martes, 10 de julio de 2012

... Curiosidades: Ojos nocturnos.

   Era un sábado por la noche, acababa de llegar de Maracaibo y me propuse hacer algo diferente esa noche, salir, divertirme, escuchar buena música. Ya saben, dejar a un lado los libros y enciclopedias y enfocarme en pasarla bien.
   Estaba logrando mi cometido.
   La música sonaba fuerte, el local donde me encontraba, que era una barra-restaurante, lucía oscuro, a penas iluminado por las escasas luces de la calle que entraban desde los grandes ventanales. Me sentía en una onda relajada, la estaba pasando bien, hasta que algo llamó mi atención: Desde la barra, un par de ojos que creí misteriosos, me observaban sin disimulo. Acepto que tuve que mantener la mirada un par de veces para caer en cuenta de que, de hecho, sí me estaba viendo a mí.
   Aquello me desconcertó, pero no logró incomodarme, tan sólo dejé fluir una sonrisita coqueta entre mis labios para luego desviar la mirada con ademán confiado. 
     La noche avanzaba, la música cada vez me envolvía más. Un trago, o dos. Un sorbo o tres. Varios pasos improvisados, allí, sentada en mi mesa, solitaria, nocturna, seducida y dispuesta a seducir.
   De nuevo la curiosidad mató al gato, y yo era el gato. "Una última mirada, tan sólo para confirmar", pensé, mientras, casi por inercia, mi cabeza se giraba levemente hacia mi costado izquierdo y mi cuerpo volvía a estremecerse al encontrarse con el par de ojos asfixiantes. Para mi sorpresa, no me intimidé, me sentía demasiado relajada como para alterarme; de hecho, me sentí halaga. 
   El muchacho, ese de los ojos de acero, estaba recostado a la barra, bebiéndose su cerveza, un amigo lo acompañaba. Por un momento alcancé a ver a su amigo y ese muchacho sí logró asustarme un poco, pero me mantuve equilibrada. De nuevo desvié mi mirada y me propuse improvisar otro paso. 
   En el fondo: el bajo, la batería, el teclado y la guitarra. Sobretodo el bajo, que acariciaba mis oídos. Recuerdo haber acomodado mi falda, esa falda demostrativa que me gusta tanto; creo que fue un acto reflejo, sin darme cuenta esos ojos ensombrecidos pesaban en mi nuca y tentaban a mi voluntad.
   No sé en qué momento de la noche, empecé a notar algo extraño. De hecho, se lo dije a mi conciencia: "No sé qué pasa, pero hay algo raro por donde están esos muchachos". No me equivoqué.
   El mesero, cuyo nombre le arranqué esa misma noche, iba de la barra hasta su silla y de su silla hasta la barra, inquietándome. Ahora tres pares de ojos me miraban: El muchacho de los ojos penetrantes, su amigo y el mesero, ¡qué miedo!
  Vi al muchacho escribir algo sobre una de las pequeñas hojitas que usan los meseros para anotar sus órdenes, sonreía como quien se acuerda de un chiste muy bueno o algo entretenido que le pasó en el pasado: La adrenalina escalando hasta mi espalda.
   De pronto, todo pasó muy rápido:

- Hola- me dijo el mesero-, el muchacho de la barra te envió un mensaje, ¿te lo entrego o...?

- ¡Dámelo!- le interrumpí entre gritos, esperando lograr que mi voz se sobrepusiera al sonido del bajo. Me pareció que la introducción estaba de más...

   Mientras desplegaba la pequeña hojita verdosa, un ataque inmediato de risa se atascó en mi garganta. Cuando vi el mensaje, aquella diversión estalló en incontrolables carcajadas. Me sentí halagada, hasta bonita, quien quita... hasta interesante.

Lo que hice con aquello, se los dejo a la imaginación.


No sabía si era lo mejor escribir esto aquí, pero ¡qué me importa! 
¡¿Cuándo he dudado de escribir algo?!

2 comentarios:

  1. Señorita Alana Isabel Puche Oliveros, usted tiene que contar que sucedió, no me dejes con las ganas..!
    Ya sé...

    ResponderEliminar