   Déjame gobernarte. Yo lo haría mejor.
  Solo mira cómo me pongo nuestras ropas típicas y bailo al ritmo del himno de nuestra propia Nación.

de tanto estudiar leyes, 
algo se aprende.

No hay comentarios:

Publicar un comentario