martes, 17 de agosto de 2010

Conquista.

- Te tengo un reto- le dije sin dar mucha importancia a lo que dependía mi "tonto reto".

- Dímelo, estoy desesperado- soltó entre balbuceos mi querido amigo; que, ahora que me confesaba su amor, me ocasionaba un ataque de risas descontrolado y, a la vez, me hacía sentir mal por él. Pues, ¡Miren a quién había decidido amar este muchacho! A la muchacha "sin corazón" así era como él mismo y todo el que me conocía me juzgaba, y en parte... Era cierto...

- Conquístame- ni pensar que estas palabras a lo largo serían mi condena y no un juego como lo tomaba ahora.

Los ojos celestes de mi amigo brillaron casi como el sol vespertino sobre nosotros lo hacía, pero aquello volvió a invadirme de carcajadas vehementes e hilarantes.

- Pues...- el chico, ilusionado, se acercó a una de las tantas plantas de rosas que nos rodeaban y arrancó una de un color escarlata intenso- toma- y, dándome la flor, me sonrió y yo volví a reír, por que a mis quince años era eso lo que hacía cuando me sentía incómoda o cuando de verdad me daban risa las cosas que a los demás no, justo ahora me ocurría la segunda opción, pues este muchacho aún era como mi hermano y la confianza que le tenía no cambiaría por que... me amara-. Siempre te ríes de todo- refunfuñó, fulminándome con la mirada

- Pensé que te gustaba todo de mí- bufé.

- Así es- y, volviendo el color de una felicidad intachable a su rostro, me tomó las manos y dijo-: Pues con el pasar del tiempo he aprendido a amar tus defectos, más no reprimir que me afecten

- ¡Suelta mis manos!- le ordené sacudiéndome y, antes de que se entristeciera, le grité-: ¡Mejor hazme caballito hasta mi casa.

Empezamos a reír, mientras él montaba mi cuerpo en su espalda y corría por todo el claro.

Nunca olvidaré esa mirada suya al decirle que me conquistara, como si le abriera una puerta gigante a la esperanza de un nosotros; aún aquella noche al quedarme sola en casa comencé a darle vueltas al asunto, divagando por toda la cocina, saltando en el sofá, riendo al recordar cuando casi caía de su lomo en el momento que sus pies tropezaron con una piedra. Pasaba los mejores momentos con él, le contaba todos mis secretos, hasta lo celaba de las chicas por miedo a que una lo alejara de mí y nuestra amistad ya no fuera jamás la misma. Se me complicaba verlo de otra manera y que él ya lo hiciera, podía faltar a mi buen humor obligándome a alejarme de su calidez y buscar refugio en otra cosa, pues dudaba encontrar otro amigo tan bueno, fiel y respetuoso como él. Sabía que había una línea muy fina en lo que me haría feliz -como hasta ahora- y me alarmaría por el resto de mi tan defectuosa vida.

- Es así- soltó una tarde sin previo aviso, mientras cruzábamos un pasillo del colegio.

-¿Cómo? ¿Qué?- dudé.

- Cuando caminas, tienes un bailoteo extraño en los brazos, miras para todas partes y sonríes al ver uno de esos lirios blancos a la entrada. Me gusta cómo caminas.

- ¿Te digo qué me gusta?

- ¿Qué?- inquirió con inocencia.

- Cuando, en vez de halagarme, me contabas chistes o te quejabas del clima o hasta te reías de mí.

- Te estoy conquistando. El clima no es romántico- se quejó.

- No quiero que seas romántico.

Mi amigo se tomó aquello de la mejor manera, pues siguió haciendo observaciones sobre mí: mi modo de reír, que poseía el gran talento de tomar lo peor de mejor manera, que si pretendía a veces ser antipática para divertirlo y que no gozaba del don para la seriedad, pues todo me daba risa.

Pasado ya un mes de su actitud de "romántico", empecé a tolerarlo menos, irritándome cada vez que decía la palabra "amor", "conquista" o "romance".

- ... Y es por eso que quiero un romance serio- culminó con una sonrisa de satisfacción en el rostro un martes por la noche.

Para que se identifiquen un poco y no me juzguen, les diré que ha estado explicándome su concepto de una relación desde la tarde y ya el crepúsculo pasó y la noche se hace fría.

- ¡Ya me hartaste!- empecé a bramar enfurecida ante la pronunciación de una de mis tres palabras odiadas.

- ¿En serio?- susurró lastimado.

- Sí, por que lo único que haces es hablar de fantasías e imaginaciones, de lo que podría pasar o te gustaría que pasara. ¡¿No caes en la realidad?! Pues entonces, cuando te decidas a hacerlo, a aterrizar en tierra firme... ¡Háblame! Por que es aquí donde estoy- y señalando el suelo cubierto de tierra le vi a los ojos-. Ya es hora de que te des cuenta...- culminé, dándome media vuelta para correr lejos de él.

Ya en casa, me dediqué a encerrarme en mi cuarto y dar rodeos a mis palabras de hace unos minutos, pues ese parque que él y yo visitábamos como amigos no estaba muy lejos de casa, pero sí de volver a ser invadido por dos adolescentes, muy buenos amigos, niño y niña, que contaban con sólo quince años.
De repente, se oyeron unos golpes en mi ventana.

-Está allí-, pensé asomándome y viendo la alta figura de mi amigo que sonreía como siempre.

- Estuve analizando tus palabras y...- empezó.

- ¿Y?- dudé a la expectativa.

- Me di cuenta que ya te he conquistado y que ya es hora de dejar de fantasear, pues tú también me quieres y sólo hace falta pedirte que seas mi novia.

- ¡Claro que no!

- ¡No me vayas a decir que...!

- Yo te amo, no te quiero.

- ¡Pues ven aquí entonces!

Calculé la altura promedio y, a pesar de que él pensaba en escaleras, manilla y puerta, yo planeaba otra cosa.

Me lancé por los aires hacia él que me tuvo entre sus brazos, a penas entendiendo y lleno de impresión.

- Me conquistaste- le dije abrazándolo.

- Tú también, sólo que no te dabas cuenta.

Y cerramos el trato de un romance lleno de amor y conquista con un dulce beso de niños.

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